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Ilustración en la que aparece Achille Ratti, después Pío XI, ayudando a un compañero en los Alpes

Ilustración en la que aparece Achille Ratti, después Pío XI, ayudando a un compañero en los AlpesBridgeman Images via AFP

El reto por conquistar las montañas, un camino de éxito y muerte que siguieron desde Pío XI a Carlos Soria

A lo largo de la historia, los alpinistas, aristócratas del riesgo –como los bautiza el historiador Pablo Batalla– o conquistadores de lo inútil –como los llamó el alpinista Lionel Terray–, se han jugado la vida en nombre propio, de naciones o de corrientes políticas

Desde la vieja Iglesia de Macugnaga, el párroco observaba con un telescopio a un grupo de montañeros que en el verano de 1889 se disponía a realizar la travesía del Monte Rosa hasta su pico más alto en la punta Dufour. El cura no sabía que entre aquellos intrépidos y patrios aventureros se encontraba –aun con su nombre secular– Achille Ratti, el futuro Papa Pío XI.

Después de doce horas caminando, mientras bordeaban la punta Zumstein, el grupo se paró junto a una rimaya, frente a una gran pared de hielo, para echar al estómago unos trozos de Suchard. El objetivo se veía cerca, pero el sol golpeaba con intensidad, despertando el miedo a una posible avalancha. Tardaron tanto en escalar unos pocos metros por la gélida pared que la ilusión se desvanecía.

«Era una auténtica ilusión óptica, quizá acentuada por la atmósfera extremadamente pura, pero común en la alta montaña. Todo es grandioso allí arriba, las masas que te rodean y las distancias que las separan, las líneas generales del paisaje y sus detalles», escribiría años más tarde Ratti rememorando aquella ascensión para el Club Alpino Italiano.

Antes de enfrentarse al cónclave en el que saldría elegido Papa, Pío XI completó la primera travesía italiana al Monte Rosa, talló escalones con su piolet en sus paredes, saltó las grietas de sus glaciares, confirmó cuál era el punto más alto del macizo y llegó a coronar otras grandes cumbres como la del Cervino. En el Mont Blanc, otro de los picos alcanzados por el Santo Padre, hay una ruta nombrada en su honor.

Ilustración en la que aparece Achille Ratti, después Pío XI, ayudando a un compañero en los Alpes

Ilustración en la que aparece Achille Ratti, después Pío XI, ayudando a un compañero en los AlpesBridgeman Images via AFP

Lo que se sentía allí arriba era difícil de explicar a los que nunca lo habían vivido, «ninguna palabra bastaría ni parecería creíble». Ratti gozaba bajo las condiciones extremas de las altas montañas y reflexionaba sobre el origen de aquellos paisajes tan sublimes: «Es siempre en la imitación de la naturaleza donde nuestro arte se relaciona más estrechamente con el de Dios, el creador primigenio de toda belleza».

La lista de aquellos que se han interesado por la inmensidad de las montañas es tan larga que es imposible conocerlos a todos. Unos, con más fortuna que otros, han dejado las historias de sus logros e intentonas para la posteridad; también muchos las de sus fracasos. Algunas de estas hazañas las cuenta Pablo Batalla en su ensayo La bandera en la cumbre (Capitán Swing, 2025), una selección de recuerdos de aquellos a los que él bautiza como los «aristócratas del riesgo». En las alturas un paso en falso puede tener un desenlace fatal.

El reto más codiciado, los ochomiles

Si las primeras ascensiones fueron casi obligadas por intereses nacionales de observación, conocimiento del terreno y conquista, cuando esto pasó a un segundo plano entraron en juego el ego; quién era el más fuerte y quién se podía desenvolver mejor en la alta montaña, ya fuese como nación o como individuo. La obsesión por el éxito se concentró en una cifra, el 8.000, los metros que superaban los 14 picos más altos del planeta.

El primero fue el Annapurna, conquistado en 1950 por una expedición francesa encabezada por Maurice Herzog y Louis Lachenal. Pablo Batalla cuenta en su libro cómo el ansia por la cumbre del primero obligó a su compañero a seguirle en una hazaña que se tornó en pesadilla. Lachenal perdió todos los dedos de los pies. Herzog sumó a eso dos falanges de todos los dedos de las manos y una en los pulgares.

