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17 de mayo de 2024

TribunaRafael Fayos Febrer

La Europa incoherente

Quienes proponen como derecho fundamental y constitucional el aborto no caen en la cuenta de que se genera un conflicto de intereses con otro derecho: la objeción de conciencia de los sanitarios y personal médico que debería realizar el aborto

Actualizada 01:30

Uno de los rasgos que caracteriza a las sociedades contemporáneas es la capacidad de convivir con llamativas incoherencias de modo pacífico, ajenos a las contradicciones que implican, como si nuestro mundo padeciera inconscientemente un singular trastorno bipolar. Hace pocos días, le comunicaba a un compañero de trabajo mi sorpresa al constatar que por un lado exigimos que el deseo de tener un hijo se convierta en derecho y que se ponga a su disposición todo el acervo de la ciencia y el poder de la técnica para lograrlo cueste lo que cueste. Por otro lado, me desconcertaba que Francia y el Parlamento Europeo trabajaran incansablemente por consagrar como derecho, y no cualquiera, sino constitucional y fundamental, justamente lo contrario, esto es, el aborto. Intereses tan opuestos como en un caso concebir, custodiar y proteger hasta el nacimiento una vida cuando la naturaleza parece oponerse a ello, y en otro caso eliminar, destruir y cancelar la vida germinal cuando esa misma naturaleza la ha hecho florecer, conviven en nuestras conciencias sin que nadie denuncie su contradicción.
La reciente pretensión del Parlamento Europeo es también contraria con las enseñanzas y la doctrina de alguno de los padres fundadores de la cultura occidental como fue Sócrates. Quienes proponen como derecho fundamental y constitucional el aborto no caen en la cuenta de que se genera un conflicto de intereses con otro derecho: la objeción de conciencia de los sanitarios y personal médico que debería realizar el aborto. Efectivamente, si la mal llamada interrupción del embarazo (se interrumpe solo lo que se puede posteriormente continuar) comienza a figurar en la carta magna de los derechos humanos, los agentes sanitarios no podrán defenderse con el escudo de la objeción de conciencia con el fin de abstenerse de participar en un aborto. Muchos ordenamientos jurídicos europeos, que por cierto reconocen el derecho a la vida y al mismo tiempo privan de la misma a un inocente (otra contradicción), obligaría a los centros de salud, públicos y privados, y por lo tanto a todo su personal, a prestar este servicio. Ya suscitaron muchas reservas la elaboración de un listado de objetores que proponía la última ley del aborto en España. Ahora, ya no haría falta tal elenco porque nadie podría acogerse, en el caso del aborto, a la objeción de conciencia. Escribía Romano Guardini en los años 60 del siglo pasado, precisamente cuando la cuestión del aborto fue planteada en Alemania, lo siguiente: «hemos llegado a la consecuencia de que -como en los doce años oscuros (nazis)- un hombre sea obligado por el Estado a hacer algo que en su conciencia es un crimen, o a perder su profesión: una de las peores formas de destrucción social que se pueden imaginar».
No hay nada más destructor de la interioridad humana que actuar en contra de la conciencia. Y por el contrario, uno de los elementos que más nos edifica en la biografía de todo héroe o vida ejemplarizante es precisamente la fidelidad a lo que uno entiende es la verdad y el bien en toda circunstancia y en todo momento, a pesar de las consecuencias negativas o desfavorables que ello pueda acarrear. Este es uno de los pilares sobre los que a lo largo de los siglos se ha construido la civilización europea, del que escribió abundantemente el cardenal John Henry Newman y hace atractivas y meritorias las figuras, por ejemplo, de Sir Tomás Moro en el campo del derecho, de Jerome Lejune dentro la investigación científica o de la joven Sophie Scholl (de la Rosa Blanca) en el activismo político en contra del nazismo. Todos ellos entendieron que si uno no puede vivir conforme a la verdad es mejor no vivir.
En la filosofía clásica existe un principio sobre el que se articula toda la teoría del conocimiento como también la explicación metafísica de la realidad. Tiene diversas denominaciones, pero se le suele conocer como el principio de no contradicción. Dice así: «una proposición y su negación no pueden ser verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido». A este axioma, que dota de coherencia lógica a todo pensamiento riguroso, es al que se verían obligados a renunciar los sanitarios si finalmente en toda Europa, como ha sucedido en Francia, se reconoce el aborto como un derecho constitucional y fundamental. En fin, la Europa incoherente se ha empeñado que la medicina, que por su misma naturaleza está orientada al servicio de la vida, sea compatible con procurar la muerte de un inocente.
  • Rafael Fayos Febrer es profesor titular de Antropología de la Universidad CEU Cardenal Herrera
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