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29 de abril de 2024

Fernando Bonete Vizcaino
Fernando Bonete Vizcaino
Anecdotario de escritores

Washington Irving y el arte del pseudónimo

El más célebre de los pseudónimos de Washington Irving fue Diedrich Knickerbocker, a quien no solo convirtió en firmante y narrador de parte de su obra, sino en toda una personalidad de carne y hueso

Actualizada 04:30

Negativos de una foto de Washington Irving de 1860

Negativos de una foto de Washington Irving de 1860

El pseudónimo es una ocultación. Circunstancial, es decir, no buscada pero impuesta por las convenciones del momento. En literatura, los pseudónimos utilizados por escritoras y periodistas mujeres durante siglos para atemperar el escándalo de que se les hubiera ocurrido hacer algo provechoso fuera de los muros de su hogar. O intencionada, para evitar el escarnio público sobre uno cuando se critica.
En última instancia, aunque no con tanta frecuencia, el pseudónimo es una ocultación hecha con idea, genio y garra. En estas pocas ocasiones el pseudónimo, además de recurso, es todo un arte.

Diedrich Knickerbocker

El caso de estudio más interesante del pseudónimo como arte –arte literario tanto como arte de la mercadotecnia– lo encontramos en el estadounidense Washington Irving, quien en este mismo libro comparece de nuevo junto a la andaluza Cecilia Böhl de Faber –ella también usó pseudónimo, Fernán Caballero, si bien motivada por las circunstancias–.
El más célebre de los pseudónimos de Washington Irving fue Diedrich Knickerbocker, a quien no solo convirtió en firmante y narrador de parte de su obra, sino en toda una personalidad de carne y hueso, si bien ficticia, claro. Knickerbocker pasaba por ser un historiador neoyorquino del Valle del Hudson, de raíces holandesas, algo rudo y contestón. Apareció por primera vez como protagonista de su propia desaparición en el Evening Post. En el diario se advertía de que un caballero anciano, de baja estatura y ropa oscura llamado Knickerbocker, que solía hospedarse en el Hotel Columbia, se hallaba en paradero desconocido. Se pedía a los lectores que colaboraran en su búsqueda mientras, semana tras semana, el diario iba dando el parte de los avances –se llegó incluso a ofrecer una recompensa para quien diera con él–.

«Knickers». Dio nombre a los habitantes de Manhattan, «knickerbockers»

Semanas después de iniciarse la búsqueda, Irving publica su primera novela, A History of New York from the Beginning of the World to the End of the Dutch Dynasty, firmado por Diedrich Knickerbocker (1809). Pero quien la firma, y figura por tanto como autor, es el desaparecido Diedrich Knickerbocker.
Dada la expectación generada por el personaje, la novela fue todo un éxito de ventas. Además, el nombre de su «autor» acabó por trascender en la cultura norteamericana. Dio nombre al tipo de pantalones largos que solía vestir, holgados a la altura de la rodilla –similares al pantalón clásico de golfista–; hoy se les conoce por la abreviatura «knickers». Dio nombre a los habitantes de Manhattan, «knickerbockers», a modo de simpático gentilicio. Y acabó utilizándose para dar nombre al equipo de la NBA de la ciudad, los Knicks.

Bendecido por George Washington

Que la ciudad de Nueva York adoptara de tan buen grado el pseudónimo de Irving, genio literario y artimañas publicitarias aparte, también tuvo que ver con el cariño que la ciudad profesaba al escritor que vio nacer justo la misma semana en sus habitantes se enteraban del alto al con que se dio fin a la Revolución de las Trece Colonias.

Su nombre y los motivos del mismo no pueden ser más patrióticos: su madre se lo puso por el padre fundador de la nación, George Washington, a quien un Washington Irving niño llegó a conocer con seis años y del que recibió la bendición. George Bernard Butler Jr. pintó un cuadro para inmortalizar el momento de la bendición. Está colgado en la casa museo del escritor, a las afueras del pueblo de Tarrytown, en el Valle del Hudson, de donde era Diedrich Knickerbocker.
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