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17 de mayo de 2024

Imagen de archivo de una manifestación a favor de los derechos LGTBI

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El Debate de las Ideas

No hay nada intrínsecamente valioso en la diversidad

Numerosas instituciones han decidido que el valor de la diversidad es tan fundamental que no puede cuestionarse

En los últimos cincuenta años la diversidad se ha erigido en el valor preferido del establishment político y cultural occidental. Existe una tendencia creciente a sacralizar la diversidad y las declaraciones de lealtad a la misma se han convertido en una actuación ritual por parte de numerosas instituciones públicas y privadas. Las organizaciones internacionales y globalistas han estado a la vanguardia de la promoción de la diversidad como valor fundacional de la sociedad. En palabras de la UNESCO, «la diversidad es la esencia misma de nuestra identidad». Para la UNESCO, el principal mérito de la diversidad es que su celebración de la pluralización de la identidad cultural y de la diferencia ofrece una contranarrativa a la valoración de la nación y de la soberanía nacional. De este modo, las organizaciones internacionales pretenden debilitar la autoridad del Estado nación.
La UNESCO y otras organizaciones internacionales presentan la diferencia y la diversidad como moralmente superiores a una sociedad homogénea. Desde la década de 1950 se ha intentado sistemáticamente desacreditar el estatus moral de las comunidades y naciones homogéneas. Las comunidades y los individuos que rechazan la agenda de la diversidad suelen ser representados como analfabetos psicológicos, temerosos de los demás y, cada vez más, como xenófobos.
Originalmente, la sacralización de la diversidad fue una respuesta a la errónea asociación de conciencia nacional con los terribles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. El apego a la nación se presentó como el principal impulsor de esta catástrofe y todas las formas de afiliación nacional, incluyendo el patriotismo, fueron criticadas como precursoras del fascismo. En su famoso estudio La personalidad autoritaria, los autores asociados a la influyente Escuela de Ciencias Sociales de Frankfurt trataron de presentar la diversidad como el antídoto contra la identificación de las personas con su nación.
La personalidad autoritaria desempeñó un papel importante en la asignación de una connotación negativa a la aspiración de las personas a vivir con gente como ellas. La conclusión a la que llegaron fue que la «necesidad de homogeneidad» representaba un importante defecto psicológico. Fue descrita como un síntoma de personalidad autoritaria. Los autores de la Escuela de Frankfurt delinearon un contraste moral entre las personas atraídas por la diversidad y quienes la rechazaban:
«Quizá sea principalmente la disposición a incluir, aceptar e incluso amar las diferencias y la diversidad, en contraste con la necesidad de establecer líneas de demarcación claras y determinar superioridades e inferioridades, lo que sigue siendo el criterio de distinción más básico de los dos patrones opuestos. Los miembros de un grupo externo que representan desviaciones de las normas culturales del grupo interno son más amenazadores para quien debe concebir las normas culturales como absolutas para poder sentirse seguro».
Los autores añadían que «iría más allá del alcance de este volumen establecer plenamente los determinantes de esta necesidad de homogeneidad y simplicidad en todas las esferas de la vida».
Según los autores de La personalidad autoritaria, el rechazo de la diversidad era algo más que un defecto de carácter, representaba un rasgo nocivo y potencialmente autoritario en los individuos. A partir de ese momento, curar a las personas de su necesidad irracional de homogeneidad y animarlas así a amar la diversidad se convirtió en un proyecto de ingeniería social.
Los autores de La personalidad autoritaria afirmaban que el contraste moral que establecían entre diversidad y homogeneidad se basaba en la ciencia. En realidad, fue la hostilidad ideológica hacia los ideales de soberanía nacional, patriotismo y tradición lo que les llevó a intentar convertir la homogeneidad en algo tóxico. Que esta disyuntiva moral haya sido tan ampliamente aceptada e interiorizada por las instituciones dominantes de la sociedad occidental dice mucho de su analfabetismo filosófico e intelectual. ¿Por qué? Porque homogéneo y diverso no son categorías morales, sino términos descriptivos.
No hay nada intrínsecamente valioso en la diversidad. Quienes afirman que son nuestras diferencias intrínsecas las que nos hacen valiosos están sencillamente expresando una preferencia subjetiva por la diferencia. Nuestras diferencias no son más valiosas que nuestra semejanza. El que uno prefiera o no estar con tipos de individuos diferentes o similares a uno mismo no tiene ninguna connotación moral. El proyecto de convertir la diversidad en un valor está impulsado principalmente por una desafección ideológica hacia la solidaridad local y comunitaria y la identidad que deriva de la pertenencia a una nación. Desde la década de 1980 la diversidad ha servido de medio para la promoción de las políticas culturales identitarias y del multiculturalismo.
La promoción de la diversidad ha provocado el crecimiento de la polarización social. Las políticas de diversidad han fomentado la fosilización de las diferentes identidades, ya que los diferentes grupos buscan posicionarse en una carrera competitiva contra los demás. Paradójicamente, la diversidad entre diferentes grupos ha promovido la homogeneización de la identidad dentro de los diferentes grupos. De modo perverso, la fetichización de la diferencia ha conducido a su naturalización. Se espera que los miembros de un grupo se definan a sí mismos con la misma identidad. De este modo, la diversidad y su celebración de la diferencia se han convertido en cómplices de la aceptación de la intolerancia y el autoritarismo dentro de los grupos identitarios.
La estrecha relación entre intolerancia y diversidad fue puesta de relieve por el teórico político Christopher Lasch en la década de 1990. Fue él quien señaló que «en la práctica, la diversidad acaba por legitimar un nuevo dogmatismo, en el que minorías rivales se refugian tras un conjunto de creencias impermeables a la discusión racional». Y advertía de que la diversidad podía conducir a la «segregación física de la población en enclaves cerrados en sí mismos y racialmente homogéneos, que tienen su equivalente en la balcanización de la opinión». Así es como se extendió el multiculturalismo guiado por la diversidad. Enclaves homogéneos que conducen a la balcanización de la vida pública y de la opinión.

