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17 de mayo de 2024

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meritocraciaPaula Andrade

El Debate de las Ideas

Evaluar la innovación educativa: navegar en mares revueltos

Resulta claro que la acción educativa, como interacción humana, siempre ha sido, es y será susceptible de mejorar

Afirmaba una famosa canción que «se nos rompió el amor de tanto usarlo», y quizás haya sucedido lo mismo con la innovación educativa. Porque al denominar así cada propuesta de acción, pequeña o grande, novedosa o reciclada, quizás hayamos contribuido a vaciar de significado a la expresión que da título a este monográfico.
Y, sin embargo, resulta claro que la acción educativa, como interacción humana, siempre ha sido, es y será susceptible de mejorar. De las pocas cosas en la que llegaremos a estar de acuerdo todos los implicados en ello: la educación puede mejorar. Y ahí es donde propongo rescatar el verdadero sentido de la innovación educativa: en el deseo de promover un mayor aprendizaje y desarrollo –importa el orden, no hay desarrollo sin aprendizaje– en el sentido más global del término.
Desde el punto de vista de los docentes, porque hablamos de innovación docente, en mi opinión es ineludible comenzar por la evaluación de la propia práctica. Y por evaluación no entiendo otra cosa que la reflexión a posteriori de lo que ha sucedido. Esta es, probablemente, la mayor de las paradojas que pretendo señalar: aunque la innovación se enfoca al futuro, no tiene sentido sin una reflexión sobre el pasado. Y la educación, sobre todo en ciertos ámbitos, se parece a un coche de carreras que quiere ir cada vez más rápido. Pero sin espejos retrovisores, el coche probablemente acabe estampado en la cuneta.
Así que lo que necesitamos, en mi opinión, es una mayor claridad a la hora de evaluar las innovaciones que se van realizando. Para este análisis propongo cuatro elementos tomados de la investigación reciente sobre el proceso de mejora docente:

Relevancia

Cualquier propuesta debe enfocarse siempre a un objetivo bien definido, que no puede ser reemplazado por otro dando por hecho que son equivalentes. Por ejemplo, si la innovación docente pretende mejorar el aprendizaje del alumnado, no es adecuado evaluar la satisfacción del alumnado. Puede ser que el alumnado esté más satisfecho, pero por otras razones. También sucede a veces que, a pesar de estar menos satisfechos, aprenden más. Este ejemplo no es azaroso, ya que los estudios realizados al respecto sugieren que no podemos establecer relaciones de causa-efecto entre la satisfacción del alumnado con un método y que este método mejore su aprendizaje. Entiéndaseme bien, el bienestar del alumnado es importante. No hablamos de esto, sino de analizar de manera coherente la innovación en base a unos objetivos determinados. Si el objetivo se ha definido como mejorar la satisfacción del alumnado, pongámoslo claro desde el principio.

Transferencia

Además, no podemos pretender que una idea se pueda exportar entre diferentes contextos sin adaptación. Aspectos como la madurez del alumnado; su accesibilidad a distintas herramientas; y todo el bagaje anterior que ha experimentado en su proceso educativo son factores muy importantes que tener en cuenta. En este sentido cabe preguntarse: ¿qué características tenía el contexto donde tuvo éxito esta innovación? ¿en qué se asemejan y diferencian de mi propio contexto? Además, las pruebas aportadas por las innovaciones deben ser combinadas con el contexto y el saber hacer profesional de cada docente. La identificación de las mejores prácticas no exime del rol clave del profesorado aportando su experiencia.

Plausibilidad

Con esto hablamos de un aspecto fundamental bajo mi punto de vista, y que se resume en si existen datos objetivos que permiten afirmar su eficacia. En este punto considero necesario puntualizar que en todos los estudios existe siempre una pequeña proporción de alumnos que no responden favorablemente incluso con los métodos que se han demostrado más eficaces. Resulta importante no olvidar que estos alumnos existen, y que la búsqueda de soluciones también para ellos es igualmente importante. Por eso, una idea clave de la innovación docente es que no hay una sola práctica que resulte en una mejora para todos y cada uno de los alumnos. Y si alguna vez se argumenta que una innovación sirve para todos sin excepción, mi consejo es sospechar de ella.

Equilibrio

Uno de los aspectos que a veces se pasa por alto radica en la existencia de un equilibrio entre prácticas distintas que permitan que la innovación sea diversa y funcional. Que la innovación sea diversa significa que debe provenir de una amplia gama de perspectivas, experiencias y fuentes de conocimiento. Además, ser funcional implica que la innovación debe ser práctica y tener un propósito claro, como ya mencionamos anteriormente. Debo añadir además que el marketing puede convertirse en el mayor enemigo del equilibro en innovación, porque se articula en torno a frases espectaculares y grandiosas. No sería un problema si supiéramos separar el icono que pretende llamar la atención, del proceso complejo y lleno de matices inherente a la educación.
En definitiva, una innovación docente puede parecer que funciona simplemente porque parece que el alumnado está respondiendo bien. Sin embargo, la conclusión puede no ser válida por varias razones: está pasando algo más que no se observa pero que es la razón que en el fondo provoca esa respuesta positiva; o el alumnado habría respondido positivamente independientemente de la innovación; o tal vez el docente está prestando atención solamente a aquellos a los que les funciona la innovación. De ahí la importancia en diseñar evaluaciones estructuradas, coherentes y lógicamente preparadas para atajar este tipo de interpretaciones sesgadas.
Además, la innovación docente suele conllevar una carga de trabajo que debe procurar ser asumible para los equipos docentes. Si la innovación docente va a consistir en un proceso cíclico de planificación, puesta en marcha, y evaluación; los docentes deberían disponer de un tiempo adecuado para realizar con calidad todas las etapas del proceso y no sólo su puesta en marcha.
En conclusión, la diseminación efectiva, el equilibrio entre la flexibilidad y la estandarización, y la relación entre la formación docente y la obtención de evidencias resultan, bajo mi punto de vista, las claves de la evaluación de la innovación docente. La relación entre la evaluación y la reflexión docente son los pilares que sustentan innovar con responsabilidad. Esto es fundamental desde la formulación inicial de dicha innovación, la toma de decisiones y la creación de una cultura reflexiva sobre la propia práctica.
  • Juan Fernández es profesor, investigador y autor de 'Educar en la complejidad' y 'La evaluación formativa'
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