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17 de mayo de 2024

Juan Antonio Vallejo-Nágera y Luis Miguel Dominguín

Juan Antonio Vallejo-Nágera y Luis Miguel DominguínPaula Andrade

Cuando el ateo Luis Miguel Dominguín se «convirtió»

Su amigo, el psiquiatra y escritor Juan Antonio Vallejo-Nágera, recordó al borde de la muerte la historia en La Puerta de la Esperanza, el libro-testimonio de sus últimos meses de vida

Le dijo un enfermo de cáncer Juan Antonio Vallejo-Nágera a su amigo José Luis Olaizola que Luis Miguel Dominguín apareció en su vida como «una estrella fulgurante». Y luego se puso a llorar por el recuerdo. Fue cuando Olaizola decidió visitar al torero en su finca para que le contase las cosas de su amistad.
No es difícil imaginar a Olaizola llegando a las estribaciones de Sierra Morena, entre «campanillas azules y florecillas blancas», recordando las palabras del amigo en común: «Es que Luis Miguel todo lo hacía bien». Era a principios de 1990 y el entrevistador pudo conocer in situ la «secreta» generosidad de su huésped, pues fueron «para dos horas» y se quedaron dos días.

De las guardias médicas a Cannes

Dominguín se había tropezado con una manguera y se había caído de espaldas dos metros abajo hasta romperse una vértebra. Lo que no le había hecho un toro se lo había hecho un trozo de goma en su tranquilo retiro, «un paraíso terrenal», en palabras de Olaizola, «la perla de Sierra Morena», como llaman en la zona al lugar, «La Virgen», como se llamaba, que compró el matador que no rezaba.
Ninguno de los dos amigos recuerda el día que se conocieron, pero sí cuando Luis Miguel invitó a Juan Antonio al Festival de Cannes de 1952. Contaba así Vallejo-Nágera cómo pasó de estar haciendo guardias por las casas de socorro a la mejor suite del Hotel Carlton. Convalecía el torero de una cornada y aparecía todos los días en las revistas acompañado de Ava Gardner, de Rita Hayworth o de Hemingway.
Luis Miguel Dominguín y Orson Welles en 1964

Luis Miguel Dominguín y Orson Welles en 1964GTRES

«Aquel año estaban Gary Cooper y Errol Flynn, pero llegamos nosotros y arrasamos», le dijo el torero a Olaizola. Antes Juan Antonio le había contado como los responsables del Festival esperaban a Picasso para la entrega de premios, y el pintor malagueño se había comprometido como siempre y, como siempre, al final no había acudido. Desesperados buscaron a alguien que lo conociera para convencerle y se presentó Dominguín. «¡Ah, ¿pero usted le conoce?!», dijo el director, a lo que respondió Luis Miguel: «Sí. Y lo que es más importante, también él me conoce a mí».
La parte lúdica de la vida de Juan Antonio Vallejo-Nágera se la dio Luis Miguel Dominguín, incluso cuando le dijeron al médico y escritor que su enfermedad no tenía solución fue hasta la finca de su amigo para despedirse y asistir a la montería que estaba prevista. «Así es», le dijo el torero a Olaizola, «Nos los pasamos muy bien. Lloramos a moco tendido».

La postura «casi antirreligiosa»

«El paleto que todo lo había aprendido en los libros», como dijo de él Luis Miguel, fue a cazar con él cuando ya supo que se moría. Dijo Juan Antonio que le preocupaba la postura «casi antirreligiosa» de su amigo y no estaba dispuesto a dejar este mundo sin convencerle de que estaba equivocado. Antes le había enviado a hablar con el Padre Láburu, un jesuita, pero no simpatizaron.
A Luis Miguel le salía un tic cuando se ponía corbata y el Padre Láburu lo advirtió: «Ese gesto no me gusta, se lo tenemos que quitar», le dijo, a lo que Dominguín respondió: «Mire, padre, como nos comencemos a quitar unos a otros lo que no nos gusta, a usted lo dejo en calzoncillos».

Cuando apareció el primer ciervo Juan Antonio, tras la insistencia de su amigo de que disparase, le dijo: «Luis Miguel, no tengo ganas de matar a nadie»

El día de la cacería Luis Miguel le había preparado el mejor puesto a su amigo enfermo de muerte: «Te vas a hinchar a disparar, porque por esa ladera nos va a entrar de todo...». Cuando apareció el primer ciervo Juan Antonio, tras la insistencia de su amigo de que disparase, le dijo: «Luis Miguel, no tengo ganas de matar a nadie». Pero el torero tampoco apretó el gatillo. «¿Por qué no has tirado?», le preguntó. «Me ha dado pena», dijo Luis Miguel.
Poco más tarde, Vallejo-Nágera abordó la cuestión para la que había ido a ver a su amigo. «Ya sé de qué me vas a hablar. El sermón de siempre. Pero hoy te lo aguanto». Entonces Juan Antonio le dijo: «Mira Miguel, no te voy a pedir que cambies de vida, no te voy a pedir que dejes de beber... Sigue como estás ahora, que estás hecho un desastre, pero te voy a decir una cosa. Yo sé que me voy a morir muy pronto y Dios me ha dado la gracia de recobrar la fe de mi infancia, la misma que tuviste tú...».

Juan Antonio, dile a tu Dios, que yo le ofrezco mi vida por la tuya, y que ese es el primer favor que le pidoLuis Miguel Dominguín a Juan Antonio Vallejo-Nágera

Le pidió que rezara la segunda parte del Ave María todas las noches, la de «ruega por nosotros, pecadores («que tú lo eres de narices», le dijo). Le pidió que lo jurase y Dominguín le dijo: «Yo no juro, yo prometo y te lo prometo». Después de eso Juan Antonio tropezó al subir al caballo y al intentar sujetarle cayeron ambos al suelo y contó el médico que notó en el cuello al caer al suelo las gruesas lágrimas del gran torero.
Aquel día no pegaron ni un tiro a pesar de las advertencias constantes de los guardas por el walkie-talkie. «¡Pero, Dios mío, si yo sé que me voy a morir, y que es el último día de montería de mi vida, ¿por qué lo estoy pasando tan bien?!», pensaba Juan Antonio. Iban a volver en coche, pero terminaron haciéndolo a caballo y tardaron cinco horas. Fue cuando Luis Miguel le dijo: «Juan Antonio, dile a tu Dios, que yo le ofrezco mi vida por la tuya, y que ese es el primer favor que le pido».
Pablo Picasso con Luis Miguel, su mujer Lucía Bosé y los hijos de ambos: Paola, Lucía y Miguel

Pablo Picasso con Luis Miguel, su mujer Lucía Bosé y los hijos de ambos: Paola, Lucía y MiguelGTRES

Dominguín le dijo luego que había sido el día más feliz de su vida, y al día siguiente le llamó y le dijo: «Oye, que en vez de rezarlo una vez he rezado lo tuyo, ocho». El hombre que no creía en Dios le preparaba a su amigo una misa montera los domingos (como hizo el día en que se enteró de su muerte) en la finca para que no tuviese que subir hasta el santuario. Hacía bajar a los frailes y ponía un altar al aire libre, contra el muro donde «procuraba que los cuernos de algún ciervo coincidieran con la cabeza del cura», dijo, ante lo que Olaizola reaccionó: «¡Miguel...»!
Lo último que le dijo Luis Miguel (Los amigos le llamaban Miguel y los guardas y criados don Miguel) a Olaizola fue que daría los dos brazos por poder creer, a lo que este le respondió: «Tú haz lo que te ha dicho Juan Antonio, y quizá no haga falta que te quedes manco».
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