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08 de mayo de 2024

José Luis Méndez

Entrevista al director de la Pastoral de la Salud de la CEE

José Luis Méndez, médico y sacerdote: «La vida humana empieza a tener un valor muy relativo»

Conversamos sobre la vida, la interrupción de la misma, y la fe con alguien que ha dedicado su vida a acompañar y servir a la verdad. A saber: hay belleza y bondad en un mundo que merece la pena ser vivido

Doctor y sacerdote. Una doble vocación que José Luis Méndez, director del departamento de Pastoral de la Salud de la Conferencia Episcopal Española, no disocia. Al contrario. La agudiza con los acontecimientos que la actualidad trae consigo.
Sobre el aborto, la eutanasia y la vida charlamos con él.
–¿Cuál es el eco que les va dejando los nuevos postulados contra la vida?
–Lo miro con preocupación porque me parece que algo que ella nos dijo hace muchísimos años san Juan Pablo II cuando decía que la conspiración contra la vida va adelante. La vida humana empieza a tener un valor muy relativo mientras que con la de un perro, por ejemplo, hay que tener mucho cuidado con lo que hace y lo que le dices.
A mi juicio, esto pone en evidencia algo que estamos viviendo, donde la vida del hombre vale lo que yo decido que valga, lo que la madre que aborta decida que valga, o lo que el médico que va a llevar a cabo esa práctica o a aplicar la eutanasia a un enfermo decida que valga la vida. Si la vida de las personas vale lo que otra determine, pues es muy preocupante, porque el día de mañana lo van a decidir sobre ti, sobre mí y sobre aquellos que hoy deciden por nosotros.
José Luis Méndez hablando con El Debate

José Luis Méndez hablando con El DebatePaula Argüelles

–La Iglesia siempre ha intentado salvaguardar ese templo interior que es la conciencia, el espacio sagrado ante el que nos descalzamos. Parece que ahora hay una propuesta encima de la mesa para fiscalizar a los que rezan frente a una clínica abortiva. ¿Cómo se confronta, desde sus convicciones, esta realidad?
–Respecto a este asunto, hay una comprensión equívoca de la conciencia, que no es apelar a la mera subjetividad. Es verdad que la conciencia es un juicio subjetivo, pero que tiene que ver con la verdad sobre el bien. La conciencia hace una referencia última al bien de la persona. Para los católicos está claro cuál es la verdad última sobre el bien de la persona. Yo, cuando era estudiante de medicina, no era precisamente creyente pero siempre entendí que el tema del aborto era un atentado contra la vida. Quizá porque el ejercicio mismo de la medicina supone una vocación al servicio de esta. Yo les preguntaría a todos estos defensores del aborto qué esfuerzo hacen ellos por recuperar y ayudar a las personas que sufren el síndrome post aborto, contrastadísimo desde hace ya muchos años por revistas científicas serias. ¿Quién se preocupa de lo que sufre la mujer que ha practicado el aborto, del hombre que lo ha inducido, incluso de los médicos que lo han practicado? Curiosamente es la Iglesia, junto con otras instituciones cristianas que no son católicas, que salen al encuentro de estas personas para ayudarla. Todavía hoy se desconoce que nosotros, como Iglesia, no queremos combatir a las personas que deciden abortar. No, nosotros queremos combatir el aborto, queremos incluso hacerlo impensable y ayudar a las personas.
–¿Va a seguir siendo necesario, ante una flexibilización normativa respecto al aborto que afecte el día a día de la sociedad, la intervención de un obispo o aquel al que le haya delegado la potestad de perdonar un aborto?
–La decisión de que sea la absolución, no el pecado, la absolución canónica de la excomunión, la sentencia que lleva aneja la realización del aborto, es lo que está reservado. Levantar esa excomunión está reservada al obispo y aquel a quien el obispo designe. Lo normal en las diócesis es que el penitenciario de la Catedral tenga licencias para absolver de determinadas sanciones canónicas, como es la excomunión en el caso de aborto. En este sentido, como medida prudencial, no creo que se quite porque ayuda a no perder la conciencia de que se trata de un tema muy serio.
Si uno ve a un hijo suyo que está jugando con plástico y que puede acabar derramando el líquido, le puedes decir: «Oye, hijo, deja de hacer esto». Pero si con lo que está jugando es con una granada y ves que le va a quitar la anilla, le pegas un bocinazo para paralizarlo, porque es muy serio lo que está haciendo. Ahora bien, ¿qué sucede muchas veces? Que quien ha practicado el aborto desconoce la gravedad que pesa sobre ese pecado. En ese caso nadie queda excomulgado. Cualquier sacerdote puede absolver todos los pecados, todos, lo que no pueden es levantar la sanción canónica salvo un caso de proximidad a la muerte. Dicho esto, la Iglesia es madre y puede perdonar, y puede absolver de todos los pecados. Cuando alguien llega con un caso como este a un confesionario hay que perdonarle cuando hay desconocimiento, pero también hay que explicar que, en condiciones normales, si la persona que se confiesa fuera consciente de la gravedad de los hechos, yo, como sacerdote, no podría absolverle porque primero le tiene que levantar una sanción canónica que corresponde al penitenciario o al obispo.
–Acabamos de conocer el fallo de la Corte Constitucional de Colombia donde se va a permitir interrumpir el embarazo hasta los 6 meses de gestación. ¿Cómo se reacciona ante lo que es vida? ¿Es una cuestión de días, semanas o meses?
–Es una cuestión que lleva parejo una ignorancia espectacular. En el momento en el que se fusionan los dos núcleos, el masculino y el femenino, empiezan a producirse una serie de cambios que están dirigidos, desde el primer momento, por esa nueva realidad biológica que es el cigoto, antes incluso de que se hayan fusionado los cromosomas de la madre con los del padre. Desde entonces ya hay toda una organización bioquímica que inicia un proceso nuevo. Esto no es una cuestión de fe. Solamente hay un momento en el que uno empieza a ser persona, sólo uno, y desde ahí hay que respetarla con toda la dignidad que se le confiere a un ser humano. Todo lo demás, el cálculo numérico, no es sino una estrategia fundamentada en una mentira repetida mil veces. ¿Qué diferencia hay entre los tres meses y las cuatro semanas? Desde el punto de vista biológico, desde la esencia de esa nueva vida, ninguna. Si entramos en esa matemática, qué sucede cuando no estás en condiciones de realizar esas capacidades que se atribuyen a lo que es una vida. ¿Dejamos de ser personas? ¿Dejamos de cuidarlos? ¿Eliminamos a los que no pueden hablar, que no pueden expresar sus sentimientos como lo hacemos tú y yo? ¿Quién dice cuánto hay que pensar para pertenecer a la especia humana?
José Luis Méndez