Numerosas instituciones han decidido que el valor de la diversidad es tan fundamental que no puede cuestionarse

El impacto corrosivo de las políticas de la diversidad sobre la solidaridad no es el único problema asociado a la promoción del multiculturalismo. La sacralización de la identidad también ha socavado la libertad de expresión. En muchas partes del mundo occidental la promoción de la diversidad se hace a expensas del ejercicio de la libertad.
En los últimos años, numerosas instituciones han decidido que el valor de la diversidad es tan fundamental que no puede cuestionarse. Este sentimiento es especialmente frecuente en las instituciones de enseñanza superior. Muchas universidades han decidido que el valor de la diversidad prevalece sobre el de la libertad de expresión y la libertad académica. Si diversos grupos se oponen a una afirmación concreta, aquellos que la sostienen pueden ser legítimamente silenciados.
Algunos rectores de universidad sostienen explícitamente que la libertad de expresión y la diversidad pueden constituir valores contradictorios. En numerosas declaraciones oficiales, sostienen que la libertad de expresión constituye un riesgo para el bienestar de nuevos grupos de estudiantes no tradicionales y pertenecientes a minorías. Michael Roth, rector de la Universidad Wesleyan, escribió que en el pasado los campus eran «lugares mucho menos diversos de lo que son hoy» y que «había muchas voces que ninguno de nosotros llegó a escuchar». La afirmación de Roth implica que el ejercicio de la libertad de expresión en el pasado puede haber servido para silenciar las voces de los grupos minoritarios.
La convicción de que la libertad de expresión y la diversidad son valores mutuamente contradictorios ha sido interiorizada por quienes gobiernan las universidades y domina la conducta predominante en los campus universitarios. Se sostiene que la libertad debe «equilibrarse» o «compensarse» con la diversidad. «Creo que es, sin duda, un acto de equilibrio», observa Gale Baker, consejera universitaria de la Universidad Estatal de California. En su opinión, el «debate abierto y franco y la libertad de expresión entran en competencia con el valor de querer una comunidad diversa e integradora».
En la época actual, la exhortación a «equilibrar la libertad de expresión y la diversidad» lleva invariablemente a la conclusión de que la primera debe ceder ante la segunda. Los dirigentes universitarios se expresan cada vez más a favor de la diversidad y en muchos casos conceden poco valor a la libertad de expresión. El hecho de que la diversidad sea dominante y la libertad de expresión haya quedado relegada, en el mejor de los casos, a un valor de segundo orden queda patente en la forma en que se enmarcan las declaraciones y los enunciados sobre la misión de las universidades.
Tomemos como ejemplo la declaración realizada por el rector Ronnie Green de la Universidad de Nebraska-Lincoln dando la bienvenida a los nuevos estudiantes al campus para el curso académico 2016-17. La declaración no menciona el valor de la libertad de expresión o la libertad académica. Aunque menciona la libertad de expresión de pasada, está dedicada a la celebración del valor de la diversidad. Para Green, creer en este valor no es una opción, es absolutamente obligatorio. Como él mismo dice, «nuestras convicciones sobre diversidad e inclusión son innegociables». Su llamamiento a avenirse o de lo contrario asumir las consecuencias es eco de una mentalidad antiliberal y autoritaria.
Merece la pena señalarse que la declaración de Valores Fundamentales de la Universidad de Nebraska-Lincoln, como la de muchas otras universidades, incluye el de la diversidad pero no el de la libertad de expresión. A la mención de su creencia en la libertad de expresión en su declaración de principios le sigue inmediatamente la cláusula de que «no toleramos palabras y acciones de odio y falta de respeto». El hecho de que su supuesta creencia en la libertad de expresión y su intolerancia ante el discurso de odio se incluyan en la misma frase comunica una asociación implícita entre la libertad de expresión y el odio.
La absolutización del valor de la diversidad está ampliamente respaldada por las élites dirigentes de la sociedad occidental. Apoyan la diversidad y el pluralismo cultural porque les proporciona el papel de ser quienes gestionan intereses contrapuestos. En un momento en que la clase dirigente se enfrenta a una crisis de legitimidad, la necesidad de gestionar la diversidad les proporciona una razón de ser. Es más fácil dominar a una sociedad formada por grupos culturales que compiten entre sí que a un público unido en una afirmación común de nacionalidad. Un espacio público fragmentado y polarizado ayuda a los poderes fácticos a ejercer su hegemonía. De ahí que valoren tanto la diversidad.
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