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Los 'influencers' juntos en Roma

Es tanto el impacto del contenido digital para la Iglesia y los cristianos que en gran parte de las ponencias oficiales se advierte que somos más misioneros que 'influencers', antes testigos que creadores, antes hermanos en comunidad que gestores de redes

«No photos. This is not the place to take photos or videos!», reprochó con voz airada un empleado de la Basílica de San Pedro.

Alrededor de mil creadores de contenido nos habíamos reunido esos días en Roma, con motivo del jubileo, para cruzar la puerta santa.

Al vigilante pareció molestarle que en la capilla del Santísimo Sacramento muchos de nosotros estuviéramos streameando, subiendo stories, poniendo posts… Era nuestra seña de identidad. Millones de espectadores esperaban al otro lado de la pantalla. La pantalla es, en fin, para bien y para mal, nuestro apostolado y nuestra espiritualidad.

Tras la cruz peregrina, camino a la basílica, brillaban y despuntaban luces LED, trípodes, minitrípodes, brazos selfie, micros de solapa, brazos estabilizadores de cámara, GoPros y todo tipo de gadgets audiovisuales. Son los misioneros digitales. Al paso, muchos se acercan a tomarse fotos con ellos.

Es tanto el impacto del contenido digital, para la Iglesia y los cristianos, que en gran parte de las ponencias oficiales se advierte que somos más misioneros que influencers, antes testigos que creadores, antes hermanos en comunidad que gestores de redes.

El riesgo es real, y el antídoto está en una sana y saludable vida eclesial de fe y oración. Si quieres llegar a «todos, todos, todos» no puedes estar nunca solo, solo, solo.

Entre los tesoros que mi corazón alberga a la vuelta del jubileo está la visita sorpresa del Papa, tras la misa presidida por el cardenal Tagle en la Basílica de San Pedro. Algo nos daba en la nariz: demasiado fotógrafo, demasiado guardia suizo, demasiado Marco Frisina dirigiendo el coro. Al término de la celebración, los sacerdotes se sientan donde los fieles. Se escucha un murmullo y gritos. Entra el Papa. «Reparad las redes», nos pide en evocadora polisemia digital.

Su voz serena nos insta a reparar unas redes que están rotas, antes de salir a pescar. Y no solo repararlas, sino construir nuevas redes, redes de amor, de amistad verdadera. La red de redes es la red de Dios.

No se olvidó el Papa de hablar a los misioneros digitales de interioridad: «La paz necesita ser buscada [...] en los corazones vacíos de quienes han perdido el sentido de la existencia y el gusto por la interioridad, el gusto por la vida espiritual».

¿Tenía razón el vigilante de la basílica? Quizá sí, y debemos cultivar espacios de abstinencia digital, siempre necesaria para nuestra alma. Quizá hay nomofobia o afán de protagonismo. Puede ser. Pero también he visto celo, deseo de ganar almas para Cristo, pasión ardiente por la evangelización. He visto hermanos que entregan la vida en favor de las almas. Y lo hacen en el continente más habitado, el continente más necesitado de misioneros. Se llama el continente digital.