El alpinista francés, Maurice Herzog, a su vuelta de la expedición en la que encumbró el Annapurna en 1950

El alpinista francés, Maurice Herzog, a su vuelta de la expedición en la que encumbró el Annapurna en 1950AFP

El segundo fue el Everest. Edmund Hillary llegó a la cumbre junto a Tenzing Norgay en 1953. A pesar de poseer nacionalidad compartida entre Nueva Zelanda y Reino Unido, el logro le valió el título de caballero inglés y su compañero fue condecorado con la Cruz de Jorge. Pero, ochomiles hay 14 y, pensando en el conjunto, hay un nombre que suena más alto que los demás, el de Reinhold Messner. El italiano fue el primero en conquistarlo todo: Everest, K2, Kanchenjunga, Lhotse, Makalu, Cho Oyu, Dhaulagiri, Manaslu, Nanga Parbat, Annapurna, Gasherbrum I, Broad Peak, Gasherbrum II y Shisha Pangma.

Como purista del alpinismo se niega a reconocer a aquellos que, con el tiempo, han revolucionado este deporte. Cuando ya se ha subido todo, por todas las vías y por todas sus caras, el mundo se obsesionó con la velocidad. Para Messner, nuestro contemporáneo Kilian Jornet, el «coleccionista de cimas» (Pascal Bruckner, De la amistad con una montaña), no merece entrar en la historia del alpinismo a pesar de haber coronado los 82 picos de los Alpes en 19 días o subir al Everest en dos ocasiones sin oxígeno, ni cuerdas. La primera en 26 horas y la segunda en 17, con seis días de diferencia.

Pero, «la historia del montañismo no refleja solamente el triunfo sobre las montañas, sino también la victoria sobre el miedo», dice Batalla. Quizá esto fue lo que movió a Carlos Soria, el mejor alpinista español de todos los tiempos, a enfrentarse una vez más a la cumbre del Manaslu, 50 años después de haberlo coronado por primera vez. El miedo a no ser capaz de lograrlo, ya que, como dice Bruckner, «envejecer es desaprender a andar».

Carlos Soria en la cumbre del Manaslu, en la cordillera del Himalaya, el pasado septiembre

Carlos Soria (delante) en la cumbre del Manaslu, en la cordillera del Himalaya, el pasado septiembreLuis Miguel López Soriano

Pero, el pasado septiembre se consumó el récord, Soria se convirtió en la persona más longeva en escalar un 8.000; a pesar de llevar una prótesis de rodilla y de haber roto la bucal y tener que masticar la comida empujando la lengua contra el paladar.

«A mí antes me parecía muy mayor la gente de 86 años, ahora no. No hay que pasarse como yo me he pasado, pero tampoco hay que rendirse», confesaba en una entrevista tras su descenso en helicóptero desde el campo III debido a varias contusiones sufridas en las piernas. El abulense tiene en su palmarés personal 12 de los 14 ochomiles, seis de ellos los conquistó pasados los 60 años, tres pasados los 75. Le faltan el Shisha Pangma y el Dhaulagiri.

En este último, que ha intentado en catorce ocasiones sin éxito, en 2023 se fracturó la tibia y el peroné a 7.700 metros de altitud y protagonizó un rescate casi imposible. Su compañero, Sito Carcavilla, aseguró en una entrevista que sus «cinco décadas de expedición al Himalaya dejando buena huella fueron correspondidas en ese momento crítico». A veces la montaña es injusta, pero para un verdadero alpinista la cima no cuenta aunque estés a 300 metros.

Carlos Soria a su llegada al Hospital de Hams en Kathmandu tras su accidente en el Dhaulagiri

Carlos Soria en 2023 a su llegada al Hospital de Hams en Kathmandú tras su accidente en el DhaulagiriEFE

Soria seguirá subiendo montañas, quizá porque, como confiesa Pascal Bruckner en ese 'pequeño tratado de elevación', «la nieve es, sobre todo, una goma de borrar la fealdad del mundo, aunque la fealdad triunfe sobre la goma». Y, allí arriba, solo hay blanco.

Una competición no tan viril

«Todas las montañas parecen condenadas a pasar por las tres etapas: pico inaccesible; la ascensión más difícil de los Alpes; un día fácil para una dama», decía Albert Mummery en 1985. Mummery, que había fallecido en uno de los primeros intentos más sonados de escalar un 8.000, el Nanga Parbat, consideraba a la mujer no apta para la montaña. Cabe destacar que de los alrededor de 50 alpinistas que han logrado coronar los 14 ochomiles se encuentra Gerlinde Kaltenbrunner, una mujer. Fue la primera en conseguirlo, sin oxígeno adicional.

