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18 de mayo de 2024

Fabrice Hadjad en la redacción de El Debate

Fabrice Hadjadj en la redacción de El Debate

 Fabrice Hadjadj: «Hay que tener cuidado para no entrar en este juego de una batalla cultural»

«Cuando digo que no hay Dios, el peligro sería convertir mi propio juicio en otro absoluto. Así que, un ateo que es coherente debe reconocer que no puede tener la última palabra», ha señalado el autor francés

El célebre filósofo francés, Fabrice Hadjadj, ha pasado por la redacción de El Debate para responder con la profundidad y el filo que le caracteriza.
El autor de La fe de los demonios o Tenga usted éxito en su muerte ha hablado de las idolatrías propias de cada hombre, del atractivo de la fe y de la trampa que supone para los cristianos caer en la lógica de la guerra, propia de la batalla cultural, a la que no pertenecen, ya que en sus propias palabras «la cuestión es la restauración de la cultura. Porque si solo hay batalla, ya no hay cultura».
–Judío, hijo de maoístas, dijo alguna vez que su último ídolo fue el ateísmo, ¿en qué consistía tal idolatría?
–Sinceramente, traté de ser ateo. Digamos que incluso podría decir que tuve algo de fe en el ateísmo durante un tiempo. El problema del ateo es que dice que no hay Dios. Pero en ese mismo momento, la ausencia de Dios significa que no hay nada absoluto. El peligro es que cuando digo que Dios ha muerto, estaría matando a un dios nuevo. O cuando digo que no hay Dios, el peligro sería convertir mi propio juicio en otro absoluto. Así que, un ateo que es coherente debe reconocer que no puede tener la última palabra, porque si la tuviera, entonces sería Dios. Pero si no tengo la última palabra, entonces mi palabra debe ser solo la penúltima, o la antepenúltima. Y por eso digo que es el ateísmo es el último ídolo porque, en cierto modo, un ateo puede decir que está destruyendo ídolos y que Dios es un ídolo, pero al final debe destruir el ateísmo como a un ídolo. Así pues, el ateísmo me ha dispuesto a admitir que no tengo la última palabra. Así que la última palabra solo puede venir de otra parte. En cierto modo, me preparó para la idea de una revelación trascendente. Por eso yo diría que la fe es el último paso en el ateísmo.

El cristiano no está esperando a que alguien le deje un sitio bajo el sol. Y sabe que no es hombre de un partido

–Y se convirtió al cristianismo, ¿qué vio de atractivo en él?
–Es difícil de decir porque, en efecto, ves cosas que son atractivas cuando estás fuera. Pero cuando estás dentro de la fe no se ve una cosa atractiva, pues te dices a ti mismo que la fe es la vida. La fe cristiana es la fe en la realidad de las cosas. Así que no es una opción, no es solo una cosa entre otras. Desde fuera, pues, hubo dos cosas que me impactaron: el misterio del Dios hecho carne. Y yo que fui discípulo de Nietzsche y que creía en la verdad de la carne, en lo que Nietzsche llama la razón del cuerpo, de repente, me dije: está criticando el cristianismo, pero al mismo tiempo, es en el cristianismo donde tenemos esta afirmación de un Dios que se hace carne, por lo tanto, de una carne que se deifica, de una carne que se convierte en el misterio divino. Así que me sorprendió. Y la otra cosa es que también vi en el cristianismo una resistencia a la dominación tecnocrática del mundo. Porque este Dios hecho carne también es un Dios crucificado, alguien que muere en la cruz y que dice: la vida es un drama irreductible. Así que es esta dimensión dramática y trágica de la vida, que está también presente en la obra de Miguel de Unamuno, lo que me atrajo. Pero en realidad, cuando te conviertes en cristiano ya no te preguntas qué es lo que te atrae. De hecho, es al revés. Cuando te conviertes en cristiano, dices: «Oh, bueno, esto o aquello está mal en la Iglesia», y ves sus límites y lo que no va bien dentro la vida cristiana. Pero ya no podemos salir porque es la realidad, porque Cristo no es una opción, es el Verbo que creó el mundo y el Verbo que ha salvado el mundo. Así que hoy diría que no hay nada que me atraiga del cristianismo, sino que es la vida, eso es todo, con todos sus problemas. Así que ahora veo todos los problemas, y veo incluso lo que me fastidia, lo que me disgusta. Esto me hace pensar en el momento en que Jesús acaba de pronunciar el discurso sobre el Pan de Vida, en San Juan, y para la gente son palabras insoportables: vais a comer mi carne, a beber mi sangre; pero estamos dentro, es insoportable, pero estamos dentro. Y cuando pregunta a sus discípulos: «¿Pero no os vais a ir entonces?» Y ellos dicen: «¿A quién acudiríamos? ¿A dónde más podríamos ir?» No hay otro lugar adónde ir.

