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26 de abril de 2024

La escritora cubano-española Zoé Valdés acaba de publicar 'La intensa vida' (Berenice)Gtres Online

La escritora cubano-española Zoé Valdés acaba de publicar 'La intensa vida' (Berenice)

Zoé Valdés: «Yo estoy enfadada con la izquierda, pero la izquierda está enfadada con la verdad»

La escritora y exiliada cubana, opositora al régimen de Castro, reúne en La intensa vida artículos y pensamientos en los que evoca su infancia en Cuba, los años ochenta en París y su largo destierro francés: «No volveré a 'la Ínsula de Cagonia' hasta que haya paz, libertad y democracia»

Samuel Beckett, William Faulkner, Marcel Proust, François Rebelais, Gustave Flaubert, Victor Hugo, Charles Baudelaire. El teatro de Lorca, los poemas de José Martí, la novela de García Márquez. La obra de «un» Virgilio Piñera, de Lino Novás Calvo, de Carlos Montenegro, de Guillermo Cabrera Infante (con cuya viuda mantiene una estrecha amistad). La intensa vida de Zoé Valdés (La Habana, 1959) es una vida contenida en mil vidas: las de todos los autores que no sólo han iluminado su intelecto, sino que la han salvado en más de una ocasión. Leer a la cubana, y escucharla, es asistir a una clase magistral de literatura universal; universal y, a la vez, tan concreta como para haber sido descubierta en la librería de George Whitman, Shakespeare and Company, cuando ella apenas acumulaba un puñado de experiencias a sus espaldas, entre las que se contaban haber vivido (y sobrevivido) en el férreo régimen comunista impuesto por Fidel Castro en su isla natal.
«Me mudé al bosque de Varenne-Jarcy y debo caminar de mi casa entre dos bosques para llegar al tren», me explica cuando tratamos de concertar una cita para esta entrevista. Hace ya casi 30 años que, invitada a unas jornadas sobre José Martí en París, decidió pedir asilo político en Francia, y jamás regresó a Cuba. Vivió en Barcelona, donde adquirió la nacionalidad española, y en París, donde su prolongado exilio ha encontrado acomodo (o al menos tolerancia) entre su verdadera patria: la de los libros. «Lo peor de ser un exiliado es que ningún lugar del mundo consigue ser el adecuado. Lo mejor es que el lugar adecuado está en ti mismo». Sin embargo, su decisión marcaría su vida y sería el comienzo de una larga serie de reconocimientos y galardones a una trayectoria literaria fecunda e intachable.
Recuerda Zoé Valdés en esta joya literaria que mezcla anécdotas divertidas con la amargura de una vida troceada en partes, en este diario fragmentado reunido por Berenice, cómo posó desnuda un día para Balthus, cómo trabó amistad con Dora Maar (una de las mujeres de la vida de Picasso, a quien le dedicó una novela) y relata sus noches desenfrenadas con su hermano en Nueva York. Amante confesa del arte, dice que si la escritura es su vida, la pintura ha significado en más de una ocasión su salvación, y que por Cuba («Cagarruta») no siente «ninguna nostalgia ni piedad»: los Castro y el país esclavo y amordazado, la durísima y seca carta que le escribe a Leonardo Padura, el asco del recuerdo de las cartillas de racionamiento… La escritora, clara siempre, jamás ha ocultado su pensamiento y su defensa incondicional de la libertad.
'La intensa vida' (Berenice) es el nuevo libro de Zoé Valdés

