Lorca, el hombre bueno al que la izquierda (casi) ha dejado de monopolizar
El pasado domingo se cumplieron 88 años desde que el poeta fue asesinado en Granada y, a pesar de los testimonios inequívocos del propio autor y de quienes le conocieron, algunos siguen difundiendo el relato trasnochado de su sectarismo
Se puede ver en las redes un vídeo que circula en el que aparece Vicente Aleixandre hablando sobre Federico García Lorca. En él el Premio Nobel de Literatura en 1977 dice que todo el mundo conoce la parte universal del poeta, pero que pocos conocen la parte que sobrepasa lo universal, según Aleixandre, de la persona:
«Era el genio de la personalidad. No he conocido a nadie que tuviera el don de la expresión humana viva, de la presencia, como lo tenía aquel extraordinario ser que era Federico. Tenía una seducción, un poder hechicero, una expresividad tan inmensa que era sencillamente irresistible. Era un fenómeno. Era la simpatía elevada a fenómeno cósmico».
Esto lo dijo su amigo Vicente Aleixandre. En otro sentido, su amigo Salvador Dalí contó lo siguiente: «Los rojos, los semirrojos, los rosas e incluso los malva pálido aprovecharon la muerte de Lorca para una vergonzosa y demagógica propaganda, ejerciendo así un innoble chantaje. Intentaron, e intentan todavía hoy, convertirlo en un héroe político. Pero yo, que fui su mejor amigo, puedo dar fe ante Dios y ante la Historia de que Lorca, poeta cien por cien puro, era consustancialmente el ser más apolítico que he conocido. Fue simplemente víctima de cuestiones personales, ultrapersonales, locales, y, por encima de todo, víctima inocente de la confusión omnipotente, convulsiva y cósmica de la Guerra Civil española».
Dos testimonios inequívocos de sus amigos, de quienes le conocieron, de quienes le trataron, que dejan constancia de dos características personales fundamentales del poeta: su bondad y su ausencia de ideología. Él mismo se definió como «católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico», que es casi lo mismo que no definirse. Y lo sabía. Sabía que era diferente y que por eso le observaban desde un bando y otro. A otro amigo, el director de cine Edgar Neville, le dijo: «Mi destino es morir asesinado por unos o por otros; por unos, porque me consideran comunista, olvidando que cada palabra de mi arte es una palabra de amor, porque creen que lo que me importa es Rusia, cuando lo que me fascina es España, porque piensan que soy impío, sin acordarse de mi Oda al Espíritu Santo; o por los otros, porque no faltará quien, recordando precisamente todo esto, me acusará de reaccionario, de clerical, de cavernícola, de fascista. Ya lo verás como me matan, antes que a ti a José Antonio».
Ya no es como cuando la apropiación indebida se debía a la desinformación, porque las evidencias, los testimonios, la Historia, impiden extender por más tiempo la sustracción ideológica por parte de la izquierda del símbolo que dijo: «Me voy porque aquí me están complicando con la política de la que no entiendo nada ni sé nada. Yo soy amigo de todos y lo único que quiero es que todo el mundo trabaje y coma». Pero aunque parezca mentira, aún hoy, en pleno siglo XXI, hay quienes todavía siguen difundiendo el relato (acaso como aquel soldado japonés que fue encontrado 40 años después del fin de la II Guerra en una isla del Pacífico y que creía que todavía continuaba la contienda) que durante décadas ha imperado hasta que ya no ha podido sostenerse más y que utilizaba la figura del poeta universal y universalmente apolítico, ese «genio de la personalidad irresistible», como dijo Aleixandre, amigo de todos, incluido de José Antonio, el líder de la Falange.
Uno de esos casos, además de los muchos anónimos, es el del político independentista Gabriel Rufián, ese soldado japonés que sigue diciendo cosas como estas: «Al alba del 18 de agosto de 1936 fusilaron a Federico García Lorca por 'comunista, homosexual y masón'/ El fascista que le asesinó dijo: 'le metí dos tiros en el culo por maricón'./ 88 años después sus restos aún se buscan y los del fascismo que le mató aún se votan».
Y lo dice, como lo dicen otros muchos, muchos también espoleados por él, sin tener en cuenta las propias palabras del poeta y los testimonios de sus amigos, manipulando, violentando con descaro su figura. Utilizándola sin respeto hacia Lorca, hacia su muerte, hacia su vida y hacia las personas a las que se dirige. Seguir apropiándose de la figura del poeta es tan frágil y deleznable como quienes lo hacen: el fiel reflejo de la puerilidad que contrasta con la exquisita genialidad inapropiable, solo disfrutable, de aquel «fenómeno cósmico».