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César Wonenburger
Bocados de realidadCésar Wonenburger

El frustrado conspiranoico de Moncloa

La tesis de la conspiración se abonó con calculada ambigüedad desde Moncloa, mientras el nuevo Sálvame lucha contra su propia maldición, Antena 3 se escora hacia lo queer y el apagón propició un regreso a los mejores hábitos

Atasco en Madrid por el apagón

Atasco en Madrid por el apagón

En realidad jugaban con las cartas marcadas desde el inicio. Porque ni su propia idiocia podía apartarles de la convicción: tenía que ser el resultado de sus majaderías e incompetencia, la insensata subordinación del bien común a los dogmas de una ideología que antepone sus vagas ensoñaciones a la realidad.

Y no como hubiesen deseado en ese preciso instante, aferrándose a ello cual clavo ardiendo, el virulento designio de una potencia extranjera envidiosa de nuestra tan cacareada prosperidad.

Pero era preciso propiciar la nebulosa por si acaso todavía resultase que, por alguna extraña carambola, la idea que empezaba a calar en una parte de la sufrida población, que aquello tuviese algo que ver, sí, con Putin, fuese cierto.

De ese modo, como el refranero patrio consagra, «no hay mal que por bien no venga», ocurriría que nadie (ni siquiera la veleidosa Yolanda) podría oponerse seriamente al aumento del gasto en balas, cualquiera menos judías. Silencio, y a ver si cuela.

Pero los sueños, sueños son. Y en la Moncloa, con el recuerdo de lo sucedido en aquel fatídico 11-M bulléndoles en sus cabezas, aunque decidieran abonar las tesis conspiranoicas (nunca las zanjaron de raíz: «no difundan bulos, que de eso ya nos ocupamos nosotros») sabían que aquel cuento tenía aún menos recorrido que esos coches eléctricos varados, este lunes, en los arcenes como metáfora cruel de sus obtusas políticas energéticas.

En el New York Times la noticia, sin gran despliegue, hablaba temprano de un apagón en España y Portugal, como un detalle puramente doméstico. Los vecinos portugueses, conocedores del percal, ya nos echaban la culpa. Y mientras, un ex primer ministro socialista de ese país, hoy en el cementerio de elefantes de Bruselas, Antonio Costa (Von der Leyen no podía hacerle este último favor a Sánchez, pero al menos que saliera un espontáneo a dar la mala noticia), lejos de ponerse de perfil, aseguraba que de ciberataque, rien de rien.

Aún así, el conspirador monclovita seguía, al filo de la medianoche, sin descartar ninguna hipótesis, lo que en realidad equivale a mantenerlas todas, o sea, también la más beneficiosa para su causa, la de un supuesto acto hostil que ocultara la chapuza.

En su libro sobre Oriente y Occidente, sostiene Luis Racionero que «el eterno retorno es una idea profundamente arraigada en la mentalidad oriental». Quizá el presidente Sánchez ha tenido oportunidad de darle algunas vueltas durante su reciente viaje a China. Y ahora, sorprendentemente, acaba de rememorarlo. Las insidias que el PSOE difundió durante los duros días del 11-M se le han vuelto a aparecer como a Macbeth el fantasma de Banquo, durante el banquete.

El gafe del nuevo 'Sálvame', ¿una señal?

Otra vez hay que echar mano del refranero, otra vez el mismo. No hay mal que por bien no venga. El sustituto de Sálvame que el presidente de RTVE (un inveterado hooligan con el mismo desparpajo que la finada Antonia Iglesias en sus días de gloria al frente de los informativos de la casa) se ha inventado para que la troupe rescatada de la irrelevancia deslice consignas a favor del régimen, entre chisme y chisme de Ortega Cano, ha resultado ser gafe antes incluso de su estreno.

La otra semana se quedaron en capilla por lo del Papa, y ahora les ha (más bien nos) tocado en gracia lo del apagón para no tener que asistir a sus ordinarieces a precio de oro, al menos no en lunes.

Planeaban, para ese día, un gran desfile que ya ha provocado las iras de algunos empleados de RTVE por las molestias: les habían dicho que llevaran la comida de casa para no incordiar con inoportunos desplazamientos a las nuevas estrellas del ente público.

La cosa tiene más de La parada de los monstruos, Freaks en el original del genial Tod Browning, que aquella desenfadada y sutil Pasarela del adiós a ritmo de Nino Rota con la que Fellini culminó su magistral 8 y medio. De esta última solo podrían imitar una cosa… lo del adiós… incluso antes de comenzar. Quizá tanto contratiempo encierre una señal.

