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18 de mayo de 2024

TribunaJavier Gómez de Liaño

Eran las once en punto de la mañana

Con una actuación de banderillero rancio, el diestro Sánchez Pérez-Castejón ha demostrado que al menor lance descompone la figura, que es un matador resabiado, un enfermo de soberbia y hasta un flojo de remos

Actualizada 04:30

A las once de la mañana. Eran las once en punto de la mañana del 30 de abril, festividad de san Pedro Mártir, cuando el presidente del Gobierno se plantó en el centro del coso de la Moncloa, se atusó la coleta, se ciñó la faja, se puso flamenco y ante la mirada atónita de los espectadores, empezó a hablar de las conclusiones a las que había llegado durante cinco días de reflexión sobre su continuidad en el cargo. Esto es lo que Pedro Sánchez dijo:
«He decidido seguir y seguir con más fuerza si cabe, al frente de la Presidencia del Gobierno de España». ¡Olé! Esto es hablar a portagayola. Esto, lo de «seguir con más fuerza si cabe», es también el verbo arqueado del tercio de varas democrático, pero lidiado por quien no pasa de maletilla. Esto es el novillero tremendista atornillado en la arena.
Y siguió el maestro, calándose la montera hasta el entrecejo: «Esta decisión no supone un punto y seguido, es un punto y aparte. Se lo garantizo». ¡Bravo! Esto es la crónica taurina de un político mediocre capaz de elevar el absurdo a la categoría de dogma. Y ahora, una chicuelina: «Pongamos fin a este fango. Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia». ¡Sí señor! La frase es de un cúchares de media vuelta al ruedo, de un aprendiz revolucionario practicado por el último chico de la escuela de tauromaquia.
Lo primero que revelan estos ilustrados párrafos del señor presidente del Gobierno, es que eso de la sintaxis no va con él, que le queda grande, como grande le queda la chaquetilla del traje de luces o el terno de Emidio Tucci que suele llevar los días que se pone solemne y siente el impulso de formular pensamientos varios en torno a lo que quiere decir y jamás dice. Pedro Sánchez es un trolero empeñado en engañar con frases, alguien a quien, con olvido de las palabras, lo que le gusta es callar la verdad hablando mucho, lo cual es típico en la izquierda de nuevo cuño, del progresismo venezolano, de quienes en lugar de tomar la política como lo que es, o sea, un medio de ordenar la convivencia, la consideran un fin, ignorando lo básico, como, por ejemplo, la enciclopedia Álvarez o el diccionario de la RAE. En la nómina de políticos indoctos, hay ágrafos genéticos que viven deslumbrados por la faena fácil y fatua de un líder que convierte los pases de pecho en alegorías fantasmales.
Y a todo esto, ¿por qué una aparición en el vestíbulo de su residencia oficial, un tuit, y no una comparecencia parlamentaria? Y encima sin posibilidad de que alguien le pregunte y repregunte. El jefe nos explicó sus rumies de cinco días con sus cinco noches, sus amores hondos, sus pasiones ocultas, sus dolores y sus amarguras, pero, naturalmente, Pedro Sánchez no explicó nada. Lo remitió todo a un problema de conciencia personal, que ni siquiera sabemos si se refería a la propia o a la de su mujer o a la del resto de la familia y allegados.
Pedro Sánchez, este lunes

