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Cartas al director

Elena de Constantinopla

El personaje del que quiero hablarle hoy es conocido por su legado. No solo descubrió lo que la tradición asevera fue la cruz en la que estuvo clavado el mismísimo Jesús de Nazareth, sino que ordenó la construcción de numerosas e importantes basílicas como la de la Natividad en Belén o la del Santo Sepulcro en Jerusalén.

Nuestra celebridad convenció al emperador de la mayor potencia en el mundo conocido para que tomara una decisión que cambió el curso de la historia: Constantino puso fin a la persecución del cristianismo, cambiando el curso de la historia para siempre.

Hablo de Elena de Constantinopla, su madre.

No en pocas ocasiones en mi entorno laboral surge el debate de por qué los jóvenes de hoy nos negamos a tener hijos.

Los motivos son diversos, pero yo siempre lanzo la misma pregunta a los padres presentes: ¿qué es lo mejor que han hecho en su vida? Salvo raras excepciones, la respuesta siempre es la misma: mis hijos.

Y es que puedes haber viajado, logrado conquistar metas laborales, superar espinosas adversidades o, qué sé yo, que te hayan publicado una carta al director en algún prestigioso periódico de tirada nacional. Pero, sin duda, todo se convierte en una nota a pie de página en el gran libro de la paternidad.

Es por ello por lo que me atrevo a aseverar que, si preguntásemos a la hoy Santa Elena de Constantinopla qué la hizo una mujer empoderada, una mujer grande, no hablaría de los templos que construyó, del legado de fe y devoción que nos dejó; ni siquiera creo que nos mentaría el hecho de, de alguna manera, acabó con la persecución del cristianismo.

Diría, sencillamente, que lo mejor que hizo en su vida fue su hijo.