La increíble historia del carnero de Marco Polo

Una vez más la caza deportiva de trofeos había salvado una especie de la extinción. De acabar hecha chuletas en una caldereta en el 'Techo del mundo'. Hoy miles de Marco Polos pueblan el Pamir

Roque Armada en la meseta del Pamir. Gracias a la caza deportiva se pueden ver más de 500 carneros de Marco Polo en un solo día.

Roque Armada en la meseta del Pamir, donde gracias a la caza se pueden ver más de 500 carneros de Marco Polo en un día.Cedida

Esta historia podría empezar en el año 1271. Un joven e inquieto comerciante de nombre Marco Polo, emprendió un viaje hacia la mítica corte del Kublai Khan. Entonces la lejana y desconocida Cathai y hoy conocida como China. Acompañado de su padre Nicola y su tío Mafeo, recorrió el único camino existente hacia China en esa época: La ruta de la Seda.

Este viaje que normalmente duraba tres años, se dilató en el tiempo. Marco Polo se ganó la simpatía del Khan, quedándose como consejero y asesor durante 25 años. Pues no regreso a Venecia hasta 1293.

La milenaria «Ruta de la seda»

La Ruta de la Seda es el mítico camino que abierto por el Emperador Chino Zhang Quisng en el año 140 antes de Jesucristo, para exportar el más preciado secreto de Cathai: el tejido de la seda. Tenía unos 15.000 kilómetros, desde Constantinopla a Cathai, que recorrían largas caravanas de camellos, con sus preciadas mercancías.

Cruzaba las estepas Turcas y Persas. Ciudades increíbles como Samarcanda y Bajara. Atravesaba las montañas de Tien-Shan. Cruzaba el terrorífico desierto de Takla-Makan, que en lenguaje local quiere decir, «el que entra, no sale». Por fin llegaba a su más difícil obstáculo, la gélida Meseta del Pamir. Localmente significa «El techo del mundo». Un increíble altiplano de más de 5.000 metros de altura yermo, helador y sin comida.

En 1272 Marco Polo al cruzar la Meseta del Pamir la describió en su famoso libro titulado El libro de las maravillas, aunque mucho más conocido popularmente, como Los viajes de Marco Polo: «Para cruzar la meseta del Pamir tienes que cabalgar 20 días seguidos. En ella no encuentras ni hierba, ni comida para caballos y camellos. Tienes que llevarla contigo. Sin embargo ves muchas ovejas salvajes de gran tamaño y los machos llegan a tener increíbles cuernas de 6 y 8 palmos de longitud. Los locales los cazan por su carne y con los cuernos hacen recipientes para beber. También construyen trompas para ahuyentar a los lobos por las noches. Se visten con sus cálidas pieles, para aguantar los helados inviernos de la meseta.»

scaparate de la taxidermia de Rowland Ward en Londres a finales del siglo XIX donde se expuso el primer Marco Polo cazado deportivamente en la historia

Escaparate de la taxidermia de Rowland Ward en Londres a finales del siglo XIX donde se expuso el primer Marco Polo cazado deportivamente en la historia

Y tuvieron que pasar 600 largos años…

Durante 6 siglos nadie creyó las historias de carneros de cuernas gigantes, considerándolas un producto más, de la considerable mentalidad calenturienta del viajero veneciano.

Pero en 1888 el explorador y geógrafo del museo de Historia Natural de Londres, George Littledale, cobró el primer Marco Polo, en viaje de exploración por Asia Central. Llevó su piel y sus increíbles cuernos a Londres. Le costó muchos días de rececho, pues las poblaciones habían sido llevadas casi al límite de la extinción. La caza indiscriminada de hembras, crías, jóvenes por su carne y sus pieles, por las durísimas tribus locales.

