Detalle de cubierta de 'Grita'
`Grita', el eco inextinguible de la verdad
Un manifiesto de resistencia contra el silencio y la mentira
La trayectoria literaria de Roberto Saviano (Nápoles, 1979) es inseparable de su destino personal. Desde la publicación de Gomorra en 2006, ese libro que descarnó las entrañas de la Camorra napolitana y le valió el reconocimiento mundial, el autor vive bajo amenaza de muerte y en permanente protección policial. Su vida se transformó en un exilio interior, marcado por la vigilancia, la soledad y la imposibilidad de disfrutar de una normalidad que le fue arrancada para siempre. Pero, lejos de silenciarlo, este precio altísimo lo ha convertido en un símbolo: un escritor que, en lugar de callar, persevera en el acto de denunciar. En Grita, Saviano ofrece un nuevo manifiesto, una obra que combina testimonio, memoria y reflexión política en un gesto que es, al mismo tiempo, de resistencia y de amor.

Traducido por Juan Manuel Salmerón Arjona
Anagrama (2025). 520 páginas
Grita
El epígrafe elegido por Saviano para abrir el libro proviene de Santa Catalina de Siena: «Habéis callado demasiado tiempo. ¡Se acabó el silencio! Gritad con cien mil lenguas. Con tanto silencio el mundo se pudre». En esa exhortación se condensa el espíritu de la obra. Grita no es un simple volumen de historias ejemplares ni un catálogo de biografías heroicas: es un llamado urgente, un altavoz que resuena contra el silencio cómplice, contra la indiferencia y contra el miedo. Saviano no escribe desde la comodidad del intelectual distante; escribe desde la intemperie, el confinamiento forzoso y la vulnerabilidad. Cada palabra está marcada por la experiencia de quien ha pagado con la libertad personal el precio de decir la verdad. Lejos de caer en el narcisismo, el autor utiliza su propia condición como marco para plantear preguntas universales: ¿qué significa resistir?, ¿de qué está hecha la valentía?, ¿hasta qué punto es posible mantener la dignidad frente al poder aplastante? Así, Grita se presenta como un libro que interroga tanto al autor como al lector, buscando despertar conciencias adormecidas.
El inicio de Grita se construye con dos imágenes simbólicas: un mapa y un espejo. El mapa es la búsqueda de rutas, de caminos hacia la verdad; el espejo, la necesidad de la autorreflexión. El libro se presenta como una carta dirigida al yo adolescente del propio Saviano, un joven que estudiaba en el Instituto Díaz de Caserta y que empezaba a preguntarse por el sentido de la justicia, por el peso de la mentira y por el veneno de la corrupción. Ese recurso epistolar no solo humaniza la narración, sino que crea un puente con el lector, invitado a responder a preguntas que son, en realidad, interrogantes existenciales: «¿Sabes cuándo empieza a hacer efecto el veneno de una mentira?» o «¿Vas a gritar cuando veas que son cien contra uno?». Cada respuesta que ofrece está encarnada en la vida de un hombre o una mujer que, en circunstancias extremas, eligió no callar. El texto se enriquece, además, con ilustraciones de Alessandro Baroncia, que subrayan el carácter visual y emotivo de las historias. El resultado es una obra que se lee como un mosaico moral, un tapiz en el que la dignidad individual se convierte en luz en medio de la oscuridad.
Las treinta narraciones que conforman Grita no son hagiografías ni mitificaciones. Saviano no presenta a sus protagonistas como héroes impolutos, sino como seres humanos complejos, con debilidades y contradicciones, que, sin embargo, encontraron el coraje de alzar la voz. Entre ellos desfilan figuras históricas y contemporáneas: Hipatia de Alejandría enfrentándose al dogmatismo; Anna Ajmátova resistiendo bajo Stalin; Anna Politkóvskaya denunciando los crímenes en Chechenia frente al régimen de Putin hasta su asesinato; Émile Zola y su J’accuse contra el antisemitismo; Martin Luther King, acosado por el FBI y el Ku Klux Klan; Daphne Caruana Galizia, asesinada por investigar la corrupción en Malta; Edward Snowden revelando los secretos de la vigilancia masiva; Pier Paolo Pasolini enfrentado a la hipocresía italiana; George Floyd, cuyo asesinato catalizó el movimiento Black Lives Matter; Xu Lizhi, el poeta chino que encarnó la desesperación obrera. Y muchos más. Todos ellos componen una constelación de voces que rompieron el engranaje de la sumisión. Para Saviano, su valor radica en demostrar que la verdad puede resistir incluso a la maquinaria más despiadada del poder. Son faros, como él mismo los llama, que iluminan a quienes buscan no resignarse.
