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No se puede decir «Charo», pero ¿qué pasa con «Cayetano», «señoro», «cuñao» o «machirulo»?

El Ministerio de Igualdad quiere que se deje de emplear la palabra «Charo», pero no dice nada de los insultos que desde la izquierda se emplean para humillar a quienes piensan diferente

A la ministra de Igualdad, Ana Redondo, no le gusta que la gente diga «Charo»Europa Press

El ingenio popular español –depositario de una larga herencia que se remonta a tiempos inmemoriales y que ha tenido a ilustres representantes como Francisco de Quevedo, Ramón María del Valle-Inclán, Pedro Muñoz Seca, Miguel Mihura, Jaime Campmany o el fallecido el pasado 5 de diciembre Alfonso Ussía– acuñó en época reciente el término «Charo».

La palabra, aunque (como es obvio) no cuenta con definición en el diccionario de la Real Academia Española, se emplea para referirse a aquellas mujeres de izquierda que, en su legítimo ejercicio de la libertad de expresión, conciencia e ideológica, muestran una esperpéntica tendencia hacia el sectarismo político.

Son rasgos característicos de las así llamadas «Charos» el fanatismo ideológico, el seguidismo mesiánico hacia su líder (sea este Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Nicolás Maduro), la aceptación irracional de preceptos irracionales, la falta de empatía y tolerancia hacia personas que piensen de manera diferente...

Las «Charos» son un producto típicamente Woke: se definen como feministas, animalistas, y comprometidas con la memoria democrática y el antifascismo. Este es otro elemento distintivo: las «Charos» ven fascistas por todos lados, a la vuelta de cada esquina, y consideran que el único muro de contención al fascismo en España es Pedro Sánchez.

Por eso, defenderán al presidente por muchos casos de corrupción que surjan en Ferraz y en Moncloa, por muchos escándalos relacionados con la prostitución y los abusos que aparezcan en las filas socialistas, y por muchas «saunas» que regentara el suegro del presidente.

Según el tópico (estamos ante un término para algunos peyorativo, para otros simplemente jocoso) las «Charos» tienen una estética característica consistente en ropas propias para escalar el Peñalara, y suelen llevar el pelo habitualmente teñido de algún color extravagante (rojo, violeta…).

Las «Charos» son aquellas que en 2020 decían que el machismo mataba más que el coronavirus, por lo que animaban a manifestarse el 8 de marzo, Día de la Mujer, en plena pandemia de COVID.

De la palabra «Charo» ha surgido todo un abanico de conceptos derivados: «Charo Chárez», para referirse a una persona muy «Charo»; «charocracia», para definir un sistema político regido según los principios ideológicos de las «Charos»; o «charismo», movimiento político que propugna la implementación de las medidas defendidas por las «Charos».

El término «Charo», hasta hace tan solo unos días, era una palabra que se conocía únicamente en determinados círculos de redes sociales entre usuarios afines a ideas de la derecha y, por lo tanto, contrarios al PSOE y al gobierno de Pedro Sánchez.

Pero ahora se ha universalizado, al menos en la geografía española, y ha pasado de ser una palabra limitada a unos ámbitos muy concretos ha estar en el foco mediático. Llevamos unos días que todo el mundo habla de las «Charos» y que todos los medios de comunicación explican qué es eso de las «Charos» y se escandalizan por el mero hecho de la existencia de la palabra.

El mérito es del Ministerio de Igualdad y su Instituto de las Mujeres que difundió un informe titulado ‘Análisis del discurso misógino en redes: una aproximación al uso del término «Charo» en la cultura del odio’.

En el informe se vincula la palabra y su empleo al machismo y propone impedir su empleo por fomentar la cultura del odio.

Además, en el mentado documento se señala a este periódico, a El Debate, y, en concreto, a una columna del director adjunto Luis Ventoso titulada ‘Día a día van mordisqueando tu libertad’.

En un futuro informe no tendrán páginas suficientes para señalar a los muchos artículos sobre las «Charos» que se han publicado desde la difusión de dicho informe.

Sin embargo, la indignación del Ministerio de Igualdad esconde una generosa ración de hipocresía y doble moral tan propia del sanchismo y, en general, de la cultura woke.

¿Por qué es malo decir «Charo» y, sin embargo, está muy bien y es muy «progresista» y «ecorresiliente» emplear palabras despectivas como «Cayetano», «señoro», «cuñao» o «machirulo»?

Estos términos, todos, son habituales escucharlos en boca de políticos periodistas o propagandistas de izquierdas, del ámbito del PSOE, Sumar o Podemos, para insultar, desprestigiar o ningunear a políticos de derechas o periodistas críticos con el gobierno de Sánchez.

Todos ellos, sin excepción, contienen un fondo que busca humillar a la persona a la que se le dedican, incitan al odio ideológico y alimentan la polarización rupturista.

«Cayetano» se popularizó durante la pandemia, en parte gracias a una pegadiza canción del grupo indie Carolina Durante que, con mucha mala leche pero sin mayor malicia ni finalidad partidista, retrataba con un tono satírico a un perfil particular de votante de derecha.

El problema surgió cuando los habituales sicarios mediáticos de la órbita del PSOE y demás partidos de izquierda empezaron a emplearlo para ridiculizar, etiquetar y estigmatizar a todo aquel que, legítimamente, protestara contra las medidas liberticidas del gobierno de Sánchez. Es decir: «Cayetano» igual a «facha». «Facha», otra insulto que no se denunciará en los informes del Ministerio de Igualdad.

«Señoro» es también una palabra surgida hace unos pocos años. Esta surgió, claramente, en la órbita de Podemos, cuyos militantes se lo han pasado muy bien dedicándoselo a cualquier hombre de mediana edad, votante conservador, para etiquetarlo de machista, misógino, patriarcal y, por supuesto, facha.

La palabra «cuñao» hay que reconocer que tiene un origen más elaborado y con más tradición. De hecho, es bastante transversal. Surge a partir de las tertulias entre el periodista Jesús Quintero y su colaborador Juan Joya Borja, conocido como «el risitas», quien tenía como coletilla esa palabra, en los programas El vagamundo y Ratones Coloraos.

Se diría que está comúnmente aceptado que hay «cuaños» en partidos de derecha y de izquierda. Últimamente incluso hay una reivindicación del «cuñadismo», como si fuera una suerte de tribu urbana cuyo pico de actividad se alcanza en las mesas navideñas.

El «cuñao» es el típico sabelotodo o, empleando un término más moderno, el «todólogo» que se ve en la necesidad de opinar de todo y sentar cátedra sobre cualquier materia aunque no tenga ni la más repajolera idea de lo que está hablando.

Sin embargo, es indudable que empleado como insulto político «cuñao» tiene una connotación claramente clasista y sexista, ya que el arquetipo de «cuñao» es un hombre heterosexual de clase media sin demasiadas luces.

Por último, tenemos «machirulo», insulto también nacido en las filas de los matones mediáticos de Podemos, Sumar y PSOE con connotaciones similares a las de «señoro», aunque sin las limitaciones de edad intrínsecas a dicho insulto.

«Machirulo» es una palabra que se puede encontrar habitualmente en el repertorio dialéctico de Irene Montero, Ángela Rodríguez «Pam» o Ione Belarra cuando su limitado argumentario se queda en raspas. Entonces surge, como un milagroso deus ex machina, para llevarse la mano y la partida y poner fin a la discusión. ¿Qué me derrotan dialectalmente con un argumentario impecable? No hay problema: «¡Machirulo!», y asunto zanjado. Igual que con «facha», por supuesto.