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26 de abril de 2024

El escritor Jordi Soler acaba de publicar su nueva novela, 'Los hijos del volcán' (Alfaguara)

El escritor Jordi Soler acaba de publicar su nueva novela, Los hijos del volcán (Alfaguara)Paula Argüelles

Jordi Soler: «El revisionismo histórico de México es una maniobra política de su presidente, López Obrador»

El escritor mexicano afincado en Barcelona realiza una radiografía de su país de origen, mezclando la crítica a la desigualdad con el relato mítico. Con una prosa precisa, deslumbrante y sensorial, el autor relata un mundo violento y lleno de supersticiones

Dice Enrique Vila-Matas que, de vez en cuando, encontramos un libro que nos atrapa y nos transporta, que nos hace sentir y pensar, que nos sacude y nos entusiasma como una descarga eléctrica. Eso es lo que le pasa al afortunado lector que tenga entre sus manos Hijos del volcán, la nueva novela de Jordi Soler.
El escritor mexicano afincado en Barcelona desde hace dos décadas radiografía en este libro ubicado en su lugar de origen el México indígena y la violencia que envuelve la vida del país. La desigualdad, que se hace más sangrante para los que tienen orígenes indígenas, es otro de los motores de la novela. Así, el autor, que ha escrito una veintena de libros, plantea un relato salvaje que muestra las profundas fracturas sociales de su país; fracturas de las que él, nacido en el seno de una familia privilegiada, fue consciente desde niño.
Los hijos del volcán narra la historia de Tikú, el hijo del caporal de la plantación cafetera La Portuguesa, que siente desde niño en su interior una fuerza desconocida y brutal que marca toda su vida. Es «la voz de adentro», que a ratos asume como propia y cuyos mandatos de muerte y destrucción resultan para él imposibles de ignorar. La selva, que parece querer engullir todo lo que la rodea, marca un destino descivilizador para Tikú: se acerca cada vez más a la tribu ancestral y misteriosa que puebla las zonas más secretas de ese territorio agreste y hostil: los hijos del volcán.
'Los hijos del volcán' (Alfaguara), la nueva novela de Jordi Soler

'Los hijos del volcán' (Alfaguara), la nueva novela de Jordi Soler

−Para un lector que no sepa qué se va a encontrar en Los hijos del volcán, ¿cuál es el argumento?
−Esta novela es la historia de un chico que oye voces que le que le ordenan cometer un asesinato. Este es el punto de partida. El argumento transcurre en la sierra de Veracruz, en México, y está llena de pequeñas historias relacionadas con este territorio: hay una chamana que cura, una comunidad de un cafetal que tiene un dueño y un caporal... La novela hurga bastante en la violencia: hay una violencia primigenia que es la de la selva, la de la naturaleza, que tiene diversas manifestaciones, y hay personas que se comportan de forma violenta. En la novela aparece un grupo guerrillero, hay narcotráfico, están las milicias de los caciques de la zona... También hay una crítica a la forma que tenemos de ver la naturaleza en el siglo XXI, que es un poquito naíf.
−¿En qué sentido es inocente nuestra mirada sobre ella?
−Yo nací en esa selva que describo, y sé que la naturaleza es maravillosa, pero también te puede asesinar. Esta idea de los gurús contemporáneos que la ensalzan... Si entras en la selva, más te vale llevar un rifle.
−El protagonista, Tikú, nace y vive en un entorno que le ha marcado, pero él se rebela, aspira a más. ¿Da igual de dónde vengamos, porque hay algo dentro de nosotros que nos invita a crecer y mejorar?
−Este personaje procede de una familia no solamente pobre, sino de gente que ha servido siempre a los dueños de la plantación. Su abuelo y su padre han sido los caporales de la plantación y él está destinado a serlo. Pero él se rebela ante esta circunstancia porque quiere salir del círculo perverso en el que vive. Hace 500 años que los dueños originales de la tierra no la poseen: los dueños son otros, y es muy difícil salir de esa condición. Específicamente en la novela se hablar de esta zona rural de México, aunque puede aplicarse a cualquier sociedad de cualquier época. Así es como funciona el mundo. De pronto uno es el que logra salir de ese círculo y va tirando de los otros, si es que lo consigue. También hay una reflexión sobre la discriminación, sobre los indígenas que siempre están en segundo plano, incluso en su propia tierra.
−La voz interior que habla al protagonista, ¿tuvo que construirla como un personaje más?
−De hecho fue la parte más complicada de la novela, porque es muy difícil escribir sobre una voz que le está hablando a un personaje en su cabeza y que suene creíble. Para ello hablé mucho con un psiquiatra de Barcelona, que fue quien me orientó sobre cómo se experimentan estas voces. Por otra parte, creo que todos oímos todo el tiempo una voz. Es la manera en la que entendemos el mundo todo el tiempo. Continuamente nos decimos cosas a nosotros mismos; es nuestra forma de operar. El día que esa voz sube el volumen, empieza a cobrar autonomía y tiene poder sobre ti, acabas obedeciéndola, como es el caso del personaje.
Jordi Soler durante su entrevista con El Debate

