La colonización idiomática
Que por razones de mala política se suscite entre la RAE y el Instituto Cervantes un conflicto entre dos organismos que debieran aunar sus esfuerzos en el sano fomento de nuestro idioma, carece de sentido
Hace bastantes años subí a un autobús en Manhattan. Iba vestido de oficinista, con chaqueta y corbata, no del turista que era. Me tocó estar cerca de unas señoras bien vestidas y al preguntarles en mi mal inglés una dirección, me repreguntaron a su vez de qué país –country- era. Sencillamente, les contesté que español. Por lo visto, como no se correspondía al estereotipo que se habían forjado de un «hispánico», mostraron su incredulidad y tuve que explicarles qué era y donde se situaba España. Y eso me confirmó desde entonces que saber inglés no implicaba ser una persona culta. La mayoría de mis numerosos hijos y nietos hablan un buen inglés. Han estudiado cuando menos un año en países angloparlantes, por lo que se mueven bien en numerosos ámbitos: comercial, técnico, informático, literario y hasta coloquial. Y ello me ha confirmado en la idea de la riqueza que para ellos supone dicho conocimiento y, a la vez, el riesgo de que su inadecuada utilización los pueda conducir a sumarse al «cosmopaletismo» reinante. Este palabro se lo oí a un entrevistado sobre un tema parecido a aquel sobre el que versa este artículo y me gustó. Porque el apetito colonialista que, sobre todo, durante los siglos XVII al XX, se desarrolló en el mundo anglosajón y europeo, no solo continúa, sino que se amplía y diversifica con la colaboración de su utilización idiomática, consciente o inconsciente, por los propios españoles. Aunque se podría decir que también hubo colonialismo por parte del extinguido Imperio Español, lo cierto que la revisión de la llamada Leyenda Negra ha servido para comprobar que, en muchos casos, la posible destribalización que conllevó, se mejoró con el enriquecimiento cultural y religioso de los llamados pueblos indígenas. El mestizaje en el Nuevo Mundo se produjo de forma respetuosa. Cuando digo respeto, quiero decir que ello no supuso nunca menosprecio, sino que contribuyó a mejorar su estatus sin aplastar, su identidad. Aunque ello se hiciera en algunas ocasiones, fue mucho menos destructiva que en el ámbito anglosajón.
Pero no quiero detenerme en el análisis de ese producto legendario que traicionó la verdad histórica, sino a esa forma de «cosmopaletismo» que, presumiendo de cosmopolitismo y modernidad, ha sembrado nuestras ciudades de rótulos en inglés. Millares de comercios y productos son denominados con esa clase de letreros, enviando a los trateros a los tradicionales y castizos. En las zonas españolas en el que el independentismo es más beligerante, la aversión se ha llegado a convertir en agresión hacia formas de rotular en español, para forzarlas a hacerlo en los otros idiomas españoles constitucionales, mientras que admiten sin discusión los que no son españoles. Las conferencias y charlas empresariales están plagadas de expresiones inglesas, que pretenden dar un tono más innovador a la correspondiente exposición, cuando admitirían perfectamente ser expuestas con palabras y giros españoles. Porque eso es lo más grave, derivando mi discurso al terreno mercantil, en las transacciones y contratos, hay una indudable pérdida de presencia internacional, convirtiendo las expresiones inglesas en casi la única lengua vehicular. No debe olvidarse que, los idiomas no son solo palabras correctamente ensambladas mediante una buena sintaxis, sino manifestaciones fonéticas de una determinada forma de pensar, de tal manera que precisamente una buena traducción debe ser capaz de reflejar el pensamiento que se transmite.
Asistimos a una segunda revolución tecnológica, casi, o más importante, que la industrial, cuyo tren perdió España, precisamente cuando se originó el fenómeno de colonialismo idiomático al que nos estamos refiriendo. En el otorgamiento del premio Nobel a los tres economistas que lo han recibido, se ha puesto de manifiesto que la transición energética y la revolución tecnológica, por la inteligencia artificial, puede ser un factor decisivo para una nueva era de crecimiento sin precedentes. Y antes de que nos demos cuenta, la inercia del conformismo hacia la invasión del inglés, por inactividad, pueda llevarnos de nuevo a que los asistentes de la IA - así el ChatGPT- sean unos instrumentos de interactuación que exijan la previa conversión desde el inglés. Por ejemplo, si uno pregunta en internet cómo entrar en el ChatGPT en español, te contesta: «entra en Chat.openai.com y regístrate pulsando Sign up». Esa nueva tecnología debe encontrar el camino para superar las barreras y muros idiomáticos porque, como dijo Felipe VI en Arequipa, ninguna lengua nació para ser obstáculo, sino factor de relación. No estamos abogando por entablar una batalla para conseguir ser la metrópoli en un nuevo imperio colonial de la cultura, sino evitar que continúen los consabidos colonialismos.
Que por razones de mala política se suscite entre la RAE y el Instituto Cervantes un conflicto entre dos organismos que debieran aunar sus esfuerzos en el sano fomento de nuestro idioma, carece de sentido. Precisamente creo que fue un acierto, poner al frente de la RAE a una persona como Muñoz Machado que, a su condición de persona culta y lingüista, suma la de ser un buen gestor como experto en Derecho Administrativo. Para dirigirla no viene mal una capacidad de gestión capaz de moverse bien en el difícil mundo de las comunicaciones globales.
- Federico Romero Hernández es jurista