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30 de abril de 2024

Mario de las Heras
Mario de las Heras

La «cultura» de izquierdas que alerta de la llegada del fascismo definiendo en realidad su comunismo

Un ejemplo es El Tercer Reich, la obra del italiano Romeo Castellucci que se estrena en Madrid donde acusa al «fascismo actual» de utilizar el lenguaje para modificar las conciencias de los ciudadanos

Madrid Actualizada 04:30

Josef Stalin en 1937

Josef Stalin en 1937

Utilizar el lenguaje para modificar las conciencias de los ciudadanos es algo que abiertamente hicieron Hitler o Mussolini. Los discursos espectaculares, épicos, multitudinarios e histriónicos eran marca del fascismo, pero no solo del fascismo. El artista italiano Romeo Castellucci estrena en Madrid El Tercer Reich como una denuncia del supuesto auge del fascismo, utilizando lo que ocurrió en Alemania o en Italia hace casi un siglo como si estuviera ocurriendo en la actualidad.

El fascismo de la izquierda

Hay una visión de la izquierda europea, incluida la española, por supuesto, puesta en esa dirección. Es la constante mirada al pasado para traerla a un presente que adolece de aquel en contra de sus intereses ideológicos. Es difícil saber que haría la izquierda sin el fascismo, por eso lo lleva consigo como Hemingway llevaba una pata de conejo tan desgastada de tocarla en el bolsillo que se le veían los tendones.
A este fascismo de la izquierda se le ven los tendones, ausente ya toda piel. El fascismo de la izquierda actual es un esqueleto con algunas piezas perdidas, como los antiguos que solía haber en las aulas de los colegios para estudiar el cuerpo humano. Si uno quiere estudiar el fascismo en ese esqueleto presentado, en esa pata de conejo sin piel, se va a llevar una impresión no al menos parcial, sino directamente sectaria. No es una historia nueva. Los extremos se juntan.

Un fascismo con forma de comunismo, de globalismo, de lo «woke»

La palabra nacionalsocialismo es un ejemplo, como también lo es El Tercer Reich de Castellucci que ahora llega a España con forma y propósitos confusos y también inequívocos, se diría que sectarios en la confusión buscada o en la confusión sin más, al denunciar un supuesto fascismo amenazante que tiene todas las delirantes formas de lo que precisamente defienden quienes se oponen a él, como el mismo Castellucci.
Un fascismo con forma de comunismo, de globalismo, de lo «woke». El fascismo mostrado como denuncia, pero representado como realidad de todo lo contrario a lo que se quiere representar. Una técnica fascista, goebbelsiana, de endosar al contrario las vergüenzas propias para que desaparezcan de su lado. Es una mudanza dialéctica de «vergüenzas».
En El Tercer Reich, una performance para más señas, se trata de mostrar que el fascismo utiliza el lenguaje para modificar las conciencias de los ciudadanos, un método perfectamente atribuible, casi expresamente, por ejemplo al gobierno social-comunista-independentista de Pedro Sánchez. Castellucci dice que la profusión de imágenes y sonidos de su obra pretende hacer el efecto de la «Polonia invadida». Pero no hay ninguna Polonia invadida. La hubo. No es ahora.
Castellucci afirma que «vivimos un gran peligro en Europa», porque la cultura para la derecha en Italia «es una cuestión ideológica, la cultura tiene que ser educación y ha de ser una educación nacionalista y tener valores cristianos y patrióticos, esta es la idea obscena que tienen». Cualquiera diría que está hablando de la política cultural de Urtasun, una idea obscena: la ideologización, el sectarismo y la mentira que no son los valores cristianos, inmanentes e irrenunciables en la cultura europea.

La muletilla del comunismo

Es la descomposición de la cultura occidental que representan, cada uno a su manera, Urtasun y Castellucci, mientras acusan a un supuesto fascismo de hacer lo que ellos hacen y potencian. El creador italiano es un «negador» de esa cultura. Una suerte de grafitero que «pinta» sobre las paredes del clasicismo. No hay dramaturgo clásico que se libre de su revisionismo. Una suerte de borrado de la Historia a cuya ola se sube, impenitente, repitiendo siempre el mismo proceso de demolición en el «arte» como otros lo hacen en la política enarbolando en ambos casos la bandera del fascismo más intempestivo, la pata de conejo, la muletilla y la expresión del comunismo del XXI.
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