
El escritor Ray Loriga en la entrevista con El Debate
Entrevista a Ray Loriga, escritor
Ray Loriga: «El siglo XX, con el nazismo, las guerras mundiales, daba mucho más miedo que el ChatGPT»
El Debate habla con el escritor Ray Loriga de su última novela TIM
Ray Loriga es un mito en la historia reciente de la literatura española. Su irrupción en 1992 con Lo peor de todo causó un enorme revuelo.
Aquella novela cínica, gamberra, malhablada, nihilista a más no poder, con ecos de Salinger, de Bukowski…, anunció un nuevo modo de escribir en España más cercana al punk y que le ha valido un sinfín de imitadores y admiradores.
Lejos queda la época de los tatuajes, las chupas roqueras y el aire de enfant terrible. En su lugar, luce ahora un parche en un ojo, cicatriz de un tumor que no le ha quitado ni un ápice de su vocación de escritor a contracorriente.
Ray Loriga vuelve a las librerías con TIM (Alfaguara), una novela breve, pero compleja, que muchos no comprenderán, que evita el mainstream literario de novelas de investigadores criminales y novelas de romanos para adentrarse en la verdadera literatura, la que indaga en los miedos y la naturaleza humana.
El Debate charla con Ray Loriga en la sede madrileña de Penguin Random House, posa para las fotos, deja el paquete de tabaco sobre la mesa y se dispone a lidiar con las preguntas.
— El protagonista de su novela se despierta y no sabe dónde está, no es capaz de levantarse y le cuesta salir de esa cárcel interior que es el sueño: ¿Hay ocasiones en que es mejor no despertarse?
— Dicho así…, si no te despiertas es que te mueres. Pero a veces uno sí tiene la sensación, como tiene este personaje, de que al despertar abandonas un territorio con peligros limitados —como es el sueño, donde a veces puedes tener pesadillas o zozobras, pero que no suceden fuera del sueño— y entras en un territorio donde la responsabilidad sobre lo que uno hace, ya una vez que sale de la cama, es total. Salir de la cama es estar ya perfectamente preparado para cagarla. Y hay quien se pasa el día intentando no cagarla y la caga también.
Es reconfortante pensar que uno pudiera estar vivo, pero, al mismo tiempo, eliminar la posibilidad de error
Entonces, es reconfortante pensar que uno pudiera estar vivo, pero, al mismo tiempo, eliminar la posibilidad de error, de daño, de daño tanto propio como –lo que es peor– daño a alguien, o equivocarse en cualquier juicio, en cualquier criterio… Digamos que es reconfortante la idea de pertenecer a ese lugar de meras posibilidades contra ese otro lugar de la realidad donde todo son actos reales.
— La novela juega con elementos casi totémicos, como esa presencia de Tim que sobrevuela toda la novela, o ese muñeco de un guerrero zulú, que es como un anclaje a la infancia del protagonista…
—Más que nostalgia es como sorpresa por haber sido reconfortado por cosas tan pequeñas. Según se crece, se va volviendo imposible reconfortarse con tus cosas. Esa sensación de resguardo se pierde. Sin idealizar la infancia, porque la infancia también está llena de dificultades y de ciertas amarguras.
— Su novela es muy kafkiana. ¿El despertar de su protagonista sería peor que el de Gregorio Samsa en La Metamorfosis convertido en un escarabajo?
— Casi da vergüenza acercarse a Kafka, porque estamos hablando de un escritor de un tamaño descomunal. Humildemente me planteaba la posibilidad de que de la cama no saliera un monstruo, sino que saliera el mismo tipo que se metió en la cama: ¿No será todavía más espeluznante el temor a despertarse siendo exactamente el mismo?

Cubierta de 'TIM', de Ray Loriga
A partir de ese guiño a La Metamorfosis, el libro también se estructura de alguna manera siguiendo a Calderón de la Barca y su Segismundo, con la idea de lo posible, que no sea real lo que uno vive, sino que sea un invento o un engaño que nos hemos conformado alrededor.
— ¿Es difícil construir una novela que consiste en un único y largo monólogo interior?
— Es difícil construir una novela, en general. Toda novela tiene que tener una estructura que se acople a su función y a cómo la hemos concebido. En treinta y tantos años que llevo escribiendo he escrito novelas de distintas maneras y de distintos tipos, y todas tienen sus problemas técnicos concretos.

