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26 de abril de 2024

Christopher Hitchens, Daniel Dennett, Richard Dawkins y Sam Harris

Christopher Hitchens, Daniel Dennett, Richard Dawkins y Sam Harris

El Debate de las Ideas

¿Qué hubo nuevo en los «nuevos ateos»?

El 'nuevo ateísmo' es el término que hace referencia a un movimiento intelectual dentro del ateísmo en el siglo XXI, caracterizado por su posición crítica de la religión. ¿Qué pretendían los nuevos ateos? Fundamentalmente explicarnos que los avances de la ciencia han desacreditado por completo la «hipótesis de Dios»

Ya no se habla tanto de los «nuevos ateos». La expresión se puso de moda hace unos quince años, pero los autores a los que hacía referencia llevaban activos desde mucho tiempo atrás. Algunos, como Victor Stenger y Christopher Hitchens, han muerto entretanto. Otros, como Richard Dawkins y Daniel Dennett, son ahora octogenarios. El relevo generacional escasea…
Sin embargo, a comienzos de este siglo, algunos de sus libros fueron best sellers. Contaron con todos los medios de publicidad y distribución de las grandes editoriales internacionales, y podían encontrarse por doquier. Varios de ellos siguen estando en las librerías, sobre todo los de Richard Dawkins, que puede considerarse como el cabecilla, o al menos el más mediático, ardiente e hiperactivo de los integrantes de este grupo.
'El espejismo de Dios' es uno de los libros más conocidos de Richard Dawkins

'El espejismo de Dios' es uno de los libros más conocidos de Richard Dawkins

¿Qué pretendían los nuevos ateos? Fundamentalmente explicarnos que los avances de la ciencia han desacreditado por completo la «hipótesis de Dios». De manera que deberíamos tener el valor de mirar la verdad a la cara. De llamar a las cosas por su nombre y abandonar las mentiras consoladoras pero alienantes de la religión. Y a la religión, a las religiones en general, habría que tratarlas con la dureza que merecen por su impostura, y su papel infantilizador y destructivo. Todo ello aderezado con loas al pensamiento crítico y libre, al poder de la razón, etc., etc.
Esto era lo que nos contaban los «nuevos ateos». Y, en realidad, esto es lo que vienen diciendo los ateos de corte cientifista desde el siglo XIX, punto por punto. Los mismos enfoques. La misma agresividad. La misma seguridad y confianza, a prueba de dudas, en sus tesis.

La ironía de la novedad

Teniendo esto en cuenta, la denominación de «nuevos» parece más irónica que otra cosa. Pero la novedad de un planteamiento no depende tan solo del planteamiento mismo, sino que puede venir dada por el contexto en el que se propone. Y en este sentido al menos dos factores justifican el halo de novedad asociado con Dawkins, Dennett y su entorno.
Por una parte, el estado actual del conocimiento científico es incomparablemente más desfavorable a las tesis del ateísmo cientifista de lo que lo era en el siglo XIX. Y, por otra parte, cuestionar hoy la «hipótesis de Dios» produce ahora el efecto contrario del que producía en el siglo XIX. Pues equivale a reabrir una discusión que se trata de dar por zanjada en el pensamiento ateo o agnóstico dominante en amplios sectores de la cultura contemporánea.
En cuanto al primer punto, hay que tener en cuenta que los ateos cientifistas del siglo XIX se hallaban ante un reto formidable, pero contaban con algunos puntos a su favor. Era formidable el reto de convencer a la sociedad de su época de que la ciencia y la religión se oponen, puesto que la ciencia moderna había surgido de la mano de autores profundamente religiosos –como Kepler, Galileo, Descartes, Newton, Pascal, Euler, etc.–, que veían en las leyes de la naturaleza la expresión de la inteligencia divina. Y en esa misma línea seguían estando físicos de la talla de Maxwell y Faraday, entre muchos otros investigadores de primera fila.
Pero los cientifistas contaban al menos para su empresa con algunos puntos de apoyo derivados del estado de la ciencia en aquel momento. Por ejemplo, la aparente imposibilidad de hacer cosmología física podía interpretarse como indicativa de que no tiene sentido plantearse la cuestión del origen ni la causa del universo. La explicación evolucionista del origen de las especies podía interpretarse como indicativa de que las estructuras de la naturaleza surgen espontáneamente, sin diseño. Y del determinismo de las leyes de la mecánica clásica cabía derivar que la libertad humana es una ilusión, y por tanto que toda la antropología cristiana basada en la libertad, y la responsabilidad del hombre con respecto a sus acciones, era errónea.

La pertinencia de la pregunta por el origen

Sin embargo, todos estos puntos han quedado superados por el desarrollo de la ciencia posterior. En la actualidad, el universo es descrito como un sistema físico ordinario, y por tanto la cuestión de su origen, se ve ahora de nuevo como una pregunta legítima. Más aún, en los últimos decenios ha ido creciendo cada vez más la evidencia de que las estructuras complejas del universo, y en particular la vida, sólo son posibles debido a un ajuste extremadamente preciso en la forma de las leyes y los valores de las constantes físicas fundamentales. Con lo que la cuestión del diseño ha reaparecido a un nivel mucho más básico que el explicado por la teoría darwinista de la evolución.
Por otro lado, el indeterminismo de la física cuántica ha reabierto la posibilidad de que las acciones humanas (o al menos algunas de ellas) no sean explicables como los movimientos necesarios de un autómata. En este nuevo marco científico, insistir en la incompatibilidad entre ciencia y religión resulta poco menos que una misión imposible. A pesar de lo cual, los «nuevos ateos» insistieron en ello, con argumentos un tanto peregrinos, pero con una fe y una tenacidad dignas de mejor causa.
Y en cuanto al segundo aspecto mencionado, los «nuevos ateos», al proponerse argumentar contra Dios en un marco cultural en el que lo que se pretende es dar la cuestión de Dios por superada y zanjada, lo que obtuvieron fue el efecto contrario al que buscaban: actualizar los debates de la teología natural. De manera que su obra, a la postre, supone una llamada de atención sobre el hecho de que, en realidad, el consenso cultural ateo dominante en nuestro tiempo carece de una justificación adecuada.
Quizás por eso el «nuevo ateísmo» ha despertado poco entusiasmo entre los que, de entrada, podrían considerarse sus potenciales seguidores: los numerosos ateos irreflexivos de nuestro tiempo. Un público que, en el fondo, se siente molesto por el hecho de que vuelvan a reabrirse temas y debates en los que prefieren no entrar.
Estando así las cosas, el movimiento del «nuevo ateísmo» languidece. Sus autores van muriendo, y sus obras van cayendo discretamente en el olvido. Sus argumentos tal vez no merecían otro destino. Pero al menos creían en el poder de los argumentos. Y eso es algo que, en estos tiempos posmodernos, ya va pareciendo una rareza.
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