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La sombra de Francisco marcará varios aspectos del próximo papado

La sombra de Francisco marcará varios aspectos del próximo papadoEP

Los cinco pasos «sin marcha atrás» que dio Francisco y marcarán al próximo Papa

Aunque el nuevo Pontífice tenga su propio estilo y sus prioridades en la evangelización, el papado de Francisco ha conducido a la Iglesia por unas sendas que muy probablemente también seguirá su sucesor

Sea quien sea el próximo Papa, imprimirá su sello personal en el modo de gobernar la Iglesia... pero sobre la base del pontificado anterior. Esa ha sido la dinámica en la Iglesia desde el siglo I y hasta hoy, en lo que Benedicto XVI llamó la «hermenéutica de la continuidad»: cada uno de los 266 hombres que han ejercido el ministerio petrino para continuar el mandato de Jesús lo han hecho según sus propia personalidad y estilo, pero también caminando tras las huellas de sus predecesores. Todo, para adecuar mejor el soplo del Espíritu a cada tiempo histórico (que no es lo mismo que adecuarse al «espíritu de los tiempos»).

Esa labor de conjugar «lo nuevo y lo viejo», como en la parábola evangélica, variará según quién ocupe la silla de Pedro, y si resulta más o menos afín a las sensibilidades de Francisco. Sin embargo, sea quien sea el hoy cardenal que salga vestido de blanco por el balcón central de la logia vaticana, es muy probable que vaya a ahondar en, al menos, cinco pasos dados por el fallecido pontífice y para los que no parece que vaya a haber marcha atrás.

1. Sencillez en las formas

Durante los últimos dos siglos, el ejercicio del papado ha ido experimentando un progresivo abajamiento en sus formas exteriores. Una apuesta por la sencillez y la humildad que se ha revelado como profundamente catequética.

Si en otros tiempos se consideró necesario que el Vicario de Cristo expresase exteriormente la grandeza del Reino que representaba, superior a cualquier otro poder terrenal, desde finales del siglo XIX, los Papas han ido apostando por una vuelta a la radical sencillez original del cristianismo. Un modo rápido y directo de demostrar que la mayor riqueza posible no la da el progreso técnico o material, sino un corazón entregado a Cristo.

La renuncia de Pablo VI a la tiara, el destierro de la silla gestatoria por parte de Juan Pablo II, las imágenes del Papa polaco con casco de obrero, o el raído jersey que se adivinaba bajo la estola de Benedicto XVI en su primera aparición pública son sólo algunos botones de muestra. Pero, sin duda, ha sido Francisco, apodado como «el Papa de la gente», quien más ha acentuado esta tendencia a ojos del mundo.

Y no se trata de que el próximo Sucesor de Pedro tenga que seguir viviendo en la residencia de Santa Marta, ni de que siga usando sus zapatos negros y no los rojos que simbolizan la disposición al martirio. Tampoco sería necesario que acuda a pagar de su bolsillo su estancia en una residencia romana previa al cónclave, ni que lleve él mismo su maletín en los viajes oficiales, o que renuncie a ser velado junto al báculo de pastor en su féretro.

Pero resulta más que probable que el próximo Papa ahonde, con su estilo propio, en la senda de la modestia y la naturalidad. Tanto por convencimiento personal, como por la eficacia evangelizadora que esta apuesta por la sencillez (que no por la simplicidad) ha demostrado tener, a través de Francisco, para transparentar el mensaje del Evangelio.

2. Sinodalidad... pero con otro nombre

Cada pontificado suele conllevar su propio vocabulario «fetiche». Y, en el del Papa Francisco, una de las palabras más repetidas en los últimos años ha sido «sinodalidad». Más allá de lo poco o nada comprensible que resulte fuera de la Iglesia (e, incluso, dentro del propio Pueblo de Dios), la idea de fondo es sencilla: es necesario hacer caminar la Iglesia desde la acción unida y conjunta de todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo (expresión de Pío XII para definir a la Iglesia), cada uno según su responsabilidad: laicos, sacerdotes y consagrados.

Y, aunque la experiencia de pontificados anteriores hace pensar que terminará por abandonarse la palabra «sinodalidad» –en parte también para despojarla de las connotaciones «asamblearias» con que la han empleado sectores eclesiales, como las comunidades alemanas, que pretenden aplicar a la Iglesia criterios de parlamento político, sindicato o consejo de administración empresarial–, es muy probable que su espíritu permanezca, porque ha calado en las mentes y corazones de los obispos y cardenales. Tal vez bajo el nombre de «corresponsabilidad», «cooperación» o «responsabilidad bautismal».

