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TribunaGonzalo Ortiz

Se oscurece el futuro de Francia

Francia sabrá, gracias a su genio histórico, encontrar salidas del atolladero actual y de la fuerte confrontación política a la que se ha visto abocada, donde prevalecen los «gillet jaunes», los sindicatos o el ideal «woke»

Actualizada 18:54

He estado en junio en Francia gracias al Interrail (cuidado amigos, que el billete no os asegura la reserva y los trenes van llenos) y he podido visitar con tristeza la playa Omaha en Normandía o la región del Somme/Marne, testigos mudos con sus enormes cementerios del suicidio doble que fueron para Europa las dos Guerras Mundiales.

Tengo gran respeto por la nación vecina, por muchas razones:

1. El papel histórico de Francia, singularmente desde Luis XIV, unido al esplendor de su cultura y pensamiento. Gracias a Renato Descartes el hombre descubre su propia entidad «pienso, luego existo», lo que le atribuye chispas de divinidad.

2. Francia ha sabido estar, en el siglo XX, en el lado bueno de la historia, aunque los errores de Clemenceau tras la Primera indujeron el desencadenamiento de la Segunda. Gracias a la «Francia libre» del general De Gaulle, Francia consiguió un puesto permanente en el Consejo de Seguridad, que sigue detentando.

3. La reconciliación franco alemana ha sido el eje director de lo que se llamó Mercado Común, luego CEE y ahora Unión Europea. Y en ese tándem Francia solía imponerse a Alemania que llevaba la rémora de la derrota en la Segunda Guerra Mundial.

4. Durante muchos años el «Hexágono» ha llevado una política exterior independiente y coherente. Construyó una «force de frappe» atómica propia, reconoció la República Popular China anticipándose a muchos, propició el lanzamiento de operaciones de mantenimiento de la paz, coordinó el proceso de paz en Camboya, y se permitió dudar de las «armas de destrucción masiva» que justificaron la intervención en Iraq.

Macron fue reelegido como jefe de Estado para otros cinco años en 2022. Con 44 años tiene todavía por delante mucha legislatura. Diríase que con estos parámetros no hay razón para inquietarse. En nuestro vecino no hay más problema independentista que en Córcega. La «regionalización» ha avanzado con la formación de 18 grandes regiones, que aunque no tienen Poder Legislativo, sí ejercen capacidad reglamentaria. El sólido centralismo de París y los 101 departamentos no están bajo la mira reformadora. Las grandes escuelas siguen formando grandes profesionales y el idioma francés, aunque en retirada, todavía está muy extendido a lo largo y ancho del mundo. Y Francia ha sabido mantener restos de su antiguo imperio colonial con las llamadas «regiones de ultramar» (Guadalupe, Martinica, Guyana, Mayotte y Reunión) más Nueva Caledonia (que ha votado en dos ocasiones en contra de la independencia).

La repetición de gravísimos disturbios en estos días (como el incendio de hace años en la Catedral de Notre Dame) son, sin embargo, malos presagios de un futuro que se oscurece (y no me refiero al color de la piel de los franceses de hoy, cada vez más multirracial y variado). Es el reflejo de graves problemas sin resolver. La reforma de las pensiones inspirada por Macron ha producido una ola de boicots y manifestaciones. Cada vez se hace más patente que los franceses musulmanes siguen viviendo en guettos no integrados en la sociedad. Está en riesgo el modelo energético francés que con 58 centrales nucleares presumía de producir la energía eléctrica más barata de Europa. Sube la inflación y sube el desempleo que algunos estiman en el 7 y 7,5 por ciento respectivamente. Y hasta la política exterior francesa, calificada por la embajadora Sylvie Bermann en su libro de memorias como «con una visión conceptual y estratégica del mundo así como un discurso estructurado», ha perdido el lustre de antaño.

En el año 1977 Raymond Aron publicaba su Pladoyer pour l´Europe decadente que fue, sin duda, premonitorio. Tras cinco grandes presidentes de la V República, los últimos han brillado a mucha menor altura. El actual, Macron, ya un estadista senior en la Unión Europea, tiene un excelente discurso, pero en política interna se ve impotente para llevar adelante programas de reformas. Alain Minc muestra su desaliento ante lo que califica «gran vacío ideológico de una sociedad sin rumbo» y Michel Houllenbec describe el futuro de Francia en manos del islam y la degradación de costumbres.

Los problemas se van haciendo más graves: de demografía y de falta de nacimientos, de autonomía energética con cierre de centrales nucleares y falta de alternativas reales, de la industria francesa a la que le afectan rigurosas normas ecológicas y no cuenta con las generosas subvenciones de Norteamérica, de integración de los emigrantes. Por otra parte, Asia inunda los mercados europeos y «la sociedad de bienestar» tiende a producir deficits impagables. En Ucrania, el alineamiento con los Estados Unidos es una posición generosa y valiente, pero sumamente onerosa.

Como español debo manifestar hacia Francia respeto y afecto, aunque sin complejos de inferioridad. El país galo seguirá desempeñando un papel fundamental en la Unión Europea. A pesar del debilitado eje franco alemán sigue organizando iniciativas tan importantes como la Conferencia del Clima en París, o en estos días (22-23 junio), la Conferencia Norte Sur para un nuevo pacto financiero mundial. Francia sabrá, gracias a su genio histórico, encontrar salidas del atolladero actual y de la fuerte confrontación política a la que se ha visto abocada, donde prevalecen los «gillet jaunes», los sindicatos o el ideal «woke». Se irán las nubes negras y vendrá la calma. Francia (con Europa) sabrá salir de su encrucijada actual.

  • Gonzalo Ortiz es embajador de España
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