
Mario Vargas Llosa
Muere Mario Vargas Llosa, el último gigante de la literatura
El gran escritor peruano, español y dominicano ha fallecido a los 89 años en su casa de Lima
El escritor Mario Vargas Llosa ha muerto a los 89 años en su residencia en Lima «rodeado de su familia y en paz», tal y como han trasladado sus hijos en redes sociales.
«Esperamos que encuentren consuelo, como nosotros, en el hecho de que gozó de una vida larga, múltiple y fructífera, y deja detrás una obra que le sobrevivirá», firmaban sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa. No tendrá lugar ninguna ceremonia y sus restos, «como era su voluntad», serán incinerados.
Dicen quienes le trataron por última vez que ya apenas respondía. Ya había respondido todo lo que tenía que responder. Solía preguntar dónde estaba, como si haber dejado de escribir hubiera sido perder el timón de su nave a la deriva entre mortales. Como si él mismo se viera como el mortal que nunca había sido, casi como Supermán cuando fue a su pequeña Krypton terráquea para abandonar sus poderes por el amor de Lois Lane.
De 'Los Jefes' al silencio
Cualquiera diría que Mario abandonó sus poderes, al final, por el amor de Patricia. Pero eso no se sabe y lo más posible es que no sea cierto. Vargas Llosa había perdido en la expresión la fuerza del invencible, del hombre que, como si de un relato pugilístico se tratase, venció en el cuadrilátero a su enemigo y antaño amigo, Gabriel García Márquez. Como su ídolo de juventud y de siempre Ernest Hemingway, el que también fue William Faulkner, el único, según confesión propia, que nunca le decepcionó.
Vargas Llosa y García Márquez como los Hemingway y Faulkner del boom latinoamericano, con permiso de otros, de sus amigos Carlos Fuentes y Julio Cortázar o del encamado Juan Carlos Onetti, el más faulkneriano de todos en su Santa María «yoknapatawphatizada». El peruano, español (desde 1993) y dominicano (desde 2023) vivió entre Los jefes, su primer relato publicado, y el silencio de Toño Azpilcueta (Le dedico mi silencio), su última novela. Fue Premio Príncipe de Asturias, Premio Cervantes, Premio Nobel y al final de todo miembro de la Academia francesa, el único «inmortal» que no escribía en la lengua de Balzac.
Después de todo esto ya nada le faltaba al autor que se consagró a la literatura sin distracciones. Lo contó muchas veces. Su mujer, Patricia, se encargaba de todo para que él pudiera dedicarse a escribir. Lo hacía por la mañana durante horas y luego por la tarde escribía artículos antes del paseo obligatorio con ella en cualquiera de sus casas por el mundo, la mujer por la que se peleó y derrotó a García Márquez y a la que terminó abandonando por Isabel Preysler en un último y no corto devaneo para terminar de certificar el mito hasta en la prensa amarilla.
Después volvió a casa, se diría que para morir. Sin libros, sin papel y pluma, sin nada, solo le quedaba Patricia. Y Patricia, esposa y mujer inmortal, como él de la Academia, le quiso otra vez, exactamente cómo, se deja para ellos. Odió a su padre por la distancia y su padre le odió por su inclinación a la literatura. Otra pelea que empezó con el niño Mario en un colegio militar, derechazo del padre, y la respuesta en forma de lecturas compulsivas del hijo durante ese tiempo en que resolvió ser escritor a modo de finta y de ataque. Era un adolescente que amaba a Victor Hugo y no mucho después trabajaría como periodista antes de estrenarse en veleidades políticas que varias décadas más tarde bien pudieron terminar en lo más alto.

Mario Vargas Llosa el día que recibió el Premio Nobel en 2010
Las veleidades amorosas también fueron rutilantes por el impacto y la especialidad. Se casó con Julia (La tía Julia y el escribidor) a los 19 años, quien era la divorciada hermana de su tía diez años mayor, y luego con su prima hermana, Patricia. Pasó sus años felices y pobres en París como Hemingway, y como él consiguió después hacerse un sitio en la literatura con La ciudad y los perros, su Fiesta particular con la que ganó no solo el Premio Biblioteca Breve español, sino la oportunidad de ganarse la vida con la literatura que le dio la mítica agente Carmen Balcells.
Solo en 1988, antes de ahora, dejó de escribir para presentarse como candidato del partido Movimiento Libertad a la presidencia del Perú que no consiguió al perder en la segunda vuelta de las elecciones contra Alberto Fujimori en 1990. De los escritores en español eligió a Borges. Fue amigo de Neruda, al que consideraba maravilloso y adorable, «si dejamos a un lado sus poemas en honor a Stalin, por supuesto». Fue quien le enseñó que se estaba haciendo famoso por los insultos: «Por cada elogio recibirá dos o tres insultos».
Escribir para ser feliz
Esa fue una duda de juventud que lo fue durante siempre: la inseguridad ante sus capacidades. Un insulto, una mala crítica siempre hicieron crecer en él esa mala hierba sobre la mala tierra que fue siempre su creación: «Tardo tres o cuatro años en escribir una novela, y buena parte de ese tiempo me lo paso dudando de mí mismo. Es algo que no he mejorado con el tiempo», dijo ya hace demasiados años. También dijo que estaba seguro de que escribiría hasta el día de su muerte y a lo mejor tuvo razón y el día de su muerte no fue este sino uno anterior, cuando dejó de responder el hombre, el último gigante de la literatura que confesó que escribía porque no era feliz, porque era «un modo de luchar contra la infelicidad».