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07 de mayo de 2024

El cantautor chileno Manuel García

El cantautor chileno Manuel GarcíaAnabela Gilardone

Manuel García: «Hay dos cosas que España trajo a las Américas y que nos unen: la guitarra y la palabra castellana»

El destacado cantante y compositor chileno visita España para dar tres conciertos únicos que recogen 50 años de la historia de su país, que según él, es incomprensible sin mirar a España

Publicó El Caminante en 2022, pero sigue realizando travesías con este disco a cuestas. Ahora, Manuel García (Arica, Chile, 1970) llega a España con un espectáculo único en el que recorre los 50 años desde el golpe de Estado en Chile y homenajea a las mujeres más importantes de la historia de su país.
Heredero natural de la figura de Víctor Jara por su compromiso político y artístico, y de otros grandes cantautores y poetas chilenos, ha colaborado con Silvio Rodríguez, Mon Laferte, El Kanka o Martirio. Después de su concierto en el Teatro Lara de Madrid, entrevistamos a este artista que aboga por lo único que nos puede hacer mirar hacia delante: el encuentro, el amor y la unidad.
Manuel García publicó su último disco, 'El Caminante', en 2022

Manuel García publicó su último disco, 'El Caminante', en 2022

–En este espectáculo recorres «las luces y las sombras» de tu país, Chile. ¿Cuáles son las luces y cuáles las sombras?
–La sombra es esta historia que persigue a Latinoamérica desde hace tanto tiempo: el hecho de no poder resolver temas tan fundamentales en torno a la justicia social como la educación, el trabajo y la salud. Somos pueblos que no terminan de tomar las riendas, pero siempre intentamos dar los pasos correctos. Hay sombras, pero las luces están asociadas a la celebración y la alegría de la vida, de las cosas buenas, de volver a intentarlo, de tener esperanza. Somos algo utópicos, y ahí aparece la luz: nuestro canto, nuestra poesía, nuestra reflexión filosófica, siempre está en esa dicotomía, entre la trampa histórica y la sabiduría del alma latinoamericana, que desde antiguo, a través del relato popular, a través del conocimiento que tiene que ver con la transmisión del conocimiento oral, ha ido forjando, como pueblo, la posibilidad de un arte vivo que reflexiona. Este arte vivo tiene que ver con sus rituales y sus fiestas, con los carnavales y con una manera de entender el mundo luminosa.
–En Latinoamérica se percibe una unidad, un «destino común», como dices, pero dentro de la diversidad de cada pueblo, de cada nación.
–Eso es porque hay un ingrediente común a pesar de la diferencia, una raíz muy antigua que España lleva desde la Península hasta Asia y las Américas (vamos a decir las Américas), compuesta de dos ingredientes fundamentales: la guitarra y la palabra castellana. Si uno empieza a mirar el acervo común, se encuentra con estas músicas africanas que tienen que ver con lo español, su influencia mora y con Europa en general. Las raíces de las músicas actuales son fruto de culturas que han aprendido a sobrevivir a muchas problemáticas históricas desde que el ser humano es humano. El canto y la guitarra proporcionan una unidad que tiene unas raíces muy profundas: mezcla la guitarra europea con el acervo del pensamiento indígena y los cantos antiguos europeos se trenzan con canciones del campo chileno, argentino, mexicano... Pero la madre es común.

Hay dos ingredientes que España trajo a las Américas y que nos unen: la guitarra y la palabra castellana

–¿El arte es uno? En un momento en el que hay acusaciones de apropiación cultural, en el que la polarización política afecta también a las expresiones artísticas, ¿cómo reivindicar la importancia del intercambio cultural?
–Es un intercambio muy generoso. Serrat comenzó en España y ahora se da al mundo, igual que dio lugar a una nueva generación de cantautores que son muy valorados en el mundo entero. Yo he visto cómo se han ido trenzando las músicas que procedían de España con nuestro sonido, con artistas como Rozalén, El Kanka, Muerdo... Han ido incorporando a su propio musicalidad, tanto contemporánea como de raíces, las formas rítmicas del otro lado del charco. Es un canto de ida y vuelta, más que un concepto. En Latinoamérica se están incorporando elementos importantes de la música española. Por ejemplo, vemos el impacto de C. Tangana en la canción más contemporánea, urbana y moderna, pero si uno mira hacia atrás, ve que a Andrés Segovia se le ocurrió comenzar a tocar la guitarra clásica docta española, influyendo en la música clásica pero también en la popular e incluso en el pensamiento a través de la guitarra.
Manuel García, antes de su concierto en el Teatro Lara de Madrid

