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El astrolabioBieito Rubido

Bonilla, a las cosas

Andalucía necesita que su gobierno autonómico se centre en lo importante, abandone lo accesorio y no pierda el tiempo en lo que nunca existió

Actualizada 10:06

Hace nada menos que 85 años, el filósofo español, José Ortega y Gasset, daba una conferencia en Buenos Aires en la que advertía a los argentinos que en lugar de dedicarse a «suspicacias o narcisismos» o a las batallas civiles culturales del alma argentina, se centrasen en lo verdaderamente importante, que era sacar al país adelante. Hay que tener en cuenta que en aquella época Argentina todavía era una potencia económica. Situación que perdió justamente por no hacer caso a Ortega. Traigo este antecedente para tratar de convencer al presidente andaluz, Moreno Bonilla, que aprenda de la historia y de los errores de otros y que se centre en lo transcendente y no en el narcisismo, en las batallas culturales estériles o en las diferenciaciones artificiales. Solo conducen al fracaso. No se olvide nunca de esto, Moreno Bonilla, lo innecesario siempre es un error.

Pocas tierras de España, por no decir ninguna, posee una personalidad más acusada que Andalucía. El timo del hecho diferencial catalán y vasco es una de las mayores falsificaciones de la historia reciente. No hay nada que se parezca más a un español de Almería que uno de Gerona. Todo lo demás es mentira y puro artificio contra histórico. Andalucía no tiene que forzar su personalidad. Ya la tiene, y le sobra. Solo hay que echar un vistazo a su catálogo de patrimonio histórico artístico, a sus monumentos, a sus edificios, a su forma de cantar, a sus poetas. Entre sus rasgos ciertamente se encuentra su acento a la hora de hablar español. Pero no deja de ser una singularidad fonética como la que poseen los distintos acentos hablados en esa misma lengua, por ejemplo gallegos, leoneses, catalanes o madrileños. Algo parecido le puede ocurrir a un señor que habla inglés en California frente a otro que lo habla en el País de Gales. Pero la lengua común, la lengua de pacto, la que sirve para expresarnos todos, para entendernos, el español, contiene un denominador común: una misma gramática. No existe el «andalú». No existe un cuerpo teórico sobre él, ni gramática, ni ninguna de las disciplinas que puedan convertir a esa expresión en otro idioma que no sea el español. Si se quiere empeñar en ello el mini lendakari Bonilla —como le llamaba Pablo Casado— pues que sepa que comete un error que no le va a reportar ningún beneficio en ningún terreno.

Andalucía asiste a una explosión luminosa de progreso y por ende de crecimiento de su autoestima. Málaga es hoy la ciudad más valorada de España. Almería vive una pujanza desconocida hasta ahora. Córdoba va camino de convertirse en punto neurálgico de la logística militar del sur de Europa. Granada es un faro cultural y un imán turístico de primer orden. Cádiz sueña ya con su resurgir, sobre todo si ponen un poco de su parte los gaditanos. Jaén es la Toscana española, y a su potenciación podría dedicar tiempos y recursos la Junta de Andalucía. Sevilla fue siempre punta de lanza indiscutible de la región. Y a Huelva le ocurre lo mismo que a Almería, pero con más palancas para su crecimiento. Todo eso puede ponerse del lado bueno de la historia o caer en el ensimismamiento de una cultura artificial y estéril que solo sirve para que Bonilla gane 500 votos y pierda doscientos mil. Le voy a recomendar al presidente andaluz la lectura de El Criterio de Jaime Balmes, un pensador catalán que se sentía profundamente español. Seguro que le viene mejor en lugar de perder el tiempo viendo a Broncano.

Andalucía necesita que su gobierno autonómico se centre en lo importante, abandone lo accesorio y no pierda el tiempo en lo que nunca existió. Por eso creo que al presidente andaluz le vendrá muy bien recordar a Ortega y Gasset: «Argentinos, a las cosas». No le hicieron caso. Miren donde están. Bonilla, toma nota, a las cosas.

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