El campo está engalanado

Esta tarde, sin ir más lejos, cabalgando a lomos de mi caballo por las orillas de la Huebra, entre carrascas y tomillos cantuesos, vi como la naturaleza se vestía de gala ante la inminente venida del Esperado

Belén navideño

Belén navideñoCedida

Surcando mares, atravesando valles, subiendo cerros y collados, una brisa mensajera convertida en susurro ha llegado a tierras de España desde los montes de Judea.

Hasta al Campo Charro ha retumbado su eco. La naturaleza al completo está nerviosa y agitada ante la Buena Nueva. Hay prisas y ajetreo ultimando los preparativos, el tiempo apremia y quieren tenerlo todo dispuesto para cuando los ángeles anuncien su nacimiento. No quieren que les sorprenda la Noche Santa y el Huésped Divino los encuentre a media faena, con las mangas remangadas entre peñas y espineros.

Yo lo he visto. Mis ojos lo han contemplado. No hace falta que nadie me lo cuente. Esta tarde, sin ir más lejos, cabalgando a lomos de mi caballo por las orillas del Huebra, entre carrascas y tomillos cantuesos, vi como la naturaleza se vestía de gala ante la inminente venida del Esperado: los zorros cepillaban sus pieles con ramas finas, los jabalíes se frotaban con ansia después de un baño de barro en los troncos que rodean la charca, los ruiseñores cantaban a dúo retando a los rayos solares y los corzos… ¡Ay, los corzos! ladraban emocionados, vestidos con seis puntas perladas del desmogue pasado. Y todos, afinando sus voces, ensayaban la letra del Adeste fideles y más villancicos populares.

Mi caballo relincha y se pone bravío. Tiene prisa por volver a la cuadra y librarse de los aparejos, él también está convocado al ensayo de ese recital bendito que va a llevarse a cabo en el alto del cercado, donde la tierra y el cielo se juntan haciendo un pacto sagrado. Lo sé porque me lo contó esta mañana mi perro con ladridos, aullidos y saltos de alegría mientras caminábamos al despuntar el alba bajo una niebla meona pisando la hierba escarchada: «Todo el ganado y fauna salvaje vamos a formar parte de la fiesta que se está organizando».

Un júbilo de locura y alborozo colmaba mis oídos al son del tranco de mi jaco, pero ahí no ha terminado la cosa…

Antes de regresar a las caballerizas otra imagen se ha colado por mis pupilas, poniéndome la piel de gallina, ante lo milagroso de la estampa: las zarzamoras volvían a tener fruto y los robles estaban brotando; las encinas lucían una candela recién estrenada y las margaritas buscaban un trozo de alfombra para presumir entre el pasto. ¡Una primavera furtiva es la que ha interrumpido esta estación invernal que acaba de dar sus primeros pasos!

Un júbilo de locura y alborozo colmaba mis oídos al son del tranco de mi jaco, pero ahí no ha terminado la cosa… Ha sido bajarme de mi montura y encontrarme al montaraz engrasando las correas de los cencerros y lijando los badajos - ¡qué acordes los que recorrerán los valles cuando las cabestras procesionen por ellos al caer la tarde! - y a la mujer del pastor elaborando un queso para los futuros padres que vendrán agotados del largo viaje mientras su hija pequeña, al calor de la lumbre, teje unos patucos con mimo para calentar los pies del infante.

Y este susurro que el campo ha acogido con los brazos abiertos recorre diferentes veredas en el mundo de los humanos. Un susurro que gritarán a voces, por todos los rincones de esta tierra que pisamos, aquellos que tienen el corazón enamorado, que corren con alegría a los brazos del Padre y que portan la inocencia de espíritu de un niño envuelto en pañales. Un susurro que les será indiferente, por muy cerca que les pase, a esas otras almas que tienen la fe repudiada, pero cuyo corazón es grande como el de una madre. Y, por último, habrá quienes silencien a golpes de martillo el susurro que les llega porque tienen el corazón seco y las manos llenas de avaricia, ego y soberbia.

Y a ti te digo, cazador y campero. A ti te increpo con fuerza y deseo para que seas de los primeros y te prepares con humildad y esperanza ante la venida del que llega.

Ya habrá tiempo de monterías y de apartes de ganado; de recechos y de herraderos; de esperas y desahijados, ahora lo que toca es adorar al Niño Dios y darle las gracias por abrirnos las Puertas del Cielo.

  • Cristina Clemares Pérez-Tabernero es ganadera y cazadora. Tiene el premio Jaime de Foxá de periodismo venatorio
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