En un momento de profunda crisis de sacerdotes en todo el mundo –hay poco más de 407.000 presbíteros para más de 1.400 millones de católicos–, no parece razonable que haya miles de clérigos haciendo labores de administración, en tareas de curia o despacho, o dedicando horas incontables en medios de comunicación u oficinas económicas. Tareas todas que pueden desempeñar seglares o consagrados, mientras que ningún laico o religiosa puede hacer lo propio del sacerdocio: celebrar los sacramentos, que son el modo por el que la gracia de Dios se derrama en el mundo.

3. Universalidad... no globalista

Es de sobra conocido que la palabra «católico» significa «universal». Sin embargo, en muy pocos momentos de la Historia los viajes y los nombramientos hechos por un Pontífice han reflejado tan bien la universalidad del Pueblo de Dios como en el presente.

Prueba de ello son sus visitas apostólicas a países como Kenia, República Centroafricana, Azerbaiyán, Irak, Bangladesh o Marruecos. Y también la enorme disparidad de procedencias de los cardenales que van a entrar al cónclave el próximo 7 de mayo: 133 cardenales electores procedentes de 72 países, y que representan comunidades católicas tan difíciles de ubicar en el mapa como Tonga, Myanmar, Sri Lanka, Mongolia, Cabo Verde o Timor Oriental.

Más allá de los nombramientos de obispos y cardenales, la presencia de un Papa argentino, el primero llegado del Nuevo Mundo, ha aportado una nueva mirada sobre la realidad universal de la Iglesia, que se ha desvelado como una riqueza entre los propios católicos.

Una universalidad que, por su propuesta social y antropológica nacida del Magisterio y de la Escritura, supone una alternativa radical a la globalización creada en torno al dinero, al progreso técnico, o a agendas ideológicas como la 2030.

4. Preferencia por «los descartados»

El modus vivendi tan ideologizado de los siglos XX y XXI han generado un número inabarcable de «heridos en el camino» a los que la Iglesia atiende como «un hospital de campaña», en expresiones de Francisco.

Si tras el Concilio Vaticano II la Iglesia insistió –no siempre acertadamente– en la importancia de hacer una «opción preferencial por los pobres» para paliar las desigualdades económicas de un mundo lacerado tras dos guerras mundiales, y Juan Pablo II habló con rotundidad contra «la cultura de la muerte» que se asentaba a través del aborto y la eutanasia, Francisco unificó y amplió ambos conceptos a través de su cruzada contra la «cultura del descarte».

Unos «descartados» en los que se pueden englobar los pobres, los marginados, los enfermos, los ancianos, las mujeres maltratadas, los migrantes, los niños, o los bebés abortados. El desafío de los movimientos migratorios, el ritmo acelerado con que avanzan las ideologías woke, la propuesta transhumanista y el desarrollo de la IA pueden propiciar un crecimiento exponencial de estos «descartados» en el mundo, por cuyas almas (y cuerpos) debe velar el siguiente Papa.

Con mención especial para los millones de católicos perseguidos, más que en ningún otro momento de la historia, y cuya sangre derramada en nombre de Jesús puede ser uno de los elementos más determinantes para el próximo Sucesor de Pedro. Sobre todo si proviene de una tierra víctima de persecución, como Tierra Santa, África o Asia.

5. «La encíclica de los gestos»

Si algo ha marcado los doce años del pontificado de Francisco ha sido la importancia de sus gestos, tenidos por una «encíclica continua» que transmitían el valor de su Magisterio.

Arrodillarse para besar los pies de dos líderes de Sudán del Sur; su solitaria oración en San Pedro en plena pandemia del Covid; su báculo hecho con restos de cayucos en la isla de Lampedusa; aceptar un coloquio con jóvenes no católicos para Disney+; o el abrazo a un hombre con la cara deformada por una enfermedad fueron algunas de las más icónicas estampas que ha dejado el Papa Francisco.

En un mundo cada vez más acostumbrado al lenguaje audiovisual gracias a Tiktok, Instagram y Facebook, pero también receloso ante la proliferación de imágenes falsas creadas con IA, estos gestos cargados de verdad han sido una forma extraordinariamente visual de evangelización.

Ese «apostolado de los gestos», heredero de los grandes momentos que brindó el pontificado de Juan Pablo II, y algo más olvidado por Benedicto XVI, será, muy probablemente, una de las grandes bazas evangelizadoras que emplee el próximo Papa.

A pesar de la importancia de estos cinco aspectos, el próximo Papa marcará su propio estilo en el gobierno de la Iglesia. Y, como confían los católicos en una plegaria muy repetida estos días, lo importante es que lo haga «obedeciendo solo a Dios y no a los respetos humanos». Aunque en este caso, la sombra de Francisco –y de sus predecesores– sea alargada.

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