Leer Grita implica, inevitablemente, recordar la biografía de su autor. Saviano no escribe desde una torre de marfil: escribe desde un encierro impuesto por la amenaza constante. Sus días están atravesados por la paranoia, la soledad, la imposibilidad de confiar, el insomnio vencido solo por químicos, el sentimiento de haber arruinado su vida y la de su familia. Todo esto aflora en el libro como un trasfondo doloroso que multiplica el valor de cada palabra. Grita es, en ese sentido, una respuesta a la pregunta de si valió la pena: una afirmación rotunda de que sí, aunque el costo haya sido inmenso. Saviano confiesa arrepentimientos y heridas, pero también reafirma su propósito: mostrar a quienes lo quieren enterrado que su voz sigue viva, que su escritura es su arma y su escudo. El libro se convierte así en un acto de venganza moral, en una demostración de que la palabra puede sobrevivir al intento de silenciarla.
Uno de los ejes más lúcidos de Grita es la reflexión sobre el poder y sus múltiples máscaras. Saviano insiste en que el poder no se sostiene solo por la violencia física, sino por la manipulación de la información, por la capacidad de distorsionar la verdad hasta hacerla irreconocible. El método de sembrar sospechas, de confundir, de desacreditar personalmente a quienes incomodan aparece como una estrategia central de los regímenes autoritarios y de las mafias políticas contemporáneas. Saviano enlaza esto con la propaganda de Goebbels y con las dinámicas actuales de las redes sociales, que aíslan a los usuarios en burbujas que confirman sus prejuicios y les impiden encontrarse con la disidencia. El autor advierte que la polarización, la simplificación extrema y las noticias falsas son armas de control tan efectivas como la represión. Incluso las palabras pueden convertirse en detonantes de horror, como sucedió en Ruanda, donde la propaganda precedió y acompañó el genocidio. En este análisis, Saviano demuestra que la lucha por la verdad no es un lujo moral, sino una condición de supervivencia.
Más allá de la denuncia, Grita propone una ética: alzar la voz no solo como resistencia, sino como gesto de amor. El amor entendido no en clave sentimental, sino como vínculo colectivo, como compromiso con la vida de los otros. En ese sentido, callar frente a la injusticia no es una opción neutral, sino una forma de complicidad.
En su conjunto, Grita funciona como lo que algunos críticos han llamado una «Biblia laica» frente a la sociedad líquida contemporánea, donde la verdad se relativiza y la justicia parece una quimera ingenua. Saviano no se deja arrastrar por el pesimismo, al que califica como «el vicio de los perezosos», y apuesta por la acción. Su propuesta no es ingenua ni voluntarista: sabe del dolor, conoce el miedo, experimenta la soledad. Pero, justamente por eso, su llamado adquiere tanta fuerza. Es el grito de alguien que, habiendo sufrido las consecuencias de hablar, insiste en la necesidad de hacerlo.
El libro recuerda que el conocimiento es munición, que la memoria es un escudo, que el silencio solo alimenta al verdugo. En tiempos en que la velocidad y la desinformación amenazan con anestesiar la conciencia, Grita se erige como un recordatorio de que detenerse, analizar y alzar la voz son actos revolucionarios.
Con Grita, Roberto Saviano no solo reafirma su lugar en la literatura de resistencia, sino que se consolida como un centinela moral, alguien que advierte sobre los peligros de la sumisión y la injusticia. El libro no es cómodo: interpela, exige, incomoda. Pero, precisamente por eso, resulta necesario. Sus páginas no buscan el aplauso fácil, sino despertar un eco en quienes lo leen, un eco que se traduzca en acción, en memoria y en dignidad. Al final, Grita es más que un libro: es un gesto vital, una respuesta al silencio que pudre al mundo. En un tiempo en que la mentira se disfraza de verdad y la indiferencia de prudencia, Saviano nos recuerda que gritar es un deber, una forma de permanecer humanos. Y que, aunque el precio sea alto, callar siempre es más costoso.