'La intensa vida' (Berenice) es el nuevo libro de Zoé Valdés

–¿Qué la ha llevado a echar la vista atrás y glosar su vida tan pronto?
–Los libros se escriben para una cosa: para que la soledad del autor acompañe la soledad del lector. Eso me ha pasado a mí: la lectura me convirtió en autora. Guardo mis cuadernos, un diario que escribo desde los 11 años y que mi madre conservó toda mi vida aunque yo abandoné en Cuba. Tengo la costumbre de escribir todas las mañanas en un cuaderno. De ahí ha salido este libro: lo armé como defensa propia, no como ajuste de cuentas, pero sí necesitaba defenderme. Es un libro, ante todo, de confesión y de autoconfesión.
–Menciona a menudo una cita de Truman Capote que dice: «Cuando Dios te da un don, te da también un látigo».
–Capote es mi autor predilecto, por su obra y también porque tiene gran relación con Cuba: su padrastro era cubano, y de ahí su apellido. El látigo lo empuña uno mismo: mientras más severo eres contigo mismo, mejor eres como escritor, y más exigencias te autoimpones. Más que una obediencia, yo digo que es un sacerdocio: es una manera de darle forma a ese «gran misterio».
–¿Percibe que su capacidad de escribir es algo recibido, un don?
–Cuando uno va creciendo, va descubriendo su vocación. La vocación tiene que ver con un don, con una naturaleza: algo que está instintivamente dentro de uno. Así lo demuestran numerosos estudios. En mi caso nada estaba previsto para que yo fuera escritora, especialmente desde el punto de vista material. Mi abuelo, que era chino, se deprimió cuando mi abuela lo abandonó y dejó de hablar, pero empezó a escribir en papelitos a todas horas. Yo le veía escribir como forma de comunicarse, y me inspiraba. Además, las tres mujeres de mi vida (mi madre, mi abuela y mi tía) me daban papeles y pinturas para que yo escribiera y pintara cuando era pequeña en La Habana. Si no tienes «el don», no respondes a ese tipo de pulsiones. Yo acepté mis instintos, los obedecí, y escribir primero me entretuvo, pero después amé la escritura: la amo profundamente.
–Empezó escribiendo en libretas, hoy tiene un blog, una activa página de Facebook y es ducha en las redes sociales. ¿Ha cambiado la tecnología su relación con la escritura?
–Yo sigo igual, escribiendo a mano mi diario. La foto de cubierta del libro es intencionada: aparezco yo con mi máquina de escribir Remington (sin teclas, y con una cinta que en Cuba teñía con betún de zapatos, porque no tenía tinta). La tecnología ayuda, pero también sustituye el ejercicio mental, y acaba dominándote. Sin pensamiento ni ideas, las herramientas son fútiles y fatales. Y que conste que mi cultura me la he trabajado: es muy amplia pero muy desordenada, porque mi acceso a ella fue irregular, leía lo que podía. Pero no se es escritor sólo con emociones.
–Dice en su libro: «Yo vengo de aquí, de eso, y de lo de más allá, pá que tú sepas; y lo demás es soledad y lecturas».
–Lo que soy se lo debo a los libros. Y después yo aprecio mucho la soledad. Creo que no es un páramo, como muchos la califican y descifran; creo que es dura, pero muy enriquecedora. Cuando uno se siente solo busca el refugio más conveniente, que es la lectura, la música, el cine, y en mi caso la escritura. Ahora mismo estoy escribiendo la segunda parte de este libro, que será el primero en prosa en francés, y relato cuando descubrí que en París existían cines porno: jamás vi tanta soledad junta, pero de alguna manera esos hombres se acompañaban los unos a los otros.
–Ahora que menciona que escribe en francés, ¿es para una cubana que emplea, además, tantos localismos y regionalismos un cambio de estilo?
–Guillermo Cabrera Infante siempre decía que él era un escritor británico que escribía en cubano. Yo creo que soy una escritora isleña, antes que nada, pero también exploro el francés del Caribe: ahí yo he hallado mi tono. Probablemente yo no puedo igualar mi melodía, mi música, el ritmo de mi cubano, de mi español, a cómo escribo en francés. Pero lo estoy buscando. Quiero ahondar en el antillano.
La intensa vida es una oda no solo a sus orígenes y a la literatura, sino también al propio acto de escribir, que es «escapar, vivir, pensar, sobrevivir... y amar».
–El amor nos hace libres. Y eso es lo que siempre he buscado, en la literatura y en mi propia escritura: la libertad, la libertad en todos los sentidos. La libertad amorosa, y también la libertad en la literatura de poder ser lo mismo hombre que mujer. En mi novela Café nostalgia la protagonista es una mujer, pero en medio de la novela el hombre va adquiriendo una voz, y pasa a ser él el narrador de la historia. Yo me he sentido siempre muy cómoda con los personajes masculinos: lo mejor es olvidarse de todo y escribir desde la entera libertad. Ni sexos, ni géneros, ni censura, ni autocensura: la libertad como máximo ideal (se nota que estoy releyendo mucho a los griegos... pero ahí está todo: en los griegos y en el Siglo de Oro español).
Zoé Valdés en los años 80 en París

