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Mosaico de Juan II Comneno y la emperatriz Irene en Santa Sofía

Mosaico de Juan II Comneno y la emperatriz Irene en Santa SofíaWikipedia Commons

El último volumen de la trilogía de Bizancio de John Julius Norwich: declive y caída de Bizancio

Con el tercer volumen dedicado a los últimos cuatro siglos del Imperio bizantino finaliza la publicación de la obra magna de Norwich largo tiempo esperada: un prodigio de la prosa histórica

Resulta difícil de entender el porqué del éxito de obras como Canción de Hielo y Fuego, de George R. R. Martin, o El archivo de las tormentas, de Brandon Sanderson, en paralelo al casi total desconocimiento de obras como la historia de Bizancio de Norwich, puesto que, pese a que todos conocemos el final, el camino hasta llegar a él resulta apasionante y está repleto de acontecimientos y personajes que superan con creces en todo tipo de ámbitos a cualquier personaje de ficción. En el caso del volumen de la trilogía que nos ocupa –tercero y último–, titulado Bizancio. Declive y caída (Ático de los Libros, 2025) el lector acompañará a, y será acompañado por, personajes que desde el temprano siglo XI hacen palidecer a los protagonistas de las obras arriba citadas, como el emperador Alejo I Comneno, el noble normando Roberto Guiscardo y su esposa Sigelgaita o el caballero cruzado Godofredo de Bouillón, y hasta el tardío siglo XV con personajes igual de asombrosos como el emperador Constantino XI Paleólogo, muerto defendiendo las murallas de Constantinopla contra los turcos de la casa de Osmán en mayo de 1453, Mehmed el Conquistador, que no descansó hasta ver la ciudad del Bósforo en sus manos –a sus veintiún años– o Giovanni Giustiniani Longo, militar y noble genovés que acudió a las desatendidas llamadas de auxilio del emperador Constantino XI frente a los otomanos, y que, junto al mismo emperador, encontraría la muerte en las murallas de la ciudad.

Cubierta de Bizancio

Traducido por Luis Noriega. Ático de los Libros (2025). 672 páginas

Bizancio. Declive y caída

John Julius Norwich

Norwich presenta en este tercer y último volumen –cuyo título es terriblemente elocuente– el devenir histórico y político de Bizancio entre los siglos XI y XV, o en otras palabras: el periodo de la decadencia de Bizancio. «La historia de los últimos dos siglos del imperio es la de una decadencia sin remedio y, me temo, resulta en ocasiones dolorosa de leer, en particular cuando se la contrasta con el poder creciente de la casa de Osmán», sentencia Norwich en la introducción. La batalla de Manzikert de 1071 contra los selyúcidas (último capítulo del segundo volumen de la trilogía: Bizancio. El apogeo) significaría el comienzo de dicha decadencia: «Manzikert despojó al imperio de la mayor parte de Asia Menor –su principal fuente de mano de obra– y lo debilitó y empobreció a tal punto que, poco más de un siglo después, fue incapaz de resistir el embate de la Cuarta Cruzada». Aunque llegaron hombres tremendamente capaces como el citado Alejo I Comneno, el cada vez mayor embate por el este de las tribus túrquicas procedentes de Asia Central terminarán agotando la fuerza, los recursos y la moral de Bizancio, aunque, como señala el autor, «mantuvo su alma intacta […] Y cuando llegó el momento, luchó hasta el final durante cincuenta y cinco días desesperados, diez mil contra un cuarto de millón, con el último emperador muriendo de forma heroica en las murallas mientras las defensas de la ciudad, que durante tanto tiempo se tuvieron por invulnerables, se derrumbaban a su alrededor». Claro está: las murallas teodosianas con sus posteriores añadidos y reconstrucciones no estaban hechas para aguantar el pesado fuego de la Basílica o Cañón otomano, cuyas balas de cañón, que podía disparar a más de un kilómetro y medio de distancia, pesaba 1200 libras (544.31 Kg).

Además, no puede olvidarse que estos años (1081-1453) son en extremo exuberantes en acontecimientos y personajes. Por ejemplo, es el periodo de las Cruzadas, motivada la Primera (1096-1099) por la embajada enviada desde Constantinopla por Alejo I Comneno al papa en pro de la defensa de la cristiandad oriental contra los turcos selyúcidas, y que desencadenaría la proclamación de la primera de ellas por el papa Urbano II en el Concilio de Clermont en noviembre de 1095. Es, también, la época del nacimiento y extensión del Imperio mongol, desde Gengis Kan (1206) hasta los tiempos de la Horda de Oro y el Imperio timúrida (c. 1400). Además, en el siglo XIV se asiste a la expansión del poder de la Corona de Aragón en el Mediterráneo como principal antagonista de los angevinos en Sicilia y Nápoles; aquí cabe destacar el acontecimiento protagonizado por la agreste tropa denominada Gran Compañía Catalana, comúnmente conocidos como los almogávares (capítulo 16, «La venganza catalana») donde el asesinato del caudillo mercenario (y antiguo templario) Roger de Flor junto a otros integrantes de la Gran Compañía Catalana por los bizantinos desataría una de las consecuencias más funestas para el Imperio oriental.

Mucho tenemos que dejar en el tintero necesariamente, como por ejemplo aquellos restos de la guardia varega en la que tras la victoria normanda en Hastings (1066) se había empezado a sustituir a los miembros de origen escandinavo por anglosajones, o a las fuerzas de pechenegos utilizadas por el Imperio para contener los desmanes de los cruzados en su camino a Jerusalén. No es posible hacer justicia a un libro de más de 600 páginas que resume la friolera de cuatro siglos de historia, distribuidos en 24 capítulos. Sin embargo, y antes de finalizar, hay que recomendar no ya la lectura del presente volumen, sino de la trilogía entera, pues en verdad su lectura merece la pena, y puede catalogarse como una joya de la literatura histórica. «Mi objetivo nunca fue arrojar nueva luz sobre la historia de Bizancio. […] Sólo tuve dos propósitos en mente. El primero era enmendar de algún modo esa conspiración de silencio de siglos de antigüedad […]. El segundo era, sencillamente, contar un buen relato de la manera más interesante y precisa posible para el lector no especializado», confiando en que el lector «estará de acuerdo conmigo en que se trataba de una historia que merecía contarse». Sin duda, merecía ser contada, leída y disfrutada.

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