Jordi Soler durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

−En el caso de Tikú, la voz es maligna. ¿Los actos más atroces proceden del miedo, o buscamos el mal por el mal?
−Creo que muchas acciones terribles proceden del miedo, de un miedo muy intervenido por el resentimiento. Este muchacho nace en un mundo pobre, miserable, y ha estado viviendo al mismo tiempo en el mundo de los dueños del capital, que supone un contraste tremendo. Tikú vive entre esas dos realidades, y su voz interior canaliza el miedo y el resentimiento.
−¿Se podría entonces considerar novela de denuncia?
−Desde luego. Los hijos del volcán son los que viven en la sierra, que son también un pueblo discriminado. La gente habla de ellos, pero en realidad ni siquiera los conoce. Eso ya nos remite al día de hoy. Aquí en Madrid eso pasa todos los días. Lo desconocido también da miedo.
−Cuando el protagonista empieza su nueva vida, se adentra en la selva, en la naturaleza, que podría ser otro gran protagonista de la novela. Y dice en el epígrafe que «ir más allá es un regreso». ¿Salir de uno mismo significa volver a lo esencial?
−Esa es la idea. Yo pensaba mucho en la forma en que miramos el mundo, que está siempre referenciado por un montón de elementos: estamos culturalmente contaminados. Vemos lo que queremos ver. La física cuántica dice que sólo percibimos el 6 % de la realidad que nos rodea, el 94 % no la percibimos. Y está aquí. Lo que le pasa a Tikú es que vive un proceso de descontaminación, de desoccidentalización de la mirada. Hay un verso de Rilke que me hizo mucho ruido: dice que hay que tratar de aplicar siempre esa gran mirada. Es la mirada abierta que decía Heidegger, porque es una mirada muy difícil de lograr en las personas que vivimos en las ciudades. Por eso el personaje empieza a ver el mundo como lo ven los animales, como lo ve el coyote que lo acompaña y lo protege.
−Pero ver es distinto que mirar: mirar es leer dentro de las cosas. Un hombre, para entender el mundo necesita una cosmovisión. En la novela, ¿de qué forma los mitos sustituyen la visión occidental?
−Los mitos son parecidos en cualquier parte del mundo. Aquí he echado mano de los mitos prehispánicos: la chamana, que es como la voz de la conciencia de la comunidad, todo el tiempo le está diciendo a Tikú quién es, de dónde viene y que sea paciente, porque los dueños de la plantación no llevan más de 50 años ahí y «ellos» llevan por los siglos de los siglos y ahí se quedarán. Ella es quien relata el mito a lo largo de la novela. Los mitos están unidos al volcán, una figura principal en la novela, pues está en contacto con el subsuelo, algo muy importante en un país como México, pero también como éste, donde ha habido culturas que están enterradas debajo de la tierra. En México levantas un ladrillo en el centro de la ciudad y aparece una pirámide…
−La chamana explica nuestra relación con la naturaleza como fuente, como fin y como ser, como parte integrante de la vida en lugar de como experiencia. ¿A eso se refiere también con la visión naíf de la naturaleza, como si pudiéramos dominarla?
−¡Como si viviéramos pensando que no nos puede destruir! Además de esto, la chamana es «la primera mujer» en la vida de Tikú: es quien lo cría, de alguna manera. Luego llega una de las que ayudan en la casa del dueño de la plantación, y se enamora de ella; también está la chica de la metrópolis que se enreda con un guerrillero y pasa también a depredar el corazón del protagonista, y finalmente llega la mujer «buena», con la que tendrá un hijo. Se muestran así diferentes visiones de la mujer.
Jordi Soler nació en 1963 en La Portuguesa, Veracruz, México