Zoé Valdés en los años 80 en París

–Cuando publicó La nada cotidiana, alcanzó un gran éxito de 1995 que le granjeó, dice, la enemistad eterna del régimen. ¿Cómo vive uno sin censurarse?
–El tema de la censura me da mucha fortaleza. Nunca le he dado mucha importancia; siempre he publicado lo que he querido. Pero lo más peligroso es la autocensura. No le tengo ningún miedo a la censura: la he padecido, y no sólo en Cuba, también aquí, también en la prensa española, y también en Estados Unidos (especialmente con lo relativo al erotismo, porque son muy puritanos). He padecido la censura en todas partes.
–De la Habana Vieja a los bosques de Varenne... ¿Qué encuentra en los árboles que no había en las maniguas caribeñas?
–Mucha paz. Aquí vivo entre dos bosques. Viví 32 años en París, una ciudad muy ruidosa; yo vivía en La Bastilla, y aunque soy muy de ciudad, la campiña francesa me ha calmado mucho, y me parecen muy interesantes estos bosques cartesianos, ordenados, en fila, un árbol detrás de otro. Desde el punto de vista visual me resulta muy interesante ver lo que veo desde donde escribo. Tengo un tren que en 42 minutos me lleva al centro de París, donde vive mi hija Luna. No estoy tan aislada...
–Relata muchas historias de La Habana en la que creció. ¿La recuerda con nostalgia, con anhelo, con dolor?
–Con nostalgia, no. Pero sí me ha pasado una cosa muy extraña: recuerdo más cosas de mi infancia y adolescencia en estos momentos que lo último que viví en Cuba, que es algo que he borrado completamente de mi mente, porque fue horroroso. Salvo el periodo que estaba embarazada y escribiendo La nada cotidiana, tengo una laguna enorme: es crisis de memoria disociativa. Toda mi infancia la tengo muy fresca. Los últimos años allí fueron demasiado dolorosos.
–Dice que solo volverá cuando haya democracia y libertad. ¿Mantiene la esperanza?
–Sí, rezo mucho por Cuba, todas las noches. No quiero saber nada de Cuba, porque cada vez que sé algo tengo que volver a terapia. Me enfada, me entristece, me enrabieta. Volveré cuando haya libertad, democracia, paz, La Casa del Libro y El Corte Inglés.
–En uno de sus sueños, relata que le pregunta a Trump sobre cuándo va a meterse con Cagonia… y él decide mandar drones. ¿Sólo existe una solución drástica a una dictadura que se alarga seis decenios?
–Creo que es la única forma: empezó con las armas y va a terminar con las armas. Aunque el pueblo de Cuba no está armado porque Fidel lo desarmó desde el principio, y lo más terrible es que ningún país parece querer ayudarlo. Se pidió a Estados Unidos una invasión militar humanitaria (que han llevado a cabo en tantos países), pero Cuba no interesa. La rémora castrista la vamos a tener por años y años y años. Yo no he visto mi país libre: lo conocí esclavizado y moriré y seguirá esclavizado. Tendría que ocurrir un milagro, y es verdad que los milagros existen, pero no proceden de la política. Trump me dio algo de esperanza al principio, pero lo único que le importa a Trump es América, nada más. Ningún presidente americano ha hecho lo que tenía que hacer: acabar con el castrismo.
–¿El problema es que todo se ha confabulado en el mundo para creer que Cuba es un paraíso, que la revolución es eterna, que el cubano vive en el mejor de los sitios posibles?
–Ese es el gran problema. Cuba fue un paraíso antes del 59, y esa fue su espada de Damocles. Iba a ser más que un paraíso, y por eso los americanos lo impidieron. Ellos pusieron a Fidel Castro ahí: con su prensa, con la entrevista de Herbert Matthews, con la propaganda. La única inteligencia de Fidel Castro fue hacer de la revolución un producto de marketing. Todo lo avanzadísimo que era Cuba él lo puso a favor de su ideología, y cuando todo se fue echando a perder sin mantenimiento, le echó la culpa a Estados Unidos, cuando él mismo fue quien confiscó negocios y empresas. Hoy Cuba no es un infierno: es algo más allá del infierno.