Manuel García, antes de su concierto en el Teatro Lara de Madrid

–Volviendo a aterrizar un poco en Chile, se acaban de cumplir 50 años del golpe de Estado. ¿Cómo lleva un chileno esta historia a las espaldas? ¿De qué manera configura tu voz, tu canción, tu música?
–Como dice Víctor Jara en Te recuerdo Amanda, «La vida es eterna en cinco minutos». Cuando le robas al día cinco minutos para alcanzar un abrazo, un beso y un par de palabras... esos cinco minutos son eternos, y a la vez estos 50 años han pasado así de rápido. Tenemos todavía muchas de las temáticas que están expresadas en las canciones de forma social y de denuncia, y que arrojan también claridad sobre quiénes somos y cómo somos. Tenemos una gran deuda con las generaciones más jóvenes; una deuda que tenemos nosotros mismos como pueblo y también los Estados y Gobiernos, que deberían sentar las bases y los precedentes para construir una sociedad realmente más justa. Todos los discursos de Allende, todas las canciones de Víctor Jara, incluso las canciones de Violeta Parra (mucho antes del golpe de Estado) ya hablaban de problemas de Chile que necesitaban resolverse. Estos 50 años nos tienen que quemar mucho en el pecho, los tenemos que tener muy presentes y, a la vez, mirar el futuro de manera optimista, como una oportunidad, una página en blanco de la historia que hay que escribir, y no solo con versos y canciones, sino con hechos concretos. Las generaciones nuevas están llamadas a volver a intentarlo. Y ojalá con el corazón arriba, no con angustia ni con desesperanza. No es necesario que que nos subamos todos un caballo o partamos con un fusil: desde el lugar que nos corresponde a cada uno podemos cambiar las cosas.

Tenemos que ver la historia de Chile como una oportunidad, una página en blanco que hay que escribir, y no solo con versos y canciones

–Cambiar el fusil por la guitarra dice mucho de nosotros como sociedad y como civilización. No todo se resuelve con las armas...
–Vivimos tiempos tan curiosos... A través de la inteligencia artificial, se supone que las máquinas van a tomar mejores decisiones que las personas. ¿Qué nos queda entonces como seres humanos, acorralados por esta inteligencia artificial? La posibilidad de que un amor real y concreto nos siga sorprendiendo. Una nueva forma de convivir. Estar vivos para crear, para imaginar y para soñar.
–Dentro de tu recorrido musical, que es también un recorrido histórico, haces una reivindicación de figuras femeninas de tu país. ¿Quiénes son?
–La Premio Nobel Gabriela Mistral, que amaba esta tierra, inaugura la primera parte del concierto, que va de 1973 a 1983. Fue una gran poeta, una pensadora y filósofa muy potente. La dictadura borró su nombre, pero junto a Joan Jara, mujer de Víctor Jara, generó un movimiento muy importante a nivel cultural, social y político. Es muy valiosa la forma en la que Joan Jara mira a Chile; esta etapa recoge de 1983 a 1993. Luego llega Gladys Marín, una comunista que obtuvo muy poquitos votos durante la dictadura, pero cuyo pensamiento configuró aquellos primeros intentos democráticos en los noventa. Muchos de los temas que discutimos hoy son los temas que ella ponía sobre la mesa política. Por último, Anita González de Recabarren: hicieron desaparecer a su marido y asesinaron a su hijo, a su yerno... pero ella tenía siempre una sonrisa, un cigarrito y un moño, y supo dar la cara y luchar siempre por los derechos humanos en Chile. Eligió el humor, el estar y participar; yo la conocí, y me aportó mucha alegría. Por último, una maestra, profesora, filósofa y escritora, conectada con las raíces de su pueblo ancestral: Elisa Loncón. Fue una mujer mapuche con el cargo político más importante, y se le confió a ella la presidencia del proceso para la realización de una nueva Constitución para Chile.

