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Karen Blixen en 1913

Karen Blixen en 1913Sophus Juncker-Jensen

‘El festín de Babette’: una receta para restaurar el apetito de comunión

Un tierno relato danés sobre el poder de la comida y la mesa compartida

«Babette sabe cocinar». Con estas palabras concluía la carta que recibió la pareja de hermanas protagonistas de este entrañable relato ambientado en un pueblo pesquero de Noruega. Hijas del pastor fundador de la comunidad luterana establecida en la localidad, las dos mujeres estaban acostumbradas a la rigidez de una cotidianidad que, de tan fría, parecía inmutable. A los ojos de Martine y Philippa, acoger a esta joven francesa que llegaba huyendo de su país no era sino un acto de caridad más a añadir a su lista de cumplimientos morales. Una moralidad que no entendía de excesos, pero tampoco de placeres (aun comedidos), ni de afectos (aun humanos).

Cubierta de El festín de Babette

Traducción de Francisco Torres Oliver.
Nórdica (2007). 114 páginas

El festín de Babette

Isak Dinesen / Karen Blixen

A Karen Blixen, la escritora danesa escondida tras el pseudónimo de Isak Dinesen, no le resultaban ajenas estas tradiciones y modos de entender el mundo de la Europa septentrional. Aunque largos años de su vida transcurren en el continente africano, donde germinan sus Memorias de África, el corazón recala en su tierra natal al final de su vida. Cuentos y relatos comenzarán entonces a brotar como un torrente llenando páginas y tomos por los que es hoy tan querida, especialmente por esta breve pero eterna historia «gastronómica». Parece increíble que en tan escueta narración quepa tanta paradoja y tanta hondura.

La lograda estética y la pausada narrativa del homónimo film de Gabriel Axel (1987) son de gran ayuda para sentarse, como un comensal más, a este sugerente festín. Un complemento adecuado a la lectura, pues ambos destacan por el mimo de los detalles y el lento modo de contar historias propio del norte europeo que sorprenden a veces al lector mediterráneo. Sin complejidades, pero no por ello un cuentecillo simplón, sino todo lo contrario. La prosa de Dinesen demuestra que los cuentos y las historias sencillas pueden calar hondamente al tratar asuntos de peso con gran delicadeza. Desprovistas de grandes retoricismos, las historias parecen mostrar lo esencial con más claridad haciendo inevitable la reflexión.

Un festín, banquete espléndido, a veces sinónimo de comilona, resulta un término impensable para el lenguaje puritano. Comprensible la conmoción que sintieron Martine y Philippa al escucharlo de labios de Babette y al conocer que esta pretendía, precisamente, «preparar una cena francesa, una verdadera cena francesa». La temerosa acogida de la propuesta que parecía un simple capricho culinario tendría muy pronto ecos eucarísticos. «Eucarísticos» en el sentido más etimológicamente fiel de la palabra, pues esta joven cocinera francesa aspiraba a que esta cena fuera «acción de gracias» por la ayuda recibida de las dos hermanas durante años.

Ella, Babette, que hubo de renunciar a todo, desde el prestigioso restaurante en el que trabajaba a su familia, es capaz de renunciar una vez más a la posibilidad de recuperarlo y retornar a su país después de ganar la lotería. Todo es de nuevo gastado, esta vez la carga de la renuncia da paso a la entrega agradecida de la artista que, una vez más, decide poner en juego sus dones. En esta ocasión, para un bien mayor; para el bien de otros. Un modo muy particular y muy sabroso de querer y agradecer.

En torno a la mesa, Babette sienta a doce comensales silenciosos, pero también hace dialogar a lo moral con lo místico, al frío cumplimiento con el deleite verdadero. Los ingredientes están preparados y la mesa bellamente vestida. Solo queda poner a bailar los platos condimentados con el poder restaurador de la comunión del alimento. ¿Cuál será el resultado de la receta del Festín de Babette? Las palabras de uno de los invitados, el general Loewenhielm, son elocuentes al respecto: «se han abrazado la misericordia y la verdad, amigos míos. La rectitud y la dicha se besarán mutuamente». Las rencillas y mutismos de esta cerrada comunidad de férreas tradiciones se van diluyendo en cada cucharada de sopa, en cada sorbo de vino.

Un final que sabe a Eucaristía y Pentecostés y que posee ya el regusto del Banquete celestial. ¿Fueron las codornices en sarcófago o el Blinis Demidoff? ¿Fue quizá la sopa de tortuga? ¿O el vino Amontillado? Fue todo ello, pero no solo, lo que hizo que los comensales se sintieran cada vez «más ligeros de peso y de corazón» una vez compartieron mesa y alimento en uno de los festines más famosos de la historia de la literatura.

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