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04 de mayo de 2024

César Wonenburger
César Wonenburger
Historias de la música

Maria Callas y España, una relación incompleta

La legendaria soprano, a la que Francia rendirá un gran homenaje la próxima semana, actuó en España en cinco no muy afortunadas ocasiones

Actualizada 12:40

Maria Callas en 1957

Maria Callas en 1957

Comienza la semana de pasión callasiana. El próximo sábado se cumplen cien años del nacimiento de la soprano más importante del siglo XX (por cierto, el mismo día en que se despidió del mundo Tomás Bretón, autor de la música de La verbena de la paloma), y en los suplementos de los periódicos ya no cabe ni un detalle más acerca de sus desventurados amores o métodos adelgazantes (llegó tarde para el Ozempik). Mientras en París se le prepara un gran homenaje para conmemorarlo, aquí seguimos varados en los detalles morbosos de los supuestos vicios atribuidos a Onassis que, según las últimas revelaciones, drogaba a su amante para poder hacer realidad algunas de sus más íntimas perversiones.
En la capital francesa, Luis XIV, sí, el Rey Sol, y también el monarca bailarín, puso en pie la Academia Real de Danza, en 1661, sobre la que se erigiría la Ópera de París, el magnífico Palais Garnier donde la Callas ofreció su primera actuación en esa ciudad. Fue en 1958, con motivo del concierto de gala en honor de la Legión Francesa. Y a esa actuación, le seguirían en ese mismo lugar, seis años más tarde, funciones de Norma y Tosca, esta última, una producción de Franco Zeffirelli. En realidad, se suman en total tres apariciones, casi la mitad que en España, pero aquí con otro tono bien diferente.

París, penúltimo refugio antes de la despedida

Nunca son necesarias demasiadas excusas para caer rendido ante los prodigios parisinos, pero por alguna razón imprecisa la cantante, nacida en Nueva York, con hondas raíces griegas e impulsada al estrellato internacional desde el escenario de La Scala (aunque ya era conocida antes de haber debutado allí, Milán la consagró), decidió pasar sus últimos años en su piso, situado en el número 36 de la elegante Avenida Georges Mandel. De allí partiría para ser incinerada en el cementerio de Pére Lachaise (donde aún la recuerda una pequeña y casi oculta placa) antes de emprender el retorno de Ulises a su patria. Frente a las costas griegas, las cenizas de "La Divina» hallarían último refugio en aguas de su adorado mar Egeo, destino fatal para el rey del mismo nombre que se precipitó entre sus olas por un acantilado del Cabo Sunión, roto de dolor cuando creyó que su hijo, Teseo, había sido devorado por el minotauro. Una tragedia sobre otra.
Maria Callas en los años 60

Maria Callas en los años 60GTRES

Francia, que adora a los artistas, incluso haciendo suyos a quienes ni siquieron nacieron allí (Picasso o Buñuel entre los nuestros), ha organizado ahora su gran tributo en el Garnier con la participación de dos sopranos, Sondra Radvanovsky y Pretty Yende, la mezzo Eve-Maud Hubeaux y la actriz Carole Bouquet, nuera de Carlota Casiraghi. En esta cita se escuchará sobre todo mucho Verdi, algo de Bellini y Puccini, no faltarán el francés Bizet ni Rossini y se ha incluido la canción que Jake Heggie compuso para la Radvanovsky.

