J.D. Vance cuando era senador por Ohio
'Hillbilly: una elegía rural' o cómo entender al vicepresidente de EE. UU.
Una autobiografía es auténtica novela porque Vance tiene una vida (mala vida) que da mucho de sí
Partamos de una base fundamental: entender no significa ni compartir ni justificar. Entender significa que nuestro razonamiento lógico puede seguir fácilmente el devenir de los acontecimientos. Y esta autobiografía escrita por J.D. Vance, ahora vicepresidente de los EE. UU. en el ticket que conformó con Donald Trump en las últimas elecciones de 2024 ganadas por los republicanos, nos ayuda un poco mejor a entender a un personaje de la escena pública que a sólo unos meses de su toma de posesión ya ha protagonizado varios escándalos.

Deusto (2017). 256 páginas
Hillbilly: una elegía rural
No, a diferencia de otros políticos, no son escándalos amorosos. Ahí Vance parece (no pongamos la mano en el fuego por nadie) intachable. Casado con una compañera de aula en Yale que pone el toque multirracial, convertido recientemente al catolicismo, padre abnegado, perro incluido, no parece que las cuestiones antes llamadas «de faldas» sean su debilidad. Tampoco es probable que caiga en la tentación del dinero porque su trayectoria difiere mucho de la de ese modelo de self-made-man americano que representa su jefe, sin piedad para llegar más alto y ganar aún más.
Los exabruptos de J.D. Vance tienen más que ver con la pérdida de papeles en las negociaciones. Le pasó con la bochornosa escena del encuentro que mantuvieron con Zelensky en el que actuaron como auténticos matones de patio de colegio. Le volvió a ocurrir con las airadas críticas a la Unión Europea y recientemente la acaba de liar en un chat de una aplicación de mensajería en el que, por error, fue incluido un periodista, y Vance se despachó a gusto contra Bruselas.
Pero es que en su autobiografía, convertida también en película (muy buena, aunque no dejen de leer el libro, que cuenta mucho más), donde nos desvela los pliegues de un persona muy compleja, marcada por un sinfín de cicatrices, la mayoría inmerecidas, que, a pesar de que lo tenía todo en contra, salió adelante con un éxito por el que nadie habría apostado ni tan siquiera uno de esos minúsculos centavos americanos.
Lo interesante de esta obra que se deja leer sola y engancha desde el primer minuto es que no hay en todas sus páginas ni un atisbo de victimismo. No hay queja por haber nacido pobre. No hay queja por llegar al mundo en una familia desestructurada. No hay queja por vivir en esos oxidados cinturones industriales de la América que intentó salir del agujero de la agricultura y la minería para meterse en el de las ruinosas fábricas del mundo hiperglobalizado.
Si algo tiene Vance es que no se queja. Más aún, reitera constantemente su suerte por esos pequeños detalles que lo mantuvieron a flote, como la abuela, impertinente y grosera, capaz de descerrajar un tiro a un hombre si fuera necesario, pero con amor infinito para su familia, o su novia y después mujer, que lo despertó de esa elegía de los Apalaches.
Esta autobiografía que es auténtica novela porque Vance tiene una vida (mala vida) que da mucho de sí, explica bastante bien de dónde procede ese dogmatismo que el vicepresidente utiliza en sus declaraciones, por qué no cede un ápice en sus posiciones, cuál es la razón por la que considera tan importante la voluntad personal, y qué motivos le impulsan a rehusar la mayoría de las ayudas públicas estatales o federales. También explica, aunque no justifica, los brotes violentos, los epítetos inadecuados, las salidas de tono, la excesiva transparencia de sus comentarios. Y explica, en último término, las dos Américas que ve el vicepresidente, la triste realidad de los parias de una sociedad que ha perdido su sueño americano pero no se atreve a reconocerlo, el desvanecimiento de la esperanza y la pendiente deslizante de la que él logró huir para no quedar atrapado en el círculo vicioso de la pobreza.
Un imprescindible no sólo para comprender por qué J.D. Vance es como es, sino para radiografiar todos los problemas que han llevado a esa América que no entra en los circuitos turísticos a votar de manera masiva por un presidente y un vicepresidente que se salen con mucho de los márgenes de lo convencional.