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El Debate de las Ideas

Recordar el comunismo

De todos los totalitarismos, el comunismo sigue gozando, hoy, entre cierta intelectualidad europea occidental, de una buena prensa escandalosa y desconcertante

Estos días de Pascua son propicios para el recuerdo de todo lo que Cristo ha vencido. En este sentido, la Edad Contemporánea es pródiga en episodios terribles. De todos los totalitarismos, el comunismo sigue gozando, hoy, entre cierta intelectualidad europea occidental, de una buena prensa escandalosa y desconcertante. Su recuerdo es distinto entre los pueblos de Europa Central y Oriental.

El 1 de febrero es el día de conmemoración de las víctimas del comunismo en Bulgaria. Hungría lo hace cada 25 de febrero, Eslovaquia el 24 de junio y la República Checa el 27 del mismo mes. El 1 de marzo es Polonia quien recuerda a los «soldados malditos», los patriotas que resistieron a los comunistas hasta bien entrada la década de 1950. En Lituania, más de 300 memoriales evocan a los Hermanos del Bosque, los guerrilleros que combatieron contra los soviéticos desde 1944. Letonia dedica a las conmemoraciones dos días: el 25 de marzo y el 14 de junio, coincidiendo con las grandes deportaciones de 1949 y 1941 respectivamente. Rumanía hace lo propio el 25 de noviembre. El Parlamento Europeo, por su parte, declaró el 23 de agosto Día Europeo de Memoria de las Víctimas de Todos los Regímenes Totalitarios y Autoritarios.

Desde el Báltico hasta el Mar Negro, la derrota del III Reich no significó la libertad de los pueblos. A la ocupación nazi le sucedió el dominio comunista. En algunos casos, había habido un prólogo entre 1939 y 1941. Así sucedió a Estonia, Letonia, Lituania y Polonia, que sufrieron la ocupación como consecuencia de las amenazas soviéticas o, en el caso polaco, de una invasión. Al terminar la guerra, la URSS aprovechó el avance sobre Alemania para ir ocupando territorios e imponiendo, en ellos, el modelo soviético. Los partidos comunistas nacionales, al servicio de Moscú, brindaron las coartadas. Se organizaron elecciones que los comunistas no podían perder y que sus adversarios no podían ganar. Apoyados por la fuerza del Ejército Rojo, fueron ocupando todas las parcelas de poder necesarias para sobrevivir en los países devastados por la guerra: el reparto de alimentos, la distribución de combustible para el invierno, la atención sanitaria, el transporte, la vivienda, el suministro de mantas y abrigos. Entre 1945 y 1948, los comunistas habían desactivado a sus adversarios bien absorbiéndolos, bien encarcelándolos bien matándolos. El maestro de esta técnica fue el húngaro Mátyás Rákosi (1891-1971), que inventó la «técnica del salami»: ir laminando a la oposición poco a poco aprovechando sus divisiones de modo que cada purga, cada persecución, cada detención pareciese la última. Los supervivientes siempre pensaban que a ellos no les llegaría el turno. Por supuesto, se equivocaban.

Así, desde 1949 hasta 1989, aproximadamente, Europa Central y Oriental atravesó un periodo oscuro cuyo recuerdo no ha desaparecido. Desde la Caída del Muro de Berlín, la memorialización de los lugares y las fechas ha ido acompañada de la fundación de museos e institutos dedicados al estudio y la preservación del recuerdo. El primer paso fueron las aperturas de archivos y las creaciones de grupos y comisiones de investigación sobre los años de dominio comunista. Para millones de europeos, fue la primera vez que pudieron leer las fichas que las autoridades comunistas habían elaborado sobre ellos. Timothy Garton Ash escribió un interesantísimo libro titulado «El expediente» sobre el dossier que la Stasi había ido construyendo sobre él durante sus visitas a la RDA. El célebre escritor húngaro Péter Esterházy (1950-2016) terminó descubriendo, en esos archivos, que su padre había sido un informante de la siniestra Autoridad de Seguridad del Estado, la policía política de la Hungría comunista. El recuerdo del comunismo es, también, el de los agentes infiltrados, los informantes y los confidentes.

Así, la evocación de las cárceles, las deportaciones a los campos de trabajo y a las regiones más remotas de la URSS-decenas de miles de estonios, letones, lituanos, polacos y húngaros dieron con sus huesos allí- y el recuerdo de las torturas, los encierros en manicomios y, en general, el terror cotidiano tiene un fondo de fractura social: vecinos delataron a vecinos, amigos a amigos, hijos a padres. Los seguimientos y las escuchas siguen presentes en la cultura popular gracias a producciones cinematográficas como «La vida de los otros»

También la Iglesia recuerda. Cardenales como József Mindszenty (1892-1975), Josef Beran (1888-1969) y Stefan Wyszyński (1901-1981) sufrieron la persecución en sus propias carnes. Ioan Ploscaru (1911-1998) contó en «Cadenas y terror» (BAC, 2020) el calvario de su paso por la cárcel. A otros como el sacerdote Jerzy Popiełuszko (1947-1984) directamente los mataron. En algunos casos, fue la Iglesia la que vertebró la resistencia civil contra los comunistas. Por eso, no cejaron en su empeño de infiltrarla y romperla.

Sin embargo, los comunistas no se limitaron al uso de la violencia. Allí donde no llegaban las pistolas, llegaban las palabras, las imágenes y los relatos. El propio Papa San Pío XII sufrió en sus propias carnes una campaña cuyos efectos se siguen dejando sentir. A partir de 1963, se lo trató de situar dentro del marco narrativo de la indiferencia ante los crímenes de los nazis. La obra de teatro «El vicario», del dramaturgo comunista de la RDA Rolf Hochhuth (1931-2020), sirvió para extender la mentira de un silencio cómplice ante el Holocausto. Los efectos del libreto de Hochhuth se extendieron gracias a la película «Amén», que en 2002 rodó Costa-Gavras a partir de «El vicario». Ese mismo tipo de campañas se organizaron contra obispos y cardenales. Ni Juan Pablo II ni Benedicto XVI quedaron a salvo de los intentos de ensuciar su nombre, que resultaron fallidos, pero se resisten a desaparecer.

El comunismo, como las demás ideologías totalitarias, se fundamenta en la mentira, el rencor y la violencia. So pretexto de liberar a la humanidad, jalona de cadáveres, fosas comunes y prisiones ese camino a la emancipación. Los pueblos de Europa Central y Oriental recuerdan bien el Calvario que atravesaron en el siglo XX. La Pascua, como decía, es un tiempo propicio para recordar todo ese horror que se desató sobre nuestro continente y que aún sigue asolando buena parte del mundo.