Un concierto en los cines, el próximo fin de semana

Al mismo tiempo que este evento, se anuncia en salas cinematográficas de varias ciudades el estreno, el próximo fin de semana, de «Callas-París 1958», que no es otra cosa que la restauración en vivos colores de la primera de las actuaciones de la Callas en la capital gala, un concierto con programa generoso que, en la primera parte, incluía una selección de fragmentos operísticos, como la Casta diva de Norma, marca de la casa, y, tras el descanso, el acto segundo completo de Tosca, donde la artista aparece ataviada al más puro «estilo imperio», quizá como homenaje a la tierra de Bonaparte.
El responsable de esta vuelta de tuerca a una emisión televisiva que ya ha circulado durante años en distintos formatos es Tom Volf, por supuesto francés, un director que en los últimos años, con esa devoción digna de los más acérrimos partidarios de la intérprete, se ha dedicado a escudriñar los recovecos de todos los archivos disponibles, recopilando aquí y allí fragmentos audiovisuales de entrevistas, actuaciones, noticiarios, … que en 2017 ya expuso en un interesante y muy recomendable documental, Maria by Callas, por el material inédito que despliega.
¿Y en España…? Poca cosa, la verdad… Ya respetamos escasamente a nuestros más grandes artistas y creadores (quién se acuerda de Valle-Inclán, López Vázquez, Rafael Orozco, María Casares, Miguel Fleta y por ahí…) como para recordar a los foráneos. En su pasada temporada, el Liceo barcelonés cubrió el expediente programando una nadería, Las siete muertes de Maria Callas, un espectáculo concebido a mayor gloria del infinito ego de la sobrevalorada performer Marina Abramovic, bajo coartada de rendirle homenaje a la excelsa cantante.

Su única actuación en el Liceo, en 1959

Fue el coliseo de La Rambla uno de los cinco únicos escenarios que Maria Callas pisó en España, sin demasiada gloria. Más suerte tuvo Portugal, que sí pudo disfrutarla en una ópera completa, esa histórica Traviata de 1958, para muchos su mejor encarnación de la protagonista, en la que tuvo como privilegiado «partenaire» al gran tenor canario Alfredo Kraus (esta misma semana hubiera cumplido 96 años, ¿se festejará su centenario como se merece?). Aquí solo cantó lo que podrían denominarse como lujosos «bolos», pagados a precio de oro, como siempre en estas ocasiones. En el mismo 58 se presentó en el Monumental Cinema, temprana muestra de la arquitectura racionalista madrileña, hoy sede de la Orquesta de la RTVE, y que en su primera época podía acoger desde un concierto dirigido por Carl Schuricht o Ataúlfo Argenta hasta la presentación del Frente Popular.

Varios aficionados catalanes aprovecharon para afearle que la Tebaldi, su gran rival, adorada por el público liceístico, lo hacía mejor

Como en sus tres comparecencias posteriores del año siguiente, de nuevo en Madrid, y más tarde Barcelona y Bilbao, Maria Callas vino para satisfacer el ansia de esa gran parte del público que nunca la había visto en una ópera. Iniciaba su temprano declive, coincidente con los albores de su relación Onassis, y cantó poco más de media hora, provocando cierta insatisfacción acrecentada por puntuales baches: se le afeó algún poco ortodoxo acenso al agudo, lo que a más de un crítico le sirvió para explicarle que cantaba más cosas de las que debía. Además, no ofreció nada de Traviata o Norma, dos de sus caballos de batalla, aunque en Barcelona sí interpretó el Vissi d’arte de Tosca, circunstancia que varios aficionados catalanes aprovecharon para afearle que la Tebaldi, su gran rival, adorada por el público liceístico, lo hacía mejor.
Desde luego, aquí debió sentirse como en casa, ante el exigente público de La Scala con el que más de una vez se enfrentó. En esta ocasión decidió dejarlo correr, o incluso salir corriendo, como hizo en Bilbao: sin ofrecer propina alguna, abandonó el Coliseo Albia rumbo a Sondica a toda velocidad, donde aún le aguardaba el avión fletado por su nuevo amor. Pero en el aeropuerto le hicieron esperar hasta el amanecer, negándole el despegue a esas horas. Así que disfrutó de la cena frugal (nada de los manjares del lugar) y durmió en el interior de la nave, bien provista de varias camas, como se apuntó en la prensa de la época. Quizá porque en las ciudades pequeñas (pido excusas a mis amigos vascos) este tipo de acontecimientos inusuales, envueltos en glamour, suelen vivirse con una mayor intensidad, las mejores crónicas, las más prolijas en detalles amenos y sustanciosos, se refieren a aquella breve estancia bilbaína, de 1959.