¿Qué nos queda como seres humanos, acorralados por esta inteligencia artificial? La posibilidad de que un amor real y concreto nos siga sorprendiendo

–En 2022 te premiaron como mejor cantautor chileno, recogiendo esta herencia de Víctor Jara y de la nueva canción chilena. ¿Qué supuso para ti?
–Lo recibí con temor, después de tantos años de estar trabajando con la guitarra y la palabra... Es un premio que comparto con todos los que han seguido hilando la tradición oral en el canto y la guitarra. Un aficionado al canto en su casa, que canta con amor, da igual si es o no profesional: ya está dentro de esa trama. Esa persona construye nuestra historia y por ella yo recibo los premios. Que un trovador reciba un reconocimiento es importante, pero un trovador recoge una tradición, se inspira acá y allá, va tomando con amor pedacitos de la música que le rodea hasta encontrar su propia tonalidad.
–¿Qué sentido crees que tiene hoy la canción protesta? ¿Conserva el poder de antaño? ¿O el arte es hoy punto de encuentro con el otro, de amor, de unidad?
–Creo que que la canción protesta es tan antigua y astuta como inevitable, porque se va haciendo también a través de una conversación. Después de esta entrevista cogeré la guitarra y reflexionaré sobre todo lo que hemos hablado... En una conversación entramos en deuda con la reflexión que hacemos, y la canción protesta da voz a esto, nos lleva a hacernos más preguntas, antes que a encontrar una respuesta. El problema de la canción social es cuando intenta dar una respuesta o dar lecciones. Porque además ¿quién es el artista para dar una solución? No hay que comprometer la canción social como una especie de bien o producto que se pueda consumir o comprar; tiene que ser una conversación abierta y libre. Y tampoco tiene que ver con la técnica: se puede hacer con una voz y una guitarra, o también tirando de electrónica, como hizo Pink Floyd con The Wall.

La canción protesta nos lleva a hacernos más preguntas, antes que a encontrar una respuesta

–Has realizado colaboraciones con grandes voces. ¿Cómo fue grabar con Silvio Rodríguez?
–Hicimos una canción sobre la caída del Muro de Berlín, cuando la izquierda tuvo que hacerse preguntas sobre a dónde se dirigía el gran barco de las promesas y las posibilidades sociales. Parece que el derrotero era una enorme utopía. Silvio fue muy generoso, y es un gran gesto por su parte respecto a la convivencia con los nuevos tiempos: es un diálogo intergeneracional abierto y vivo a través de la guitarra, un gesto de solidaridad con los pueblos, un gesto de compromiso, de humildad y de cariño.
–En España también has colaborado con El Kanka o con Depedro. ¿Qué te interesa de la escena musical española?
–España es enorme para mí. Siempre descubro cosas nuevas que me interesan. Para empezar, la historia de la guitarra como instrumento, tanto en el sentido del trabajo de artesanía de las guitarras como de la creación del sonido. José Ramírez, Santiago Paco Marín, Llobet, Tárrega... Yo siempre he estado enamorado de la poesía del Siglo de Oro español, de Cervantes, de Lope de Vega, y luego, por supuesto, de Lorca en adelante. Estamos impactados por esa poesía, por esa capacidad de amar y de crear. Por otro lado, las antiguas canciones, por ejemplo, del campo catalán también forman parte de lo que se fue en los barcos hasta Latinoamérica. Si buceamos en las raíces del flamenco, como hace Rosalía, no podemos tener sino admiración, como la tenemos por Goya, Velázquez, Dalí, Miró o Picasso. A través de la filosofía de la alegría, este pueblo ha dado un salto adelante como especie. La forma de festejar y celebrar es potente a nivel estético, pero además el público español es exigente y exquisito. Esa sinceridad, esa franqueza con la que te hablan, es muy valiosa.
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