Antena 3 explora caladeros con un delirio 'queer'

Algo del calculado ejercicio de chabacanería (lo cual tiene más delito que si fuese improvisado) con el que TVE da la bienvenida a su programa cultural para las tardes, podría haberse inspirado en la serie Mariliendre, que Antena 3 acaba de estrenar a bombo y platillo en su canal de pago.

¿Pero no decían que la generación Z, esa que requiere de apoyo emocional hasta para subirse a un avión, estaba harta del sexo televisado, por eso se cargaron Élite y Euphoria ha tenido que esperar casi tres años para que se programe su nueva temporada?

Posiblemente lo que las nuevas generaciones no quieran ver reflejado en las pantallas sea la representación de lo más convencional y pasado de moda, la intimidad entre un hombre y una mujer, una cosa del paleolítico.

Pero en cambio, a juzgar por este nuevo engendro televisivo, sin pies ni cabeza, que recuerda en su elemental puesta en escena a las peores series musicales de adolescentes de Disney, lo que sí parece suscitar gran interés entre la muchachada es la representación, en todo su esplendor, del fascinante universo queer.

Mariliendre se ofrece como una fantasía gay del peor garrafón, un derroche de música mal enlatada y peor servida, con torpes coreografías extraídas de algún tugurio de Chueca, lo mismo que sus lamentables actuaciones. Pero, ¿cuenta algo más allá de adornarse mediante la continua exposición de toda la iconografía propia del género (falos, dildos, cuero, suspensores, …), que ni escandaliza ni provoca ya a nadie, solo espanta con su reiterada cutrez?

Por supuesto que cuenta… una historia que, si le hubiese dado tiempo, podría haber relatado, con mucho más estilo, el mismo Baroja. Una vez más, sus autores nos sitúan ante la demolición de la actual familia urbana de tipo burgués, sostenida en un cúmulo de hipocresías, como su fe impostada, medias verdades y escarnios auto infligidos. Con algo parecido Visconti tejió El crepúsculo de los dioses, metáfora de la Alemania nazi, en el siglo pasado. Aquí estamos en otros presupuestos, algo más de andar por casa.

El padre de familia, un buen hombre, el único puro y noble entre su parentela por lo que se vislumbra, junto a su hija Mariliendre (enamorada de todo lo gay), era homosexual. ¡Qué genialidad¡ Y quizá por eso mismo, por no hacerle un feo a los suyos con inesperadas revelaciones íntimas, va y se suicida (lo cual ya no sucede ni en las mejores familias del Viso).

Así se sugiere en el capítulo inaugural de este bodrio con el que Antena 3 pretende hacer méritos por congraciarse con los nuevos públicos, gente de mentes abiertas, y sacudirse de ese modo el sambenito de «la cadena triste».

(Eso sí, la actriz principal dará en diciembre, con toda seguridad, las próximas campanadas, en esta u otra cadena).

Regreso a otros tiempos

En la pandemia algunos hicimos más o menos lo de siempre, mantenernos aferrados a los últimos vestigios de una civilización que en otro tiempo encontraba placer en cosas tan sencillas, e inútiles (a pesar de Nuccio Ordine,) como leer, escuchar música, disfrutar de una película o tumbarse a admirar la tristeza dorada con la que se tiñen las hojas de los árboles, durante el otoño.

Al escapar con algo de imprescindible fortuna del inicio del caos (que al menos en sus primeros instantes, en el centro de Madrid, se manejó con encomiable profesionalidad: pronto aparecieron los agentes para dirigir el tráfico), me encerré en el refugio serrano a revivir algo de aquel otro momento excepcional.

Sin molestos pitidos ni alarmas, ni un mal transistor que me conectara al mundo, logré abandonarme a la lectura, como si nada me perturbara más allá del deseado reencuentro con las personas queridas. Y entonces, al abrir el poemario de Luis Rosales, en la página señalada, el presente volvió a colarse sin aviso, casi al fijar la vista en una de las primeras estrofas:

«Esta España de luz, mierda y aulaga, / que muere de su misma obstinación, / confunde la soberbia y la ambición / y duele siempre con la misma llaga».

Cierto Luis… pero ayer ni siquiera la luz… solo la que se colaba entre los pinos. Y qué bien nos hizo…

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