Ray Loriga durante la conversación con El Debate
En este caso, la dificultad era construir un edificio sin el aparente pilar o viga maestra que es la trama. Una novela sin trama es una novela con asunto, y una novela con asunto, de alguna manera, tiene trama. Pero digamos que tiene esa dificultad específica, y otras novelas tienen otras. Son como distintas construcciones que requieren soluciones concretas.
— Al igual que su protagonista, el lector se siente un poco desorientado a lo largo de toda la narración. Entiendo que esa era su intención: ¿no le preocupaba que algunos lectores terminaran perdiéndose por el camino sin llegar a ese final donde todo termina por encajar?
— Siempre hay un riesgo, y en esta novela sabía que corría el riesgo de que algunos lectores pudieran no entrar en ese juego. Al fin y al cabo, un libro es como invitar al lector a un baile. Hay lectores que querrán bailar este baile y otros que a lo mejor a la mitad se cansan y no quieren bailar más.
Pero pasa con cualquier libro. Porque hay libros que a lo mejor los ha leído muchísima gente con pasión y a mí se me caen de las manos. Nos pasa a todos como lectores. Depende del tipo de literatura que a cada uno le guste. No hay libros que satisfagan a todo tipo de lector.

Ray Loriga en la sede de Penguin Random House
Entiendo que hay literaturas que a mí me gustan que a lo mejor a otro lector no comparte. Pues lo mismo con lo que escribo, uno no puede contentar a todos los lectores. Uno elige un camino por el que ir con la esperanza de que quien quiera seguirte te siga y quien no, pues no. Todos los libros conllevan unos riesgos.
— Hoy parece que entre los lectores hay cierto desinterés hacia la literatura implique cierto riesgo y que se salga de la novela histórica o la policíaca.
— Es verdad que el patrón de lectura general —porque luego conoces lectores de todo tipo muy interesados en otro tipo de fórmulas—, que la masa lectora está prefiriendo esta literatura que tiene una trama policíaca, una base histórica muy clara, o romántica… Siempre con una serie de géneros patrón muy similares entre unos libros y otros.
Parece ser que no atrae el riesgo y la aventura lectora y, por ende, la aventura de escribir. Lo que es la mera literatura ya no es tan bien recibida. Da la sensación, a veces, de que las historias que se hacen están pensadas para que, a la semana, o al mes, o al año tengan su serie en Netflix o en Amazon Prime. Parecen una especie de proyectos de televisión, de serie, con una muy ligera capa literaria. No es la literatura que a mí me gusta.
— Hace poco leí la «autobiografía generacional» de José Ángel Mañas, Una historia del Kronen, donde aparece usted. ¿Cómo ve usted aquella generación de escritores, que llamaron la Generación X, a la que usted pertenecía, que revolucionaron la literatura en los 90?
— No creo que la literatura fuera mejor en aquella época, ni tampoco he tenido la sensación de formar parte de una generación. Éramos escritores muy distintos y, de hecho, quizás con los escritores con los que he crecido más cerca, de mi edad o de edad aproximada, no son los que se identifican con ese grupo, con la X.

Ray Loriga vuelve a las librerías con 'TIM'
Estoy más cerca de escritores como Marcos Giralt Torrente, que hemos escrito desde el principio y somos amigos, y nos hemos enseñado los libros cuando los hacíamos… O Belén Gopegui, por ejemplo. El propio Pisón (Ignacio Martínez de Pisón, Premio Nacional de Narrativa 2015), que es un poco mayor que yo.
Digamos que esos han sido escritores bastante más cercanos a mi círculo que otros que supuestamente eran mis compañeros de generación. A lo mejor por temática se nos ha asociado. No lo sé. Es algo que tampoco me interesa sobremanera investigar ni clarificar: yo escribo lo mío y creo que al final los escritores vamos de a uno, para bien y para mal. Escribimos solos y salimos del mundo solos. No sé hasta qué punto me interesa todo ese concepto generacional, y tampoco soy sociólogo para dar una cartografía completa.
— Superó una dura enfermedad: ¿ha plasmado en este libro esa lucha, esa rabia por la enfermedad, tal vez el miedo que se siente en esos momentos?
— Realmente, no. Porque aquí el miedo es el de estar bien, no el miedo de estar mal. Es muy personal, pero yo no tuve la sensación de luchar. Quienes lucharon fueron los médicos, yo solo estaba tumbado, si te digo la verdad.
No recuerdo el proceso de la enfermedad como con unos sudores fríos o pánicos. Lo viví con bastante tranquilidad: si va para allá, pasará esto y si va para allá, pasará esto. Pero lo viví de una manera bastante tranquila y pasiva. No tuve ninguna sensación de ser un titán luchando con nada. No fue un tiempo especialmente angustioso para mí.
Probablemente sea más angustioso volver a ponerse de pie, que es de lo que habla este libro, y volver a enfrentarse a las cosas. Eso me genera más angustia que estar en una cama donde, al fin y al cabo, eres responsable de casi nada. Son los médicos los que llevan las riendas y tú eres un objeto paciente, nada más.
— ¿Esa imposibilidad que tiene el personaje de su novela de salir del sueño, podría ser una metáfora del hombre moderno, atrapado en un mundo donde se pretende someter al individuo a una sedación perpetua entre consumismo, entretenimiento fácil y ocio cuyo resultado es un vacío vital?
— Fuera de esa cama está el mundo, y el mundo se ha convertido, o quizás siempre lo ha sido, en una trampa llena de cebos de plástico en donde producción y consumo parecen ser las dos únicas tareas del individuo y donde el no consumidor es un traidor al sistema.