Jordi Soler nació en 1963 en La Portuguesa, Veracruz, MéxicoPaula Argüelles

−En el México que retrata se reflejan aún las desigualdades. ¿A usted le sigue doliendo México, después de tantos años?
−Yo crecí en un entorno muy parecido al de la novela y siempre me desconcertó mucho cómo vivíamos nosotros, cómo vivía la gente que estaba ahí alrededor, la que servía en casa. De hecho, mis amigos originales eran los hijos de los que servían en casa. Mi hermano y yo, en ese contexto, éramos unos marcianos. No nos parecíamos físicamente a ellos. En casa se hablaba en catalán, y ellos hablaban en otomí o en nahua, que son algunas de las lenguas de Veracruz. Por eso a lo largo de mi vida, mientras viví en México, traté de ayudar a estas personas. También lo hacía mi padre. Es un mundo muy complicado y a mí siempre, porque nací en él, me ha parecido atroz. Creo que el gran problema de Latinoamérica es no solo la diferencia de clase, sino que la clase social está fundamentada en el color de la persona, en el aspecto de la persona.
−¿Eso sigue pasando, en el año 2022?
−Por supuesto. Es el color y, sobre todo, el aspecto. Si tienes un «aspecto indígena», no tendrás las mismas oportunidades que alguien que tiene un aspecto más europeo.
−Se está llevando a cabo un revisionismo histórico salvaje, especialmente desde México, que trata de romper sus lazos con España. ¿Qué opina de ello?
−Hay un gran porcentaje de maniobra política en esto. La culpa la tiene el presidente mexicano, López Obrador, que cada vez que tira una puya hacia los españoles, gana millones de votos. Pero esa simpatía entre sus votantes se ancla en un resentimiento. Los nacionalismos, como sabes, sólo separan, y México es un país tremendamente nacionalista, puesto que fue una colonia. Los nacionalistas crecen a partir del desprecio del otro. Así ha crecido México. Yo, como soy hijo de una española, lo viví cuando era niño.
−¿De pequeño ya percibía esta rabia hacia los españoles, hacia lo español?
−Lo he vivido toda la vida. Lo que pasa es que ahora forma parte del discurso del presidente. Yo creo que hay mucho resentimiento, pero también mucha incomprensión de este lado del océano. Las grandes explosiones me parecen ridículas: las soflamas contra todo lo español de López Obrador me parecen tan ridículas como las soflamas de Santiago Abascal defendiendo la españolidad. Creo que los extremos no nos llevan hacia delante, pero que en el centro sí que hay posibilidad de hacer algo. También creo que desde aquí, desde la madre patria, nunca se ha hecho la pedagogía que se tendría que haber hecho para tender puentes, para que esos 500 millones de personas, gracias a los cuales España es un país importante (porque sin Latinoamérica, España tendría el peso cultural y económico de Polonia), se sientan unidos a nosotros. López Obrador, en el fondo, lo que hace es emitir un grito de auxilio. Dice: «¡Estamos aquí! No pueden venir solo Iberdrola, Repsol y Telefónica. ¿Dónde está la otra parte?». Si todos hablamos la misma lengua, y tenemos más o menos la misma cultura, deberíamos unirnos.
−¿No cree que existen lazos culturales?
−Sí, pero no son totales. Yo creo que por ejemplo entre escritores hay una cierta complicidad, igual que Julieta Venegas viene a tocar aquí y que Bunbury va a México. Los que trabajamos en la cultura lo hacemos fenomenal; los que lo hacen fatal son los que mandan.
−Decía que el nacionalismo siempre crece por oposición a otro. ¿Es lo que ha sucedido en Rusia?
−El nacionalismo ruso se parece a cualquier otro; se parece al catalán. Es la gran plaga del siglo XXI. Solo hace falta escuchar el discurso de Putin, y se detecta un patrón, igual que cuando oyes a Marine Le Pen. Ven el mundo desde la batalla. Y la batalla es entre globalistas y patriotas, o así lo ve él.
−¿Le dan ganas de escaparse al volcán?
−Sí, y yo creo que esto va a terminar en la destrucción, en la aniquilación de Ucrania o de una parte de ella. Y todos mirando para otro lado, como ya está pasando.
−Ha escrito veinte libros. ¿De qué manera la escritura, este oficio, le ayuda a leer la realidad y a no querer refugiarse de ella?
−Desde que era muy joven la escritura ha sido mi manera de entender la realidad y, en cierta manera, también de refugiarme de ella. A veces pienso que como no me gusta mucho salir de mi casa, me inventé el oficio de escribir. Todo el tiempo estoy pensando en qué escribir. Antes de terminar una novela, empiezo otra para no quedarme sin nada que hacer. Nunca estoy sin escribir un libro; es mi manera de entender la vida, todo. Y por otra parte, todo lo miro con ojos de escritor. Estoy depredando historias todo el tiempo. Mis lecturas también son vampíricas. Me gustan los escritores a los que puedo vampirizar.
−¿A qué escritor ha vampirizado más?
−Hace 20 años que vivo en Europa (ahora vivo en Barcelona) y siento que voy perdiendo oído latinoamericano, así que leo un montón de autores latinoamericanos. Siempre vuelvo a Juan Carlos Onetti, que es un escritor fantástico. Coincidió con el boom, pero él era el maestro. Inventó una manera de narrar que me parece insólita. He leído El Astillero mil veces y me sigue pareciendo asombrosa. Es como un tango; es tan maravilloso el sonido de su literatura… Yo, por otra parte, soy un escritor de oído y me gusta cómo suenan las palabras, necesito que se ajusten a la melodía general del libro. Así que déjense de novedades (excepto la mía) y lean a Onetti.
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