Lloran los buitres, lloran
No nos va quedar más remedio que manifestarnos. Iremos en bandada al Ministerio de Transición Ecológica y hasta el mismo Parlamento Europeo. Convoquemos un cónclave urgente en el Salto del Gitano, y elijamos a nuestro representante. Que vengan también nuestros hermanos los alimoches y los quebrantahuesos

Ejemplar de buitre leonado
Los cielos de la Piel de Toro son surcados por ellos. Conocedores como nadie de las corrientes de aire, vuelan y vuelan sin batir las alas en busca de alimento. Sus ojos son telescopios divisando la muerte y la corrupción de la carne. Qué importante el papel que juegan en los ecosistemas. Qué pena que ahora no se les repartan cartas. En manos de ignorantes está la baraja, no conocen las reglas del juego y van de listillos por medio de la naturaleza. Me gustaría verlos entre jarales y escobares, metidos en un aprisco de ovejas con el suelo cubierto de boñigas o atusando un jaco sucio y despeinado, antes de subirse a la montura, para realizar un aparte. Con chanclas o zapatos de charol, sin saber distinguir un corzo de un venao, un conejo de una liebre o un toro de una vaca, van dando lecciones magistrales a las gentes del campo.
Y esos buitres de los que voy a hablar, protagonistas de estas líneas, miran y miran, con ojos tristes, sin otear nada en la lejanía con los que usar su pico ganchudo y sus fuertes garras. Ni un mísero cadáver con el que saciar su hambre. Una posguerra eterna es a la que están condenados como así sigan las cosas. Alguien con sentido común y criterio deberá tomar las riendas en este disparate en el que nos hallamos, para poner orden en este absurdo que nos gobierna.
Esta mañana estaban de buena nueva. Me lo han chivado las estrellas antes de retirarse. Volaban en círculos, felices ante el banquete inesperado. Si aguzaba bien el oído era capaz de escuchar como aplaudían con sus alas, como palmeros profesionales, y tocaban las castañuelas con las plumas de sus orillas. Dicha y alegría ante la sorpresa del nuevo día. Una utrera charolesa, grande y gorda, bien cuajada, yacía inerte en el majadal. Con rapidez se ha corrido la voz por los cerros y collados, y en pocos minutos, más de cien buitres eran los que formaban la rueda giratoria bajo las nubes de primavera, antes de bajar al suelo y dar cuenta de ella.
Dos ejemplares veteranos están posados en un poste de la luz contemplando la estampa con pena. Un dialogo dramático brota de sus gaznates:
Buitre negro (BN): –Pero… ¿Qué es lo que sucede? No puede volver a fustigarnos la desgracia. No puede. Nos vamos a morir de hambre y nadie dice nada. Allá que va el encargado, montado en el tractor, con la pala incorporada, a robarnos la novilla. Se la lleva igual que hizo ayer el vaquero de al lado. La dejará a la entrada de la finca tapada con una lona gorda de plástico a la que no podremos meterle mano.
Buitre leonado (BL): –¿A quién se le habrá ocurrido semejante tontería? ¿Por qué no nos dejan hacer nuestro trabajo y limpiar los campos que inspeccionamos? En menos de dos horas ya habríamos dado buena cuenta de sus carnes y sus vísceras, y solo unos huesos desnudos quedarían en el suelo. El ácido de nuestro estómago mataría los virus y las bacterias evitando la propagación de enfermedades. Nosotros sí que hacemos buena labor sanitaria y no lo que va a suceder en unos días –el fin de semana se ha metido por medio–: llegará un camión de recogida de cadáveres, con un poco de suerte vendrá vacío, sino traerá tres o cuatro fiambres de los campos colindantes que a saber de qué se han muerto: tuberculosis, carbunco o glosopeda …
Embajadores de enfermedades infecciosas, traerán lo que no hay y se llevarán lo que tenemos
BN: –¡Vivan las medidas sanitarias pensadas en los despachos! ¡Viva la higiene del proceso! Que se lo digan a las moscas y mosquitos, que viajan en el camión poniéndose hasta las botas de suculentos manjares. Embajadores de enfermedades infecciosas, traerán lo que no hay y se llevarán lo que tenemos. Y que decir de los lixiviados que se val filtrando por las ranuras de la caja goteando por el camino, y luego exigen vados sanitarios. Ole y olé.
BL: –Menos mal que dentro de unos meses volveremos a ver los remolques y furgonetas de las rehalas yendo hacia las manchas. Serán días de fiesta, los de montería, y con un poco de suerte quedará alguna bestia muerta sin recoger al que le podamos hincarle el pico. Porque ahora hasta en los cotos pequeños han puesto contenedores para tirar los despojos.
BN: –Por muchos animales que mueran después de quedar heridos en la refriega, ¿qué es eso para tantos estómagos vacíos? Si cada vez sois más los que surcáis los mares del firmamento. He leído en una revista que ya sois más de 110.000 leonados los que habitáis en la península. De superpoblación se habla…
BL: –Y lo que te rondaré morena. Sin tener depredadores que nos ataquen y con nuestra esperanza de vida… las cifras aumentan… Eso sí, me han contado que algunos de mis semejantes ya atacan al ganado vivo.
BN: –No nos va quedar más remedio que manifestarnos. Iremos en bandada al Ministerio de Transición Ecológica y hasta el mismo Parlamento Europeo. Convoquemos un cónclave urgente en el Salto del Gitano, y elijamos a nuestro representante. Que vengan también nuestros hermanos los alimoches y los quebrantahuesos. Avisa también a las águilas reales y a las imperiales. A todos nos afecta este atropello que se está realizando.
BL: –Qué ingenuo eres. No ves a los humanos que se manifiestan para nada. El otro domingo sin ir más lejos lo han hecho en la Capital del Reino...
Y entre llantos y sollozos, hipos y sorbidos, rugiendo las tripas reclamando carroña, llegó la oscuridad del día y con ella terminó la charla. Otra jornada más, con un despertar esperanzador, que fue truncada por ideas peregrinas.
- Cristina Clemares Pérez-Tabernero es licenciada en Historia, master de dirección de Centros Educativos y premio Jaime de Foxá