'TIM', de Ray Loriga, profundiza en los lugares más recónditos de la naturaleza humana
Aquí se trata de trabajar lo más posible para consumir lo más posible y si no, no eres parte de esta rueda, no sirves para nada. Todos los baremos con los que se estimula esto, tanto de éxito económico, capitalismo desaforado, como única esencia de la identidad, el único valor del ser humano, a mí me parece bastante desconsolador.
— No quiero hacer un destripe de la novela, pero leyéndola, me viene a la cabeza una vez más cómo las nuevas tecnologías están volviéndonos cada vez más dependientes. Desde hace unos meses casi parece que ya no podemos vivir sin las inteligencias artificiales… ¿Hay algo de eso en el trasfondo de la novela?
— Sí, como de indagación de qué es lo humano en mitad de toda esta feria: ¿dónde queda lo humano? Realmente, ¿cuál es la esencia de lo humano?
¿La única esencia es que somos carne de cañón del consumo y punto pelota, y no hay nada más? Hay dos maneras de afrontar ese abanico de nuevas posibilidades, tres, quizás. Uno es con un entusiasmo tecnológico tan brutal —como parece que tiene mucha gente— que rápidamente hay que formar parte de todas estas formas nuevas de tecnología.
Otra es el pánico, que también hay una parte de la gente que parece que le tiene un pánico terrible (a las tecnologías), como si fueran una especia de demiurgos que han surgido. Y otra —la que a mí me interesa— que es la reflexión.
Con todo este avance brutal que se plantea –una avance que además es muy rápido, que crece muy deprisa– se nos da la oportunidad de redefinir lo humano. Estamos en un buen momento para volver a pensar qué es lo reproducible de nosotros, lo no reproducible y dónde está lo verdaderamente humano e individual. Dónde está la esencia del individuo.
— Hablando de tecnología, perdone que me haya fijado en su teléfono móvil (un vetusto aparato sin conexión a internet ni grandes pantallas táctiles), que no es precisamente última tecnología…
— No, no es el último grito.
— ¿Es una forma de rebelión ante esta dependencia de la tecnología?
— No, no es una forma de rebelión, porque no me dedico a rebelarme contra nada. Es una forma de protección personal, más que de rebelión. Y de desinterés: tengo este teléfono porque para lo que yo lo necesito, que es para hablar con mi mujer o con mis hijos si me llaman, o la editorial cuando me tienen que decir algo, pues con esto me sobra y me basta.
Además, como me dedico a escribir, normalmente estoy o leyendo o escribiendo, me molesta mucho tener un aparato todo el rato con whatsapps, que me manden fotos, que me manden vídeos… Con esto no tengo todo ese bombardeo.
— Al leer el libro también me ha venido a la cabeza el confinamiento por la pandemia. Desde hace unos años parece que vivimos con miedo, miedo al virus, miedo a la guerra de Ucrania, miedo al cambio climático, miedo a la inteligencia artificial, al ChatGPT… ¿Qué clase de mundo hemos construido?
— Somos jóvenes en el mundo. El mundo siempre ha vivido con miedo. Pensemos sólo en el siglo XX con la Primera Guerra Mundial, la Segunda, el nazismo… Si eso no daba miedo… A mí me daba más miedo que el ChatGPT, entre tú y yo. Me da bastante más miedo… Los misiles de octubre, la guerra nuclear como amenaza constante…
Incluso hubo una obsesión en los 60 que era si nos iban a atacar alienígenas… Siempre hemos estado cagados de miedo, básicamente. No me parece nada nuevo. Creo que nuestra propia juventud en el mundo nos lleva a magnificar lo que nos sucede a nosotros y a pensar que antes había unas certezas, que las cosas eran más solidad, y realmente no.