Dos forzudos la escoltaron a su paso por Bilbao

Sus anfitriones, miembros de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera, reclutaron en un gimnasio a dos forzudos que le hicieron de escolta, lo cual no impidió que algún fanático le arrancara un botón del abrigo a la salida del teatro. También se cuenta que el directivo encargado de recibirla a pie de escalerilla compareció en un Seiscientos, para desagrado de una artista acostumbrada a otro tipo de agasajos. Aunque en compensación, inmediatamente, se puso a su disposición el Mercedes que la llevaría desde el Carlton hasta el ensayo. Y hasta un perspicaz gacetillero atisbó en la neblina de su mirada las desventuras de unos amores azarosos. La información local siempre acierta con los detalles.
En aquellas ocasiones no parece que se apreciase demasiado un hecho que no pasará desapercibido para los melómanos. En el programa, como en otras ciudades europeas, la Callas incluyó la escena final de Imogene, la protagonista femenina de Il Pirata, que concluye la ópera de Bellini suicidándose por amor después de entonar una de esas melodías infinitas que tanto emocionaban a Wagner, y culminarla en una volcánica sucesión de acrobacias sin más red protectora que la que pueda proveer la orquesta. Hacía poco que la artista había vuelto a cantar este título en el Carnegie Hall neoyorquino, después de haber contribuido a su recuperación moderna en La Scala. A finales de los 50, seguramente aquella dramática escena final, pródiga en dificultades para una voz sana, no constituía el aliciente más aguardado por quienes seguramente ansiaban poder escucharla en otro repertorio, más popular. Quizá por ello el éxito de aquellos conciertos se cifró más en el eco social de las visitas que en sus resultados artísticos. Hoy cualquier aficionado mataría por haberlo presenciado.

Su 'gira de despedida' a su paso por Madrid fueron pretéritos vestigios de dos colosos que de vez en cuando, de entre las ruinas, aún extraen pepitas de oro

Tampoco la última visita musical, el concierto de 1973 en el Palacio de Congresos madrileño, con la presencia de la entonces princesa Sofía, resultó memorable. La llamada gira de despedida, que se desplegó por varias capitales, de Londres a Tokio, incluyendo a Madrid, fue un último intento por ver si la voz de la artista lograba recuperar algo de su pasado esplendor, o quizá un regalo al compañero de tantas veladas felices, entre México y Milán. Las finanzas del tenor Giuseppe di Stefano atravesaban un momento delicado, y su amiga consistió en embarcarse con él en aquella suerte de embajada nostálgica para ayudarle. Los testimonios de algunos de aquellos conciertos (no el de Madrid) circulan por ahí en imágenes y sonido, para quienes deseen apreciarlos como lo que son: pretéritos vestigios de dos colosos que de vez en cuando, de entre las ruinas, aún extraen pepitas de ese oro que el cómplice público, en cualquier caso, recibe embelesado mientras les corresponde con oleadas de cariño por los buenos momentos de antaño.

¿Un idilio barcelonés con Di Stefano?

Dicen que al año siguiente la Callas aún se dejó ver por Barcelona. Acudió a esa ciudad, donde le han dedicado unos jardines, para ser testigo de una grabación, el disco que por entonces grabaron Montserrat Caballé y Giuseppe di Stefano. Lo que serviría para abonar la tesis según la cual aquella gira del adiós propició el idilio entre la soprano norteamericana y el tenor italiano que tantas grabaciones históricas habían protagonizado juntos.
Maria Callas en 1976

Maria Callas en 1976

También en aquellos años hubo alguna visita a su maestra, la española Elvira de Hidalgo. Participó como jurado en un concurso de canto, de nuevo en Bilbao, cuyo segundo premio recayó en el extraordinario tenor catalán Jaume Aragall. Y formó parte de puntuales encuentros en varios de esos lugares que, por entonces, comenzaba a poner de moda la «jet», exclusivos saraos estivales que ya unían Ibiza con Sotogrande. Algo de todo ello se encuentra detallado en el libro de Karl H. Van Zoggel, Maria Callas in Spain and Portugal. Quizá el recuerdo de sus apariciones españolas no den para un gran homenaje, pero al menos sí para un par de anécdotas jugosas y una calle como la que tiene en Badalona.
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