Juan Pablo II junto al cardenal Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI) durante una visita oficial a Alemania
¿El Espíritu Santo escoge al Papa? Esto es lo que respondió Ratzinger en 1997
Dios no impone su voluntad ni dicta un nombre desde lo alto; respeta profundamente la libertad humana, incluso en un momento tan decisivo para la Iglesia
amenos de una hora de que inicie el cónclave que escogerá al 267 sucesor de Pedro, surge inevitablemente una pregunta que, aunque parezca sencilla, no tiene una respuesta tan obvia: ¿elige realmente el Espíritu Santo al nuevo Papa?
Millones de fieles en todo el mundo rezan para que sea elegido el Pontífice más adecuado, quien pueda «gobernar con fruto y beneficio a la Iglesia universal». Pero ¿qué significa exactamente que el Espíritu Santo interviene en la elección? ¿Escoge Él directamente al nuevo Papa o simplemente ilumina a los cardenales para que acierten en su decisión?
En 1997, el entonces cardenal Joseph Ratzinger —prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y futuro Benedicto XVI— abordó esta cuestión sin rodeos durante una entrevista en la televisión bávara. Su respuesta fue tan clara como prudente: «El Espíritu actúa como un buen maestro, que deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos», explicó.
De hecho, añadió una frase reveladora: «Hay muchos papas que probablemente el Espíritu Santo no habría elegido», y aclaró después: «El papel del Espíritu Santo debe entenderse de manera más flexible. No es que dicte el candidato por el que se debe votar. Probablemente, la única garantía que ofrece es que nosotros no arruinemos completamente las cosas».
Una chispa que «se propaga por los pasillos»
Ratzinger no negaba la acción del Espíritu Santo, pero la situaba en un plano distinto. Según él, no se trata de una inspiración automática ni de una voz que indique con claridad a cada cardenal a quién escribir en la papeleta. Más bien, es una presencia sutil que ilumina la mente y el corazón del fiel para poder conocer, comprender y actuar según la voluntad de Dios. Esa imagen la completó años antes, en 1985, cuando afirmó que en las congregaciones generales previas al cónclave, «observas y escuchas. Luego, recibes una chispa. Y después, esta chispa se propaga en los sombríos pasillos del Vaticano».
Es por eso que sí, el Espíritu Santo está presente en el cónclave, asistiendo con su gracia a los cardenales electores en una misión de altísima responsabilidad en la Iglesia. Pero esa presencia no anula ni sustituye la libertad de cada purpurado. Dios no impone su voluntad ni dicta un nombre desde lo alto; respeta profundamente la libertad humana, incluso en un momento tan decisivo para la Iglesia.
Los cardenales reciben una gracia especial de estado para discernir con rectitud, pero pueden acogerla o resistirse a ella. La historia eclesial recuerda, con realismo, que no siempre los votos se han guiado únicamente por criterios evangélicos. Por eso, aunque se confía en la acción del Espíritu, también es necesario orar para que los electores se mantengan abiertos a su inspiración y no cedan a intereses mundanos.