Detalle de cubierta de 'Cómo perdimos Madrid. Gabinete Caligari'
El espejo roto de una generación
Un viaje al corazón de un Madrid desaparecido y a la historia íntima de una banda irrepetible
Hay libros que funcionan como arqueología sentimental, que nos devuelven no solo la historia de unos protagonistas sino el aire de una época. Cómo perdimos Madrid. Gabinete Caligari es uno de esos volúmenes necesarios, que trasciende la mera biografía musical para convertirse en crónica generacional, en radiografía de una ciudad y un tiempo que marcaron para siempre a quienes los vivieron.

Sílex Ediciones (2025). 358 páginas
Cómo perdimos Madrid. Gabinete Caligari
Carlos H. Vázquez ha construido algo más que la historia de una banda con sus inicios juveniles y temblorosos, su éxito rotundo y su profundo declive. Fueron tres músicos que no consiguieron triunfar en solitario pero que juntos crearon algo irrepetible, una banda cuyos miembros encarnaron las contradicciones de su tiempo con una autenticidad que hoy resulta casi imposible de encontrar.
Lo que convierte este libro en algo especial es su comprensión de que la historia de cualquier grupo musical es, en esencia, la crónica de una amistad sometida a prueba. Los grupos nacen del entusiasmo compartido, de la complicidad adolescente, de la certeza de que juntos se puede conquistar el mundo. Pero el éxito –o su ausencia– introduce variables que ninguna amistad está preparada para gestionar: el ego, la ambición, el dinero, la presión mediática, las tentaciones individuales. Gabinete Caligari no fue una excepción a esta regla.
El enfoque de Vázquez es único porque entiende que Gabinete Caligari fue mucho más que otro grupo de la Movida. Fueron siniestros antes que casi nadie y crearon una especie de rock castizo, taurino y a la vez abierto a mil influencias que no tiene parangón en nuestra música popular. Se declararon fascistas en su segundo –que no primero– concierto en Rockola, en una provocación que hoy nos resulta incomprensible, y luego dedicaron un disco a los poetas que se inspiraron en Soria, con Machado como figura tutelar. Esta aparente contradicción no era pose sino reflejo genuino de una época convulsa, de una generación que buscaba su identidad entre el franquismo y las promesas de la democracia.
En el centro de todo, la figura desafiante, contradictoria, carismática y anticarismática de Jaime Urrutia, con esa chulería auténtica que proviene de su constelación familiar –su padre era crítico taurino– y que impregnó toda la estética del grupo. Pero también Edi Clavo y Ferni Presas, cada uno aportando su personalidad irreductible a un conjunto que funcionaba precisamente por esas tensiones internas, por esa química explosiva que al final terminaría por destruirles. Vázquez documenta con precisión cómo la fama actúa como un ácido que corroe los vínculos más sólidos: las pequeñas traiciones, los resentimientos acumulados, la imposibilidad de mantener la horizontalidad cuando uno de los miembros se convierte en la cara visible del grupo.
Vázquez ha sabido entrelazar las biografías individuales con el contexto cultural de la época, mostrando cómo vidas truncadas –fuera por las drogas o por accidentes de tráfico, como las de Eduardo Benavente o Santiago Ulises Montero– no eran elementos ajenos a la historia del grupo sino parte constitutiva de un universo donde la autodestrucción formaba parte del paisaje. Alrededor, una constelación de famosos que hoy forman parte de la mitología cultural española: desde Alaska hasta Alberto García-Alix, desde Loquillo hasta los primeros Héroes del Silencio.
El libro funciona también como compendio de hemeroteca, entrevistas y análisis crítico, incorporando testimonios de músicos como Frank López, Esteban Hirschfeld o Enrique Bastante, de managers como Pito Cubillas y de figuras clave de la escena como Carlos Entrena, Enrique Bunbury o Phil Manzanera. Estas voces múltiples enriquecen la narración y evitan la tentación hagiográfica, pero sobre todo iluminan las mecánicas ocultas de la industria musical.
A través de estos testimonios emerge una reflexión profunda sobre las causas de la fama, sobre sus altibajos inexplicables, sobre por qué unos triunfan y otros no. La prosa de Vázquez es directa y eficaz, sin concesiones al sentimentalismo pero tampoco al cinismo. Conoce bien el territorio que pisa y esta vez ha logrado el equilibrio perfecto entre la investigación rigurosa y la pasión del testigo de una época. Su estilo recuerda al mejor periodismo musical, esa tradición que va de Lester Bangs a Jesús Ordovás, capaz de encontrar en los acordes y las actitudes los signos de los tiempos. Sin duda es una de las obras más destacadas del excelente catálogo musical de Sílex.
El título del libro no es casual. Cómo perdimos Madrid sugiere que algo se perdió para siempre, que aquella ciudad de principios de los ochenta –la de Malasaña y Chueca, la de Rockola y El Sol– desapareció llevándose consigo no solo a una banda sino a una forma de entender la cultura y la rebeldía. La gentrificación, la comercialización, la domesticación de lo que una vez fue salvaje han convertido aquel Madrid en un fantasma de sí mismo.
Una lectura que trae, por lo tanto, luces y alegrías y también cierto desasosiego. Porque nos confronta con lo que fuimos y con lo que ya no somos, con la nostalgia de una época en que la autenticidad no era un valor de marketing sino una forma de estar en el mundo. Pero también porque nos obliga a reflexionar sobre las crueles paradojas del mundo del espectáculo: cómo el sistema cultural eleva a sus elegidos para después destruirlos, cómo el talento genuino resulta a menudo incompatible con las exigencias del mercado, cómo la fama es un juego de azar disfrazado de meritocracia.
Y está, inevitable, la cuestión del tiempo. La vejez como algo inapelable que nos afecta a todos y convierte irremediablemente a los desafiantes en seres cercanos al patetismo. Vázquez no elude esta dimensión melancólica: cómo los héroes de la juventud se convierten en supervivientes de sí mismos, cómo la rebeldía que una vez pareció eterna se revela dolorosamente efímera. El libro documenta sin piedad este proceso de envejecimiento artístico, pero también con la compasión de quien entiende que se trata de una ley universal contra la que nadie puede rebelarse.
Un libro necesario para entender no solo la historia de un grupo excepcional, sino la de una generación que descubrió, quizá demasiado tarde, que el mundo tenía sus propias reglas, y que el tiempo, el más implacable de todos los enemigos, también tenía las suyas.