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03 de mayo de 2024

Fragmento de la Ascensión de Cristo de Giotto

Fragmento de la Ascensión de Cristo de Giotto

Fray Luis de León y la 'Oda a la Ascensión', una de las obras básicas de nuestra literatura

La obra, en origen, cuenta con nueve liras, aun cuando la más leída es la reducida a cinco liras

El especialista en fray Luis de León, el Padre Ángel Custodio Vega (O.S.A) escribe a propósito del fraile agustino: «Fray Luis de León es sin duda un gran escriturario, un gran teólogo, un gran filósofo, un gran tratadista moral y un escritor castellano de primer orden. Pero es ante todo y sobre todo Poeta «por inclinación de su estrella», por don generoso y especial del cielo. Él, con su contemporáneo y simpatizante san Juan de la Cruz, mantiene la jefatura de la poesía lírica –poesía por excelencia– desde el siglo XVI; y no parece que surja por ahora un nuevo rey de la lira castellana, que pueda arrebatarles el cetro de la misma con derecho». Y la Oda a la Ascensión es una prueba de ello.
La obra, en origen, cuenta con nueve liras, aun cuando la más leída es la reducida a cinco liras. Esta estrofa (combinación de tres heptasílabos y dos endecasílabos con rima consonante aBabB) fue introducida en la lírica española por Garcilaso de la Vega, que la usó únicamente en la Canción V («A la flor de Gnido»); pero que estaba llamada a convertirse en la apoyatura métrica para la mayor parte de las composiciones de fray Luis de León y también de San Juan de la Cruz, con el Cántico espiritual a la cabeza, precisamente por su su carácter antirretórico, muy apta para la moderación, que es ideal renacentista.
La primera lira (versos 1-5) comienza con la conjunción copulativa «y», que se encuentra, por tanto, a principio de un periodo interrogativo, sin enlace con vocablo o frase anterior, y con cuyo empleo se da énfasis expresivo a lo que se dice. Las imágenes son relativamente sencillas de interpretar: la identificación «Jesús/Pastor santo» se relaciona con «grey/humanidad»; el «valle hondo, escuro» es el ámbito terrenal; y el «inmortal seguro» es el cielo al que asciende Cristo, dejando a «su grey» sumida «en soledad y llanto», es decir, huérfana y desconsolada. La aliteración del fonema oclusivo bilabial sordo /p/ («rompiendo el puro») y la aceleración del encabalgamiento («el puro / aire») ayudan a subrayar la queja, formulada en interrogación retórica que implica perplejidad, del poeta que se siente angustiosamente abandonado ante la partida del Señor:
¿Y dejas, Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, escuro,
con soledad y llanto,
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
La segunda de las liras (versos 6-10) retrasa la interrogación retórica hasta el último verso, tras plantear a lo largo de la misma la oposición entre el «antes» (cuando Cristo estaba en este mundo) y el «después» más exactamente el «agora» de su ascensión a los cielos. La contraposición entre «los antes bienhadados» [afortunados] y «a tus pechos criados» (es decir, seguidores «alimentados» con las doctrinas de Cristo) Y «los agora tristes y afligidos» [enormemente apesadumbrados, y de ahí la reiteración semántica «tristes/afligidos»] y «de Ti desposeídos» (es decir, privados de tu presencia física) hace más patética la interrogación retórica final: «¿a do convertirán ya sus sentidos?» (o sea, ¿adónde volverán sus sentidos para encontrar contentamiento?). La presencia del adverbio de tiempo «ya», con el significado de «ahora mismo», hace más intensa la expresión, que al igual que en la primera estrofa, es un monodiálogo del poeta con su creador: «y tú […] te» (versos 4-5), «de Ti» (verso 9):
Los antes bienhadados,
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
¿a do convertirán ya sus sentidos?
La tercera lira (versos 11-15) ofrece dos interrogaciones retóricas, que alcanzan a los versos 11-13 y 15. Y continúan las contraposiciones, porque los ojos de los seguidores de Cristo, acostumbrados a ver la hermosura de su rostro, sólo verán enojos [sentimientos de dolor interior que fatigan el ánimo]; y sus oídos, familiarizados con la dulzura de su voz, solo escucharán sonidos broncos y ásperos Por lo tanto, a la hermosura y dulzura de Cristo se oponen enojos y desventuras. El ser humano queda así, sin la presencia de Cristo, sumido en una total insensibilidad. De ahí que la interrogación retórica esté perfectamente ubicada al final de la estrofa, en el verso 15:
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y desventura?
