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Ignacio Aldecoa en una imagen de archivo

Ignacio Aldecoa, el pulso del cuento

La vigencia de un narrador esencial que narró la España real con una intensidad sin concesiones

El año 2025 se termina y con él los grandes centenarios que ha acogido. En esta sección ya hemos hablado de Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, ambas nacidas hace un siglo. Sería injusto e inconsistente no glosar al compañero de generación que quedó desbaratado por su temprana muerte: Ignacio Aldecoa

CÁTEDRA

Cuentos

Ignacio Aldecoa

El autor vitoriano también nació hace un siglo, pero solo llego a los cuarenta y cuatro. Murió de un paro cardíaco en una tienta de toros en la finca de Domingo «Dominguín» mientras se documentaba para cerrar su trilogía La España inmóvil, y dejó novela inconclusa precedida por títulos tan poderosos como El furor y la sangre y Con el viento solano. Si Miguel Delibes, en palabras de Francisco Umbral, «desnoventaiochizó» Castilla, Aldecoa «deslorquizó» España. Los gitanos, guardias civiles y toreros que aparecen en sus narraciones no están teñidos del barniz mítico del granadino, sino opacados por el polvo de sus vidas camineras.

Como con Lorca, sería literatura ficción pensar qué hubiera sido del Aldecoa maduro. Sobre todo cuando hubiera abandonado, como los compañeros de generación, el estilo neorrealista que tuvo su momento y también su final. Hay quien lo define como un Raymond Carver hispano, por su densidad narrativa y por su dominación absoluta del relato breve.

El cuento estaba considerado como un género de formación a la novela –aún no habían llegado Borges y Cortázar; aún no se llamaba «relatos»–, pero Aldecoa lo practicó con la tenacidad de quien sabía que estaba haciendo algo importante. Tan errado no estaba cuando por muchos está considerado el mejor cuentista español. En esta antología que publica Cátedra en su colección de clásicos, podemos leer la selección que hizo de ellos su viuda, Josefina. Como todas las antologías, se puede caer en la crítica de una elección que no tiene por qué gustar a todo el mundo, pero es el riesgo que corre quien no tenga tiempo para leer las casi ochocientas páginas que ocupan las ediciones de sus cuentos completos.

Hay que decir que sus relatos más célebres están incluidos en esta colección, que además se organizan temáticamente, lo que provoca que no tengamos una sencilla lectura cronológica sino que el volumen tenga razón en sí mismo. Los cuentos se agrupan en los epígrafes «El trabajo», «La guerra», «La burguesía», «Los condenados», «Viejos y los niños» y «Los seres libres». El mundo del trabajo, tan frecuentado por los autores de esta generación, se muestra en narraciones tan compactas como «Seguir de pobres», donde muestra la vida itinerante de los braceros en tiempo de la siega. La denuncia social también aparece en otros cuentos, como «Chico de Madrid» o «Los bienaventurados», pero a diferencia de otros autores de aquel realismo social, prima la inversión estética sobre la ideológica, lo que me parece ha conservado mucho mejor su calidad con el paso del tiempo. Un ejemplo de su densidad narrativa aparece en «Young Sánchez», tal vez su relato más conocido. La vida de un mecánico madrileño, que sueña en ser campeón de boxeo para salir y sacar a su familia de la miseria, adquiere unos tintes trágicos al mostrar sin decir el destino aciago al que está predestinado.

Aldecoa es un experto en economía narrativa. Tal vez por eso practique tanto el relato, pues en las vidas que describe prima la intensidad y la elipsis, dejándonos un concentrado con todo su sabor. Deja mucho en el aire, pero es un espacio tan cargado de significado que completa lo imprescindible para imaginarnos una vida completa. Un ejemplo magnífico de esa concentración está en uno de sus relatos más breves de esta antología, «La despedida». En apenas seis páginas hace una composición de la interacción social de un grupo de extraños que se encuentran, como en la novela de Patricia Highsmith, en el vagón de un tren. Seis páginas que nos descubren la fuerza de la interacción social y el simbolismo de los pequeños detalles en un relato que rezuma humanidad y comprensión.

Leer a Aldecoa en su aniversario es tan urgente como hacerlo en cualquier otro momento. Imprescindible, diría, si lo tenemos descuidado o incluso nos es un autor desconocido.