El carnero de Marco Polo se convirtió en el trofeo de caza más codiciado del mundo

En 1890 el zoólogo británico sir Edward Blight, propuso darle a este animal el nombre de Carnero de Marco Polo, —Ovis Ammon Polii— a la Sociedad Zoológica de Londres. Fue un homenaje en honor al viajero veneciano al cual no se le había creído durante seis siglos. Su trofeo disecado se expuso en la vitrina del taxidermista más famoso del mundo en esa época «Rowland Ward» de Londres. Inmediatamente el carnero de Marco Polo se convirtió en el trofeo de caza más codiciado del mundo.

Importantes y carísimas expediciones se montaron en los años siguientes para conseguir un ejemplar macho, adulto y viejo de ese codiciado trofeo. Montañas de dinero empezaron a caer en las tribus del Pamir por actuar de guías, ayudantes y porteadores. Bien fuera en la parte rusa, afgana o china del Pamir, «un maná» en forma de libras y dólares les cayó, por ayudar a cobrar un solo viejo trofeo. Un Marco Polo, donde antes solo veían unos kilos de carne, ahora se había convertido en una «mina de oro».

A la expedición de Litteldale le siguieron las del mayor Cumberland, también desde la India Británica. Luego en 1925 vino la famosa expedición de los hermanos Roosevelt, hijos del expresidente, Theodore. En 1926, el Museo de Historia Natural de Nueva York dirigió otra liderada por su jefe de Taxidermia, James L. Clark.

Y llegaron los dólares norteamericanos

Los feroces guerreros de Pamir, Tajicks, Kirguices o Whakis, pudieron llevar la electricidad a aldeas perdidas, crear hospitales, o fundar escuelas, en uno de los sitios más difíciles, pobres y remotos del mundo. Detuvieron su caza indiscriminada por carne de jóvenes, crías o corderos y empezaron a proteger y cuidar a los Marco Polos, como a la gallina de los huevos de oro.

Expediciones científicas y deportivas como esta del Museo de Historia Natural de Nueva York en 1926, hicieron llover dólares que sirvieron para proteger a la especie.

Expediciones científicas y deportivas como esta del Museo de Historia Natural de Nueva York en 1926, hicieron llover dólares que sirvieron para proteger a la especie.

El carnero de Marco Polo se convirtió en el trofeo de caza número uno del mundo. Príncipes como Abdorreza Pahlavi de Irán, importantísimos cazadores americanos como los premios Watherby James Mellon, Herb Klein y Elgin Gates; millonarios mejicanos como Cuéllar, Albarrana o Yurén; Importantísimos cazadores españoles como Madariaga, Medem, Blasco, Zumácala, Oliva….

Todos estos grandes deportistas estaban dispuestos a pasar las aventuras, fríos gélidos y palizas inimaginables por llevar un Marco Polo a sus pabellones de trofeos. El precio de cazar un viejo carnero, que había llegado al final de su ciclo vital y reproductor, empezó a pasar de 50.000 dólares americanos. Y las tribus locales, los guerreros de montaña más duros del mundo, los protegían y defendían de cualquier intento de furtivismo por carne.

Una vez más la caza deportiva de trofeos había salvado una especie de la extinción. De acabar hecha chuletas en una caldereta en el «Techo del mundo», hoy, como he visto personalmente, miles de Marco Polos pueblan el Pamir. En un solo día de caza he podido contar 800 Marco Polos sin bajarme del coche. Donde hace 150 años era casi imposible encontrar algún ejemplar.

Cuando en 1324 Marco Polo, yacía convaleciente en su lecho de muerte, le seguían tratando como un fantasioso por lo que había escrito en El libro de las maravillas. Sus últimas palabras fueron: «solo había contado la mitad de las maravillas que había visto». Seguro que no se dio cuenta de que gracias a sus relatos y a la caza deportiva, había salvado al carnero más bonito de la Tierra de la extinción.

Roque Armada es director de Armada Expediciones y de las Escuelas de Tiro de Trofeo e Iberalia TV

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