Siempre se trata de ver quién es el más poderoso, quién es el más eficaz. Y así ya no hay debate

–El cristianismo de la gente sencilla parece ajeno a las batallas culturales, ¿por qué entonces se le trata de poner en un bando?
–El genio del diablo es dejarle sitio al cristianismo. Pero un sitio. «Oh, sí, los cristianos son una cosa entre otras.» De tal manera que podemos creer que es un partido, un partido cristiano. Y con frecuencia los propios cristianos sucumben a esta tentación diabólica. «Dennos un sitio, seremos un partido. Va a haber un partido político cristiano, el Partido Demócrata Cristiano, por ejemplo, donde va a haber, dentro del gran juego, dentro del gran espectáculo, un luchador cristiano que se enfrentará a otros luchadores, gladiadores o bestias salvajes»: es interesante y es bueno que haya cristianos, pero nada más. Eso es diabólico. No le estamos pidiendo al mundo que nos deje un sitio. La verdad es que no necesitamos tener un sitio en el mundo. El cristiano es alguien que sabe que su nombre está escrito en el cielo: eso es lo que quiere. Así que no está esperando a que alguien le deje un sitio bajo el sol. Y sabe que no es hombre de un partido. Como dice San Agustín en La ciudad de Dios, vemos personas que se llaman a sí mismas cristianas y, por otro lado, personas que dicen que no son cristianas, pero, ojo, puede ser que entre los no cristianos haya personas de corazón puro que sean cristianas, y que en el campo de los que son oficialmente cristianos, haya personas que son en realidad enemigos de Dios. Y por eso habla de que las dos ciudades siempre están mezcladas aquí abajo. Siempre están el buen grano y la cizaña que crecen juntos y, por lo tanto, la separación solo tendrá lugar en el momento del juicio. Así que sé que cuando hablo con alguien que está en frente, en el otro bando, en el otro partido, alguien que me aparece así, en el fondo, sé que mi oponente es mi hermano, que está llamado a ser mi hermano. Incluso tal vez se le pida que pase por delante de mí. Quizás mi oponente sea Saulo, es decir, el que se convertirá en San Pablo y pasará delante de mí. Tengo que tener esa confianza. En ese momento, no estoy en un partido contra otro partido. Sé que estoy atrapado en un drama, y que la cuestión de este drama, que es un drama universal, no es buscar su pequeño sitio como si el cristianismo fuera una posición burguesa. Al contrario, es entrar en ese combate en el que queremos que el oponente no sea aplastado, sino que suba al podio me atrevería a decir, para que se convierta en San Pablo. Ese es el misterio cristiano.

Hay que tener cuidado para no entrar en este juego de una batalla cultural

–Ahora los cristianos se enfangan en esas batallas en nombre de algún valor bueno, a priori, ¿no cree usted que han olvidado ser «sal de la tierra» para ser soldados?
–Es una muy buena pregunta. Ya el concepto de batalla cultural es problemático. Cuando se va a la guerra, tomamos la caballería y los caballos y atacamos al enemigo. Y si cruzas un campo con cultivos, aplastas el cultivo, es decir, la cultura. Lo importante es la guerra; el ritmo de la cultura y el ritmo de la guerra no son para nada los mismos ritmos. La cultura es plantar, sembrar, esperar a que crezca: se trata de procesos muy diversos. Así que el hecho de hablar de una batalla cultural es un problema: es la confusión de dos cosas. Y hoy sería mejor, no hablar de una batalla cultural, sino abordar la pregunta de si aceptamos estar en una cultura ¿Seguimos aceptando el debate? El verdadero debate, el verdadero interrogante, la paciencia de buscar juntos la verdad. Eso es todo lo que pedimos. ¿O estamos en esta lógica impulsiva de la batalla? Porque el mundo tecnocrático es el mundo en el que todo se ve como una competencia, una batalla, una struggle for life. Y por eso siempre se trata de ver quién es el más poderoso, quién es el más eficaz. Y así ya no hay debate. Ya no hay conversación. Así que hay que tener cuidado para no entrar en este juego de una batalla cultural. La cuestión es la restauración de la cultura. Porque si solo hay batalla, ya no hay cultura. Y hoy vemos cada vez más esto.
Incluso creo que hoy, un comunista –que antes por serlo se estaba convirtiendo en algo, pero hoy en día ser comunista es ser tradicionalista– si sigue siendo un comunista humanista se da cuenta de que el comunismo que defiende está más cerca del cristianismo de lo que pensaba. Si hay personas que todavía quieren llevar la cultura, se dan cuenta de que esta cultura depende del reconocimiento de esta herencia griega y latina que ha sido asumida en el misterio cristiano. Por eso se ha estar vigilante para no de no dejarse llevar solo por la lógica de la guerra. Gracias.
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