Alfonso Javier
Sentí lo que debe sentir el padre de un gran escritor. Que los tiempos cambian y los hijos nos adelantan
Una familia con diez hijos crece más cuando no olvida a los suyos. Debo reconocer que siempre me causó tristeza que los hijos de don Pedro Muñoz-Seca, quizá excesivamente cautelosos, perdieran la oportunidad de registrar entre sus deberes algo de más fuerza para que la figura de su padre estuviera más presente en nuestras vidas. Vivieron con su pena, pero a espaldas de su pena, con algunas excepciones, como tía Rosario, que 30 años después del criminal asesinato, siguió actuando como secretaria y archivera de su padre. Después, la segunda generación recuperó la memoria de don Pedro, siempre con los barullos que procura la lejanía. Don Pedro murió por España y sus ideales. Y al fin, en la tercera generación, los nietos de Muñoz-Seca hemos saldado parte de la deuda inmensa. Por supuesto que no voy a caer en el ridículo de intentar convencerles –va por sus cinco novelas–, y aparecer dentro de mis necesidades literarias soltando auroras boreales. Pero mi hijo menor, Alfonso J. Ussía, me ha dejado atrás y hoy en día es mucho mejor escritor. Y lo afirmo como lector, no con orgullo de padre –y de madre– que tanto ha influido en su éxito.
El pasado domingo fue premiado en el salón de plenos del Ayuntamiento de Sevilla por la fundación que ampara la melancolía y la herida del cobarde crimen en la noche que le prepararon la rata viscosa de Kantauri y dos colegas del horror. De noche, de vuelta a su casa, de espaldas y por la nuca. Se habla de un posible premio –quizá el de literatura que Urtasun quiere conceder a los etarras que le asesinaron–. Quien convive con terroristas termina inmerso en el terrorismo. Mi mujer y mis hijos han llevado durante veinte años la amenaza en la nuca compartiendo mi compromiso. Luis Salcedo se llama mi ángel de la guarda. Una mañana, llevaba a mis hijos al colegio, y me avisaron mis vástagos. –Papá, nos sigue un coche con tres etarras. Miré por el retrovisor y di mi veredicto. –Son policías. Y nos acompañó la risa durante el resto del trayecto. Los etarras se vestían bien para matar.
Mis hijos han vivido con naturalidad la llegada de agentes a casa con el fin de que reconocieran la imagen de Bienzobas, que falló conmigo, aunque su labor fue efectiva en el crimen del presidente del Tribunal Constitucional, cuando ese cargo lo presidía un sabio y demócrata socialista. Alfonso es un lector empedernido –mi única ayuda–, se hizo amigo de guardias civiles, policías, y sintió la necesidad, desde su soledad, de emprender una tetralogía de los criminales de la ETA, y tres libros más. Le escandalizó la nube de olvido de los asesinados sin cuerpo. Estaba emocionado, pero no más que Pili y yo desde la distancia. Nos quedan tres borrokas para narrar el período de la sangre. El salón, presidido por el señor alcalde, estaba repleto y con representantes de uniformes y representantes sociales. Volvió a demostrar su desparpajo y el dominio de la palabra en su brillantísima alocución.
Sentí lo que debe sentir el padre de un gran escritor. Que los tiempos cambian y los hijos nos adelantan. Hoy duermo tranquilo pensando que el Ussía que vale, el jefe de las letras entre los míos, es mi hijo Alfonso.
Máxima felicidad
Nota. Puse a caer de un burro a Movistar. Fue la culpa de un fallo de comunicación, y me salvó Fabián, un técnico de Movistar, amabilísimo y eficaz. Perdón a quien se haya sentido ofendido.