Gerlinde Kaltenbrunner en su ascenso al K-2, en el Himalaya, en 2009

Gerlinde Kaltenbrunner en su ascenso al K-2, en el Himalaya, en 2009EFE

Cuando hablamos de competición viril obligatoriamente habría que dejar fuera grandes historias protagonizadas por mujeres en las más altas cotas. Por ejemplo la de las estadounidenses Annie Smith y Fanny Bullock, dos grandes rivales que estaban obsesionadas por ser, cada una de ellas, la primera mujer en escalar la montaña más alta. Bullock coronó el macizo Nun Kun, en el Himalaya, y Peck el Huascarán, en Perú. Peck aseguraba que su montaña era más alta y Bullock llegó a pagar a un equipo de ingenieros para que midieran con precisión aquella cumbre. Al final salió ganando.

Lionel Terray, otro reputado alpinista francés que murió en la montaña en 1965, también despreció a la mujer por su inexperiencia o debilidad en algunos pasajes de su libro Los conquistadores de lo inútil. Se mofaba de las novatas, a las que llamaba «torpes y pesadas». Si las mujeres hubiesen hecho caso a las palabras de Terray o a las de Mummery es probable que Hanifa Yousoufi no hubiese confiado en la capacidad alpinística que la llevó a convertirse en la primera mujer afgana en coronar el Noshaq, el pico más alto de su país con 7.492 metros. Lo hizo el 10 de agosto de 2018, justo tres años antes de la caída de Kabul y el regreso del régimen talibán.

La alpinista afgana Hanifa Yousoufi junto a Vibeke Andrea Sefland en la cima del Noshaq, en 2018

La alpinista afgana Hanifa Yousoufi junto a Vibeke Andrea Sefland en la cima del Noshaq, en 2018Sandro Gomen Hayes

Por suerte, aunque sigue habiendo miradas escépticas hacia la mujer en esto de la montaña, es muy común ver parejas de cordada mixtas en las que el hombre no se ve como un acomplejado o en las que, cada vez más, es la mujer quien lidera. Alison Hargreaves, primera mujer en subir el Everest (1995) sin oxígeno ni ayuda de sherpas lo dijo alto y claro: «Prefiero vivir un día como un tigre que cien años como un cordero».

Si Stalin no va a la montaña...

También hay historia tras los nombres de las más altas montañas y sus picos, algunos incluso han ido mutando a lo largo del tiempo. En la Rusia soviética, donde sus mandamases se elevaron a un estatus cuasi divino, sus montañas fueron rebautizadas para intensificar la glorificación de la figura del líder.

Pico Revolución de octubre, pico de los Comisarios Rojos, el de los Camaradas, el del Soldado del Ejército Rojo y, cómo no, el pico Lenin (el tercero más alto de Rusia) y el pico Stalin (el de mayor altitud y que en 1966 fue rebautizado a pico del Comunismo). Ni siquiera la montaña pudo escapar del adoctrinamiento soviético.

Los bustos de sus héroes también empezaron a trepar a las cumbres condenando en muchos casos las vidas de sus portadores. Batalla cuenta en La bandera en la cumbre alguna historia curiosa, aunque esperable. El caso de una cordada que ascendía hacia la cumbre del Elbrus con una figura de su Stalin amado cuando una tormenta les sorprendió. Lo lógico era dejar la estatua y descender de la montaña, lo que hicieron. Pero, para Stalin, lo lógico fue enviarlos a un gulag diez años.

Mala suerte tuvo un comisario político que en la cumbre del propio Elbrus, tras cargar en la mochila con otro busto de Lenin, se quitó los guantes para colocarlo. Las temperaturas tan bajas le provocaron congelación en las manos y terminó con ambas amputadas.

La montaña deja historias para todos los gustos, incluso para aquellos que nunca la han pisado. Como defiende Bruckner, aunque ya «se ha terminado la grandeza de las primeras ascensiones» y hemos pasado a ese «turismo de masas que consume los países como si fueran platos de un menú», hay que evitar la disyuntiva entre turista y purista, porque, por suerte, «la montaña es lo suficientemente vasta para acoger a todos aquellos que la aman».

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