Pedro Sánchez el pasado lunesMONCLOA/EFE

Lo suyo, lo que Pedro Sánchez espetó en su perorata, amenazando a los medios de comunicación y a los jueces, incluso poniendo nombres y apellidos en la punta de su estoque, no sólo fue una cuestión ética, sino también de estética jurídica. Con una actuación de banderillero rancio, el diestro Sánchez Pérez-Castejón ha demostrado que al menor lance descompone la figura, que es un matador resabiado, un enfermo de soberbia y hasta un flojo de remos, aunque luego salga muy gallito, no de Rafael Gómez Ortega, «El Gallo», en las televisiones y cadenas de radio amigas que son como las sucursales de su sede oficial. Un político de bien, un presidente del Gobierno, no puede practicar el deporte del tiro al plato, o al pichón, del periodista incómodo o el juez fastidioso y menos que lo haga con la impunidad que le ofrece el cargo.
La embestida innoble de Pedro Sánchez a la prensa y a los jueces fue un intolerable intento de estoquear hasta la bola a dos pilares de la democracia española, lo que le convierte en un peligro para la ciudadanía, aunque, a decir verdad, puestos a encontrarle alguna atenuante, se le podría aplicar la del trastorno por verborrea, dolencia difícil de combatir. Ya se sabe que a los atacados de verbosidad, la fogosidad, en lugar de ayudar, sirve para cegar sus mentes y torcer sus pensamientos, lo cual podría evitarse si en el momento preciso se les metiese acíbar en la boca, como se hacía con los niños descarados y lenguaraces. Quizá lo que el señor Sánchez necesitó es que un subalterno de la cuadrilla le hubiera salido al quite para recordarle que una prensa libre y una justicia independiente son principios básicos del sistema constitucional, algo que es de cajón y que se aprende en cualquier facultad de políticas o de periodismo, donde nadie puede entrar si ignora que los periódicos y los tribunales son una nación hablándose y juzgándose a sí misma.
Es por esa falta de ética y de estética por lo que el presidente Sánchez se ha incorporado a la casta de los desaliñados y está fuera de cacho. Encima, por si no bastara, se está quedando solo y él lo sabe. Pedro Sánchez es hoy un Hamlet que quiere sobrevivir a toda costa. Él ha creado su propia soledad y ya no le quedan enemigos porque los ha matado a todos. En ese retiro de clausura se topa con el dinero fácil de las comisiones, la pasta gansa de su hermano, los negocios de su mujer, la mentira de su tesis, el desconocimiento consciente de lo que hacían los futboleros amigos. Ya da igual que a Ábalos le haya mandado a los corrales, mientras su tropa de «titos bernis», «azkolaris koldos», «porteros de discotecas», «hidalgos volanderos», «marías magdalenas» y demás especies van haciendo la ruta del papel de oficio, o sea los juzgados. Pedro Sánchez necesita unas banderillas de fuego, una novillada con picadores, unos toros embolados y portugueses, a ser posible criados en Elvas, una tarde de fiesta en España y en el coso de las Cortes.
No es por nada, señor presidente. Es probable que le pesen los años que lleva ejerciendo de tahúr de la política, de apóstol de la moral bolivariana y de predicador populista. Tanta tabarra, tanta empanada intelectual para llegar a esto, para que alguna prensa y algunos tribunales le resulten insoportables. Es por su imagen, por su figura y compostura. Como Umbral le hubiera dicho, al presidente se le ha puesto cara de mentiroso, de enfermo de gloria, de triste desterrado, de cosechador de fracasos, de chafado de contradicciones y torpón de remos, aunque luego salga muy flamenco en Televisión española, que es su principal balneario.
Cuando en el Partido Socialista se vive una inflación de la corrupción, una globalización alarmante y en llamas, Pedro Sánchez minimiza la situación, se desvincula de los casos y culpa a la prensa y a los jueces de sus males. Está decidido a seguir gobernando a toda costa, porque el infierno son los otros, los difamadores, los «pseudomedios» que han envenenado la calle. Por eso, está decidido a seguir haciendo de España la mejor democracia del mundo. Aquí, en este momento, cuando dijo aquello, fue cuando se puso en plan generalísimo. Ni siquiera señaló que no fuera pertinente su dimisión, sino que era más pertinente su servicio a España. Mientras él ejerce de caudillo, el Rey Felipe VI pasa revista a las tropas en el acuartelamiento de Hoyo de Manzanares y renueva el juramento de fidelidad a España y a la bandera, que prestó hace 40 años. Tenemos un Rey, unos jueces y unos periodistas que a modo de cascos azules nos salvan todos los días del autócrata de Pedro Sánchez, que es lo que acaba de llamarle Alfonso Guerra.
En fin. Por si algún lector lo estimase necesario, declaro que, al escribir estas cuartillas, lo único que ha pesado en mi ánimo han sido las convicciones. Sin embargo, admito que en este asunto, igual o más que en otros, las ideas expuestas sean vulnerables. Por eso, para defenderlas, digo que «la ética debe acompañar al periodista como el zumbido al moscardón». Aclaro que estas palabras son de Gabriel García Márquez. Las escribió a finales de 1996 en un lúcido y bello artículo sobre el periodismo, para él, «el mejor oficio del mundo», a lo que yo, más modestamente añadiría que no lo es menos el de juzgar al prójimo.
Sí; creamos en el periodismo y en la diosa justicia, pues, aun por débiles que estén, no hay quien las apuntille, se ponga como se ponga el puntillero. Y de paso que el señor presidente del Gobierno medite si no le vendría bien irse a alguna institución de las muchas que hay en Bruselas, incluida la OTAN, o a la ONU. Que no se crea imprescindible. Lo único imprescindible es España.
  • Javier Gómez de Liaño es abogado y exvocal del Consejo General del Poder Judicial
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