Golfos en la Complutense
Se repite el patrón del caso Errejón: todo el mundo lo sabía pero nadie denunció. Los que nos decían a los demás cómo relacionarnos eran luego los más depredadores del gallinero
Le han abierto a Juan Carlos Monedero un «Me too» en los mismos términos que a su «camarada» Iñigo Errejón, es decir, todo el mundo lo sabía pero nadie denunció. La Universidad Complutense ha iniciado una investigación sobre el fundador de Podemos, leo, después de recibir una denuncia de acoso sexual por parte de una alumna, y el periódico con el que colaboraba ha dicho que ya no cuenta con él. Perdemos a un gran pensador.
Nuevamente se repite el patrón del caso Errejón: en su partido lo apartaron pero no presentaron denuncia alguna pese a conocer presuntamente los hechos. Es decir, que «hermana yo sí te creo pero no me lleves al juzgado que no quiero líos». Sea como sea, y presunción de inocencia por delante, todo este tinglado nos viene muy bien como sociedad. Al igual que con el socio espigado de Iglesias, si sale condenado confirmaremos que el feminismo podemita es una grandísima estafa, y que los que nos decían a los demás cómo relacionarnos eran luego los más depredadores del gallinero. Si sale absuelto, pues celebraremos que el Estado de derecho funciona, y que la carga de la prueba sigue recayendo aún sobre el denunciante.
Sirva este penúltimo escándalo para recordar que la izquierda que habita hoy la Moncloa no es ni más feminista ni más honrada que la derecha a la que depusieron a lomos de todos aquellos que hacen negocio con la inconsistencia moral del PSOE (léase Bildu o Junts).
Si hacemos un mínimo de memoria, el hombre que puso letra y voz a la moción de censura contra el PP se encuentra hoy imputado bajo acusaciones gravísimas, hasta el punto de que ayer mismo un juez le quitó el pasaporte y le obliga a comparecer cada quince días como a un vulgar delincuente. A esto se le puede sumar que cada vez que investigan al PSOE hay dos ingredientes que casi nunca faltan: el sexo de pago y la cocaína. Añade a la lista el «feminismo de piquito» de Sumar y Podemos, que piden cárcel para Rubiales pero les tiemblan las canillas para hacer lo propio con Errejón o Monedero, a los que solo apartan, confirmando que nunca es el qué sino el quién, y que la moción de censura nunca fue por regeneración, sino por avaricia.
Sea como sea, y aunque es un lugar común, tenemos lo que nos merecemos. Y nos viene perfecto como país que, después de siete años de izquierdismo al frente de la cosa común, dos de sus principales banderas se hayan caído como trapos de cocina. ¿Mi consejo? No se encaprichen mucho de los políticos, son como algunos ciclistas: cuando menos te lo esperas, los pillan haciendo trampas.