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29 de abril de 2024

Blanca Portillo y Asier Etxeandía son Santa Teresa y el Inquisidor en 'Teresa', la nueva película de Paula Ortiz

Blanca Portillo y Asier Etxeandía son Santa Teresa y el Inquisidor en 'Teresa', la nueva película de Paula Ortiz

'Teresa' o la imposibilidad de la palabra para abarcar la experiencia mística

Lo que le ocurrió a Santa Teresa hace cinco siglos es la historia de la íntima relación del hombre con Dios: tan desbordante que la lengua «se hace pedazos». Pero la cinta de Paula Ortiz nos la devuelve gracias al exquisito lenguaje cinematográfico en una de las mejores películas del año

«Ni puede la palabra recoger tanto amor, pues, como fuego que arde demasiado, no cabe a la palabra contener la llama». ¿Qué dice entonces? «La lengua está en pedazos y es solo el amor el que habla». Juan Mayorga, el gran dramaturgo que es también filósofo y matemático, además de Princesa de Asturias de las Letras, reconoció el arrobamiento del que habla Teresa de Ávila: una experiencia mística que, por desbordante y totalizante, pierde fuelle al traducirse en palabras.
«Veo en Teresa una insurrecta, un ser a contracorriente en su tiempo y en el nuestro. Hoy como entonces, Teresa es extraña y fascinante; hoy como entonces, asombran su voluntad y su palabra, tan violentamente hermosa. Esta noche la visita su enemigo más íntimo: el Inquisidor. El combate tiene lugar en la cocina del convento. Allí, entre pucheros, anda Dios». Mayorga toma el diálogo interior de la santa («Alma, buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti») y, atrevido porque puede (y porque debe), lo lleva a las tablas: así nació La lengua en pedazos, uno de sus textos más hermosos y complejos.
Cartel de 'La lengua en pedazos', de Paula Ortiz

Cartel de 'La lengua en pedazos', de Paula Ortiz

La zaragozana Paula Ortiz había leído a Santa Teresa desde joven, y se vio a sí misma embelesada y arrastrada por el montaje de Mayorga, basado a su vez en El libro de la Vida de Teresa de Ávila. Ella, una de las mejores cineastas de España, que triunfó en las nominaciones de los Premios Goya de 2015 gracias a La novia –una adaptación de Bodas de sangre, de Federico García Lorca– y estrenó hace poco Across the River and Into the Trees, la adaptación rodada en blanco y negro, con elenco internacional y en inglés, de la novela del mismo título de Ernest Hemingway, se aventura ahora con la vida, la mística y el «suave fuego» de Santa Teresa. Y la gracia de la doctora de la Iglesia parece acompañarla en cada plano.

Todo en ella es un incendio

«Veíale en las manos un dardo de oro largo, y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Este me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevaba consigo, y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios». Algunos dudarán de la elección de Blanca Portillo para un papel tan trascendente, en una figura central para los católicos, la mística, la historia. Pero dejarán de dudar cuando vean a la imponente actriz tratar de nombrar lo innombrable, llorar de amor, consumirse en el fuego de una pasión que tiene un solo nombre: Cristo. ¿Es posible hacer esta película sin conocerLe? Diríase imposible.
«¿Nunca dudáis, Teresa?». La película comienza con esta pregunta abierta: pregunta que el Inquisidor le lanza a la santa, que ella se hace a sí misma, que la pantalla nos devuelve a nosotros. ¿Nunca duda Teresa? Dudó toda su vida, y toda su vida mantuvo una libertad interior férrea, pues estaba fundada en el Amor: «Fuera de ti no hay buscarme, porque para hallarme a Mí, bastará solo llamarme, que a ti iré sin tardarme y a Mí buscarme has en ti», escribe en sus Poesías. Todo el texto de Mayorga es en realidad una oración, una revisión de conciencia de la propia Santa Teresa, que repasa su vida y sus motivaciones, sus deseos y ardores, sus dudas y preguntas.
Blanca Portillo, Greta Fernández y Ainet Jounou interpretan a Santa Teresa en las tres etapas de su vida

Blanca Portillo, Greta Fernández y Ainet Jounou interpretan a Santa Teresa en las tres etapas de su vida

