Humor Muñoz-Seca
Firme en la crítica, oportuno en la risa, generoso en el elogio y extraordinario al contar anécdotas memorables, Ussía deja huérfanos a los lectores que diariamente nos arrancaba una sonrisa con sus publicaciones en El Debate
Tengo el privilegio de pertenecer a una familia en la que el humor es lo que realmente trasciende de generación en generación. Y, además, es una suerte que el nuestro sea del bueno: vivo, irónico e implacable. Una virtud que se lleva en la sangre y que descubrí cuando era tan solo una niña, gracias a mi abuelo materno.
Don Joaquín Muñoz-Seca era el hijo mayor de don Pedro, el famoso dramaturgo. Durante uno de nuestros paseos, se cruzó con un hombre al que apenas dedicó una mirada y, muy serio, murmuró:
—Mira por dónde… uno de mis diez.
Yo, con la inocencia de entonces, le pregunté qué quería decir aquello de «uno de mis diez».
Él, sin perder la solemnidad, me respondió:
—Yo, cuando me cago en diez, me cago de verdad en diez personas, con nombres y apellidos. Y ese señor que acabas de ver está en mi lista.
Así era mi abuelo: incluso para «cagarse» en alguien, lo hacía con una genialidad inimitable.
Del mismo modo era mi tío Alfonso Ussía, digno nieto del creador de Don Mendo. Siempre brillante con la pluma, cuando tenía que «cagarse» en alguien lo hacía sin tapujos. Estoy segura de que su lista tenía más de diez nombres, como la mía; no es difícil en los tiempos que corren. Firme en la crítica, oportuno en la risa, generoso en el elogio y extraordinario al contar anécdotas memorables, Ussía deja huérfanos a los lectores que diariamente nos arrancaba una sonrisa con sus publicaciones en El Debate.
Porque el humor es la manera más eficiente de «cagarse» en todo, pero con estilo.
Es hacer de la vida una astracanada, convertir el disparate en una virtud y la risa en un acontecimiento. Es la única herencia que permanece, que perdura en el tiempo y que te sostiene cuando no tienes nada más que perder.
Bien lo sabía don Pedro que, ante el pelotón de fusilamiento en Paracuellos del Jarama, dijo su célebre frase «Podéis tratar de quitarme todo, hasta la vida… pero hay algo que jamás me podréis quitar. ¡El miedo que tengo!». Y antes de morir añadió: «Sois tan hábiles que me habéis quitado hasta el miedo».
Con miedo o sin él, su muerte la vistió de ingenio. Igual que el tío Alfonso enfrentó sus últimos días con el humor en la palabra, regalándonos artículos cargados de ironía. Eso es morir con las botas puestas, fiel a su voz y estilo, hasta el final.
Y ahí reside la grandeza de mi familia: el humor nos inmortaliza. Mientras haya un lector que esboce una sonrisa al recordarlos, los Muñoz-Seca seguirán vivos en cada carcajada. Esa lucidez burlona, esa valentía traviesa, esa capacidad de iluminar la tragedia con una risa es la herencia que nos dejó mi bisabuelo don Pedro.
¡Me cago en diez! ¡En veinte! ¡En treinta!
Así somos. Orgullo de apellido.
- Nuria Ferrer Muñoz-Seca es dramaturga