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18 de abril de 2024

TribunaTino de la Torre

Jean Cocteau y lo posible

Cuando te empeñas en empresa imposible o insensata a veces consigues que se haga realidad. Es la diferencia entre la audacia de los valientes y la temeridad de los insensatos

Actualizada 04:15

La frase de Jean Cocteau es genial en su concreción: «Lo consiguieron porque no sabían que era imposible». Se ha utilizado en casi cualquier dirección igual para explicar grandes gestas de la historia, como para intentar dar una dignidad a lo más temerario e insensato. El que escribe piensa que, bien reflexionada, su autor invita a rellenar con audacia lo que no se puede planificar o calcular.
Cogido el pensamiento por alguno con menos de 20 años, el pelo alborotado y la cara llena de acné le remueve de la modorra veraniega; le hace pensar que no todo está perdido. En supremo esfuerzo se pone a estudiar en el agosto playero; se asoma a la ventana a respirar, ve pasar la vida que ya huele al jazmín de las tardes y también ve cómo ríe despreocupadamente ese amor platónico con el helado en la mano. Resignadamente, concluye que nada más se puede hacer en ese momento que hacer unas muecas ante el espejo a ver «si se da un aire a ese» y volver a la página 315 a estudiar la paz de Westfalia; ni más ni menos. Cuentan que a pesar del ánimo que tanto le flaqueaba consiguió aprobar y eso animó a la criatura a estudiar y progresar. Acabó la universidad y aprobó la oposición, el fenómeno.
Hubo otros que hicieron uso de este pensamiento, pero forzaron la máquina. Quisieron lo imposible y no lo consiguieron. Como el que haciendo de aspirante a cantautor, de esos que en el mismo verano (y sin idea de recuperar asignaturas en septiembre) se sentaba al lado de la poza o al lado de la piscina, rasgaba los cuatro acordes que sabía y cantaba mirando para arriba, hacia las nubes, como si le llegara la inspiración desde alguna galaxia lejana. Depende de la ubicación o del tipo de audiencia que convocaba iba de la canción-protesta a Objetivo Birmania. Se dice que nunca le funcionó y no ligó nada. Se veía venir.
Otros intentos se acercaron más a la pura reflexión de Cocteau. No sabía Cristóbal Colón que era imposible llegar ni a aquella isla «repleta de oro» de la que habló Marco Polo ni llegar a las Indias por el camino que escogió. Pero, al menos, se pusieron medios, buena marinería y valentía Llegaron a lo que pensaron que era Cipango (que realmente era nuestra querida Cuba). Era imposible, pero lo consiguió. O al menos Colón murió pensando que había conseguido su objetivo. Fue el comienzo de aquella fascinante aventura americana que expandió religión, respeto y dignidad al ser humano, nombres de ciudades, españoles por medio mundo, idioma y al final, poca ganancia para la saca. Lo de administrar bien no fue nunca nuestro fuerte.
También se supone que Don Justo Gallego ignoraba que era imposible construir una catedral y hacerlo él solo, desde el primer ladrillo. Empezó en 1961 y llegó hasta donde llegó con su construcción en Mejorada del Campo (Madrid). Tenacidad, voluntad y una fe que le hacía sentirse solamente como un medio para un fin (antítesis de individualismos y arrogancias actuales) le llevaron muy lejos y casi la acaba. Suponemos que El Padre Angel y Mensajeros de la Paz, quienes son ahora sus dueños por herencia, encargarán a un arquitecto revisar un poco cómo anda de cimientos y de columnas, es decir de estructura, para que el proyecto pueda durar. Don Justo lo consiguió. Y el edificio ahí está, casi terminado.
Pero, como decíamos antes, lo malo es cuando algunos interpretan perversamente el concepto, ya que es un hecho que cuando te empeñas en empresa imposible o insensata a veces consigues que se haga realidad. Es la diferencia entre la audacia de los valientes y la temeridad de los insensatos.
En Venezuela, hace no tantos años, unos militares se sublevaron y dudo que imaginaran hasta donde podían llegar. Imposible a ojos de todos, pero lo consiguieron. Y tampoco nadie pensaba que el país pudiera estar en la ruina económica y moral en la que está ahora. Eso es lo que cuentan, por miles, los que llegan a España narrando cómo en poco tiempo empezó a girarse un país «que lo tiene todo» para llegar a lo de hoy.
Por cierto, los que vienen de allá, esos buenos amigos capaces de contar la desgracia con ese «hablar» elegante y sedoso del norte de Sudamérica –que todo parece que lo atenúa– nos advierten de que es muy parecido a lo que se escucha aquí de un tiempo a esta parte. Dicen que todo comenzó con mensajes populistas, soflamas, promesas, odio al rico y al que prospera, repartir la propiedad, etc. Poco a poco se ve cómo se va extendiendo por países de lo que todos conocíamos como Hispanoamérica y que hoy ya no se sabe muy bien la calidad de la ligazón que nos une a ellos.
Lo imposible a veces llega a ser posible. Es lo que tiene la suerte o el destino. Pero cuando es posible hay que saber qué hacer con ello, sobre todo si has necesitado el concurso de muchos para llegar ahí. No se trata solo de «pisar parlamento», sino de que la revolución se lleve a cabo, se la dote de contenido y haya un progreso social.
Cada uno sabrá si esto está ocurriendo, visto lo visto. 
  • Tino de la Torre es empresario y escritor
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