La clave de toda la cinta está, perdóneme el lector que no la haya visto aún, en el inicio: Santa Teresa se despierta en su celda, ya en el reformado convento de San José, de las Carmelitas Descalzas (la película se ubica en su edad madura, cuando abandona el Convento de la Encarnación), rodeada de sus escritos: se sitúa ante la cámara, como si fuera esta un espejo y nosotros, afortunados espectadores, entráramos en diálogo con ella. Su primer pensamiento es para Dios: entonces, un brazo masculino cae de lo alto, le acaricia la cabeza. Ella responde a ese gesto de amor, cierra los ojos, apoya su mejilla en ella. El amor de Dios, el amor de Cristo, su Esposo, es carnal, es eros y ágape; un amor que nada deja fuera. Su relación con Él es real: «Ya sabes el desposorio que hay entre ti y Mí, y habiendo esto, lo que Yo tengo es tuyo», escribe en su libro Relaciones.
El Inquisidor, que interpreta un Asiex Etxeandía que conmueve y aterra por momentos, es esa voz interior teresiana, que quiere entender, poner a prueba; interroga, pero escucha; acusa, pero perdona. Se conmueve y quiere creer. «Que no es Dios quien os guía, sino una imaginación enferma», le espeta. «Si no es teatro ni demencia, ha de ser demonio», la tienta. La pone delante de cada una de sus contradicciones, se ríe de su «muero porque no muero», pero Santa Teresa tiene algo que nadie, nunca, jamás, podrá arrebatarle. «En la contradicción está la ganancia», susurra.

La experiencia mística y la libertad

La incapacidad para nombrar la experiencia mística, que Santa Teresa llegó a experimentar de forma física, y la libertad que, a pesar de todo, siempre la dirigió, son las protagonistas de la cinta de Paula Ortiz. «Pocos entienden que la clausura es libertad», dice quien entendía el recogimiento y la intimidad con Dios como las más altas de las glorias terrenas. En mitad de la férrea Contrarreforma, Santa Teresa fue cuestionada por necesitar silencio y oración, una clausura estricta e igualdad dentro del convento, sin señoras ni esclavas. «Convento, casa, mundo deben ser lugar de iguales», defiende. «No busco agradar a todo el mundo, solo a Él, pues solo a Él estoy obligada», dice, mientras duda tras el nuevo ataque del Inquisidor: «Confundís la voluntad del Señor con vuestra propia vanidad».
Blanca Portillo y Asier Etxeandía durante el rodaje de 'Teresa', la nueva película de Paula Ortiz

Blanca Portillo y Asier Etxeandía durante el rodaje de 'Teresa', la nueva película de Paula Ortiz

Pero no es la de Paula Ortiz una Teresa de Ávila guerrera, política o revolucionaria. No, en cualquier caso, más de lo que lo fue la propia santa. No se pone su figura al servicio del revisionismo actual, ni se hace de ella un símbolo de lo que no es. Porque además, ¿qué necesidad habría de hacer mayor símbolo que el que ya es, la mujer más fascinante de la Historia de España, una santa de Dios, doctora de la Iglesia, reformadora, escritora y moderna, que cambió el mundo por un Amor ardiente que la consumió hasta el día de su muerte?
Sí emplea la directora zaragozana las bellas imágenes y simbolismos que la caracterizan, muy teatrales y oníricos, para transmitir con imágenes lo que no se ve. «Fui a la fuente, que son los propios textos de Teresa, y ella habla del fuego, del fuego ante todo; pero también de otros elementos de la naturaleza, como la tierra, la luz, el aire», explica la propia Paula Ortiz a este periódico. La Teresa más joven, interpretada por una tiernísima Ainet Jounou (Alcarrás), se pierde en las lecturas que le ofrece su padre, de origen sefardí, especialmente en los libros de caballería. La adolescente, encarnada por una Greta Fernández quizá en exceso sensual, se baña en el río y corre por los bosques. Estos flashbacks ayudan en el desarrollo narrativo y sitúan al espectador dentro del contexto de la vida de la santa, mientras que imágenes como los vuelos de Teresa («Amada en el Amado transformada»), las llagas sangrantes o la espectacular visión del infierno, cargada de simbolismo, nos introducen en una subjetividad teresiana que podrá ser quizá cuestionada por algunos.
Corazón, espiritualidad y emociones frente a jerarquía, poder terrenal, administración y burocracia. ¿Quién gana el combate, Santa Teresa o el Inquisidor? La palabra toma el protagonismo y algunas de sus sentencias quedan resonando sobe el mágico ambiente teatral: «Muero porque no muero», «¡Todo es nada!», «Mi confesor teme confesarme», «¡Lee… y obedece!», «Yo tengo envidia de los que viven en desiertos», «A veces se llama desorden a lo que es espíritu», «¿Quién soy si siempre estuve sola?». Para finalmente afirmar: «¡La lengua está en pedazos y es el amor el que habla!». El combate lo gana siempre el Amor. Es decir, el Amado. Es decir, Dios.
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