Paula Argüelles

–¿Es moralmente aceptable que se pueda llevar a cabo un proyecto de ley eutanásico cuando en España no se cumplen con el mínimo requerido de unidades destinadas a los cuidados paliativos?
–Otra vez la ideología se convierte en criterio de verdad. Ante esto, hay que poner en evidencia lo que decía Jesucristo: «Yo he venido para dar testimonio de la verdad». La verdad es que la vida de cada persona es inviolable. Nadie tiene derecho a acabar con ella. Pretender que la eutanasia sea un modo de resolver el dolor y el sufrimiento es falso. En España mueren miles de personas todos los años con un sufrimiento evitable, que no tendrían por qué padecerlo porque no hay suficientes unidades de cuidados paliativos. ¿Por qué no gastamos dinero y recursos en dotar de cuidados paliativos, que no hay ni un reconocimiento de la especialidad? Porque la verdad no interesa.
–¿Cómo se vive esa doble vocación de médico y sacerdote?
–Yo he convivido perfectamente con el ejercicio de la medicina y mis convicciones personales. Cuando uno, en el ejercicio de la profesión, deja de cuidar, curar –siempre que sea posible–, cuando esto se desdibuja, empiezan a surgir los problemas. Los médicos hemos hecho un juramento hipocrático donde se determina que la profesión tiene una finalidad que es curar y por lo tanto no me plantea ninguna dificultad hasta donde voy a cuidar; hasta donde pueda y sea razonable. Si una persona se está muriendo y se está muriendo de un cáncer y no tiene objeto que yo le opere de una úlcera de estómago, pues no lo voy a hacer, pero voy a estar a su lado para calmarle los dolores, para calmar la ansiedad y eso no supone ningún problema de conciencia. El problema de conciencia como médico es quitarle la vida. Y la misión de los sacerdotes es simular: cuidar siempre. A veces hay personas que se obstinan en seguir un camino que les conduce a un sufrimiento permanente y reinciden una y otra vez. ¿Qué tenemos que hacer como sacerdotes? Cuidar, acoger siempre. Y el médico que tiene que hacer igual: escuchar. Lo que yo he aprendido, humanamente hablando, en el ejercicio de la medicina, me ha sido muy útil en el ámbito del ejercicio del ministerio sacerdotal, porque hay muchas virtudes que van de la mano.
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