La cuarta estrofa (versos 16-20) está montada sobre tres interrogaciones retóricas, y recuerda algunas liras de la Oda a la Vida retirada, del propio fray Luis de León. El «mar turbado» [cuya quietud se interrumpe violentamente] por el que navega la barquilla que simboliza al ser humano hace que sea zarandeada por el viento descontrolado (la adjetivación del verso 18 es plenamente garcilasiana: «viento fiero airado»). Y la vida terrenal queda sumida en el «desconcierto», como resultado de que Cristo está «encubierto», fuera del alcance de sus discípulos como resultado de su ascensión a los cielos. El sentido metafórico de las anteriores interrogaciones retóricas alcanza su clímax con aquella que cierra la estrofa, y que continúa la imagen marinera: «¿qué norte guiará la nave al puerto?». Cristo es, pues, como el faro que guía las embarcaciones a puerto seguro; pero al no estar presente en la tierra ya no puede cumplir con esa función; y por eso el poeta lo interroga acongojado:
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿quién concierto
al viento fiero airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?
En la quinta lira (versos 21-25) el poema alcanza su clímax, y de ahí que se acumulen exclamaciones, interrogaciones y formas interjectivas, con las que el poeta manifiesta su gran turbación. Aunque ofrecemos la puntuación habitual, el padre Ángel Custodio Vega propone una puntuación diferente, de forma que «nube» se convierte en vocativo: la nube –según él– es «envidiosa» porque les ha quitado a los discípulos la vista del Señor, al ocultarlo entre sus celajes. Por lo tanto, habría que colocar un punto después de «gozo» y comenzar con inicial mayúscula la oración interrogativa («¡Ay!, nube, envidiosa / aun de este breve gozo. ¿Qué te aquejas?»). Sea como fuere, la lira presenta el vuelo apresurado de la nube en la que va envuelto Cristo (y de ahí que se la califique de «rica») y vuelve a establecerse el contraste con los discípulos, que se queda así «pobres y ciegos», es decir, en soledad (verso 2) y en tinieblas (verso 14), sumidos en el más absoluto desconcierto. Para el padre Ángel Custodio Vega, «este tristes responde muy bien al estado de desilusión y fracaso en que se hallaba el poeta cuando compuso [la oda], si su composición fue en la cárcel y a raíz de su fracasada esperanza de libertad y absolución». ¡Con qué sencillez de recursos ha expresado fray Luis de León en esta estrofa la idea de un futuro ensombrecido por la ausencia de Cristo entre los hombres!
¡Ay!, nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te aquejas?
¿Do vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!
La versión completa de la oda incluye cuatro liras más (versos 26-45), que nos limitamos a reproducir. Y tan solo ofrecemos dos anotaciones.. La primera de ellas, relativa a la estrofa séptima (versos 31-35); unos versos en los que fray Luis de León está muy próximo al arrebato místico que encontramos en el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. Y la segunda hace referencia a los versos 44-45 («o puesto en tenebroso / o puesto en lugar claro y glorioso»). Sabemos que fray Luis de León pasó cinco años preso en las cárceles de la Inquisición (en concreto, en Valladolid), por haber vertido al castellano los versos del Cantar de los cantares, de Salomón, saltándose la prohibición de Trento. Estos versos podrían hacer alusión a su estancia en dicha cárcel y a sus esperanzas en lograr la libertad, pero en cualquier caso manifiestan su amor a Cristo con independencia de sus circunstancias personales.
Tú llevas el tesoro
que sólo a nuestra vida enriquecía,
que desterraba el lloro,
que nos resplandecía
mil veces más que el puro y claro día.

¿Qué lazo de diamante,
(¡ay alma!) te detiene y encadena
a no seguir tu amante?
¡Ay, rompe y sal de penas!
¡Colócate ya libre en luz serena!

¿Qué temes la salida?
¿Podrá el terreno amor más que la ausencia
de tu querer y vida?
Sin cuerpo no es violencia
vivir, mas lo es sin Cristo y su presencia.

Dulce Señor y Amigo,
dulce Padre y Hermano, dulce Esposo:
en pos de Ti yo sigo,
o puesto en tenebroso,
o puesto en lugar claro y glorioso.
El comentario ofrecido tiene un mero carácter divulgativo. Un estudio más profundo lo efectúa el filólogo y crítico literario Ricardo Senabre (fallecido en Alicante en 2015) con su habitual claridad expositiva, y puede descargarse en este enlace facilitado por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. (Se abre en pestaña nueva).
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