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Cubierta de 'Elogio de la soledad'

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'Elogio de la soledad, el silencio y la escucha' o cómo llevar una existencia profunda

Muchos libros recomiendan acallar nuestros demonios interiores. Este aconseja pasar tiempo en silencio y soledad inspirándose en el monacato cristiano para curar nuestros males

No es tan grave que se diluyan las fronteras entre la autoayuda y la filosofía como que se confunda la espiritualidad con la psicoterapia. Y es que todavía hay algunos que piensan que el espíritu y aun el alma son «inventos» cristianos, si bien fue el pensamiento antiguo –antiquísimo– el que captó que había algo íntimo en nuestro ser que nos asemejaba a los dioses.

Cubierta de 'Elogio de la soledad'

Traducción de José Ángel Velasco García. Sígueme (2025). 272 páginas

Elogio de la soledad, el silencio y la escucha

Giuseppe Forlai

Peor es lo que se concluye de aquella lógica: la posibilidad de que los psicólogos puedan suplantar, finalmente, a los sacerdotes. Gran parte de nuestros desaciertos se podrían quizá solventar si les devolviéramos el trabajo a estos últimos, no solo porque con ello evitaríamos que la Iglesia se transformara en una ONG mundana, sino porque no existe equivocación más nociva que tratar la dolencia del espíritu, el pecado, con terapias grupales o fármacos.

Valga esta introducción para entender por qué hablamos hoy de Elogio de la soledad, el silencio y le escucha y por qué su lectura es imprescindible para salir del letargo contemporáneo. Forlai, su autor, eremita diocesano, ha escrito un libro orientado a despertarnos de nuestra atonía espiritual, para lo cual recomienda silencio, meditación y disponer nuestro corazón como si fuera un labrantío apropiado para ser fecundado por la Palabra.

Lo que hace especial esta incursión, a diferencia de Biografía del silencio, el best seller de D’Ors, es la óptica. La perspectiva o ángulo. Porque Forlai recomienda acallar el ruido y subyugar nuestros demonios no anulando nuestro yo, sino salvándolo o redimiéndolo. Su inspiración no procede del Tíbet, sino del desierto cristiano.

Con un poco de silencio y contención nos iría mejor. Y no solo, como es fácil suponer, en nuestra propia existencia, sino en el contexto social. Hacen falta virtudes, como la humildad, y actitudes, como la mesura, para poder entendernos. La soledad es un aire saludable que nos hace proclives al prójimo y nos ayuda a entenderle mejor, con más tino.

Porque ¿cómo conformar lazos comunitarios si no atendemos a los que otros nos dicen o si escuchamos tan alta la música que desconectamos nuestro yo consciente de sus aspiraciones o deseos? Por muy paradójico que pueda parecer, es en el silencio, en la quietud, en la espera donde se arma nuestra sociabilidad.

En el cristianismo, desde los primeros tiempos, han florecido vocaciones específicamente contemplativas. Como opción de vida, quienes se despiden del fasto mundano apuestan por una existencia radical. Se aproximan al yermo no por una carencia, sino movidos por esa fuerza desbordante que es la Gracia. Del mismo modo que el silencio nos ayuda a encontramos con el otro, no hay mayor activismo que el de quien decide no hacer nada.

Forlai es taxativo: la organización eclesial, la eficacia apostólica, la vitalidad misionera, el fortalecimiento de la fe dependen de la forma y celo con que cuidemos a los hermanos que se retiran de las grandes urbes o renuncian a amoldarse a las costumbres y valores del mundo.

Ahora bien, aunque es evidente que hay caminos de vida específicos –de hecho, este ensayo se inspira en la espiritualidad camaldulense–, acallar aquietar el desconcierto interior y orar es una necesidad de todo ser humano. Y no hay que hacer cosas muy extrañas para acompasar nuestra intimidad al paso del Espíritu. La espiritualidad oriental ha hecho mucho daño, especialmente porque lo que aquí se nos vende es una moda, una impostura, como si mirar el azaroso movimiento de una llama pudiera devolvernos la felicidad.

Forlai ha hecho un esfuerzo impresionante para explicar cuáles son las raíces antropológicas y religiosas de nuestro deseo natural de soledad y ahonda en las razones por las que requerimos de paz para crecer. Pero su mayor acierto ha sido el de ilustrarnos acerca de cómo vivir lo que propone, sin ambiciones desmesuradas, sino paso a paso. Es un libro, pues, muy práctico, realista, al que no se le escapa lo difícil que es hoy, asediados por la presencia constante de las pantallas, recogerse.

Pascal decía que el gran problema del ser humano es que le resultaba imposible estar solo y quieto en su habitación. Dándole la razón, Forlai apunta cómo resolver nuestras inconsistencias y nos ilumina el camino que debemos explorar para llevar una vida más humana. Más silenciosa, eso es evidente, pero también mucho más profunda.

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