Hoy Cuba no es un infierno: es algo más allá del infierno

–En su «defensa propia» tiene también críticas para los «blogueros-globeros» que tanto apoyo recibieron del exilio, pero después le dieron la espalda a su país. Cita en varias ocasiones a Yoani Sánchez. ¿El poder corrompe a todos?
–El cubano es muy adorador, y eso le ha conducido a errores y fracasos estruendosos. El caso de los blogueros no fue solo la culpa de los cubanos: fueron muy aplaudidos por el mundo entero, apoyados por el grupo Prisa, por El País, Deutsche Welle... y recibieron muchísimo dinero. Cosa curiosa, en una época donde no podías tener dólares porque ibas a la cárcel, ellos tenían los bolsillos llenos. ¿Cómo puede ser que esté en la cárcel el periodista Lázaro Yuri Valle Roca, enfermo, muriéndose, y que algunos supuestos periodistas opositores tengan hasta periódicos y no pase nada? Se explica con el ejemplo de Lenin: el jefe de la KGB le dijo que tenían que crear una oposición propia para que la verdadera no les tumbara. Y eso es lo que ha hecho Raúl Castro. En 2008 le veían como un aperturista, pero es el que más formación soviética tiene. Y su hijo Alejandro, lo mismo: son cerebros soviéticos.
–Usted retrata un país pobre, incluso hediondo. Habla de la cartilla de racionamiento, de que sólo podía adquirir unas bragas al año y se alternaba con su madre. De cómo se derrumbó el piso en el que vivía. ¿Cuánto duele que se tergiverse con ya un discurso, sino una propia experiencia, que no se le dé espacio y valor?
–El dolor ya no me da nada. El único dolor que me da es ver cómo se está destruyendo España. Y con las mismas armas con las que destruyeron Cuba. Yo para Cuba no tengo esperanza, se puede hacer muy poco ya. El dolor de Cuba es muy profundo pero está en otro nivel: no tiene solución, es como una enfermedad. Yo estoy enferma por el totalitarismo. Lo que sí tengo es mucha ira. Mucha rabia. Porque solo con la ira puedo responder; con la ira logro sacudir con la verdad, que implica también la compasión. Decían que Guillermo Cabrera Infante cuando contaba su experiencia en Cuba, que es lo mismo que dice Leonardo Padura de mí: que nos inventamos las historias de nuestras vidas. Uno no puede discutir con ideas frente a sentimentalismos. Lo único que de verdad convence es la compasión.
–Hay un capítulo en el que habla extensamente de su oposición al comunismo. ¿Está enfadada con la izquierda?
–Yo estoy enfadada con la izquierda, pero la izquierda está enfadada con la verdad. Además, está enfadada consigo misma, porque saben bien quiénes son: hay 150 millones de víctimas a nombre de la izquierda. No pueden ignorar su propia verdad… Pero el problema es que no hay gente más amante de todo lo que dicen odiar, la riqueza, el dinero, el capitalimo, que la izquierda. Detrás de Belarra y de Pablo Iglesias solo vemos casoplones y sueldazos, incapacidad para defender a Ayuso en la universidad, mentiras y falacias. La izquierda es una gran mentira, y ellos lo saben. Y es una gran destructora de verdades, y ellos lo saben.

La izquierda es una gran mentira, y ellos lo saben. Y es una gran destructora de verdades, y ellos lo saben

–¿Le preocupa la deriva de la política española?
–España me volvió a hacer persona, no solo porque me dio la nacionalidad, sino por la gran cantidad de lectores españoles que tengo: superan a los franceses y desde luego a los cubanos, que tienen prohibido leer mis libros. La política española me preocupa, pero no me asusta: asustarme ya no me asusta nada. Veía esta deriva desde hace tiempo, como la de los venezolanos, mexicanos, colombianos; todos ellos intentando ser comunistas, sin saber a dónde van. Me da dolor. España es un gran país que ha contado mucho para el mundo y ya no cuenta ni para Europa. A nivel cultural España ha sido siempre un referente, y ahora hay complejos hasta con el idioma: me duele ver cómo tratan de imponer un dialecto por encima de un idioma que hablar 600 millones de personas. En Francia es todo lo contrario: se defiende tanto el francés como la francofonía (hay hasta un ministro dedicado a ello), cuando el francés no es ni la sombra de lo que es el español. Hay que ser imbécil para destruir nuestro idioma y minimizar la importancia de España en el mundo.
–Para acabar con una nota positiva: ¿sigue teniendo en José Martí un referente, literario, poético y de libertad?
–Sí, desde luego. La libertad de Cuba sólo se puede conseguir siguiendo al verdadero José Martí, no la versión manipulada que nos vendió el castrismo. Los cubanos deben reconciliarse con el verdadero Martí, con la Constitución de 1940 y con la Virgen de la Caridad del Cobre, en el sentido no de efigie, sino de idea de unión, de un credo en el que la libertad y la verdad constituyan verdaderamente un ideal, y no una fantasía, un producto de marketing. El pueblo cubano es eminentemente cristiano, con una espiritualidad muy profunda: el futuro de Cuba se encuentra en volver a nuestras raíces.
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