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Cartas al director

Arde mi tierra

Arde la península en medio de un escenario de caos y desolación. Hace unos días contemplamos con el corazón encogido las imágenes de una señora, creo que era portuguesa, que forcejeaba con una agente desoyendo su advertencia de inminente necesidad de abandonar su casa.

La señora, con el alma desgarrada, gritaba su negativa y, casi a empujones, la chica la obligaba a subir a un vehículo y poner su vida a salvo, lejos de las llamas. Pocas situaciones ha de haber que duelan tanto como la de verte en la necesidad de salir corriendo con lo puesto y dejar atrás tu vivienda, tu historia, tus recuerdos, tus pertenencias, tus tesoros, tu refugio, tu patrimonio, tu lugar seguro. El fuego arrasa montes, campos y pueblos borrando de un plumazo parte de nuestra tierra, de nuestra historia y de nuestra vida. Un paisaje teñido de gris y perfumado de muerte. Un cielo cubierto de humo que cuesta respirar y que duele mirar. El mayor de los castigos.

Destrucción y ausencia de vida. Cada árbol caído en una batalla que está perdida desde su inicio, cada animal que huye presa del pánico, cada familia que observa impotente cómo la ceniza se adueña del horizonte, no es sino una herida abierta en el corazón de España, una España que llora unas lágrimas teñidas de dolor y de rabia. Cada incendio es un recordatorio de nuestra fragilidad, pero también un tirón de orejas frente a la falta de prevención y al abandono del medio rural. Es un grito en el infierno, un infierno que devora, que aniquila y que muerde. Y para acabar me pregunto, ¿Dónde está el ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación? ¿Se lo habrá devorado el fuego?