No hubo Estrella (Morente) en la Noche del Botánico
Soleá Morente fue la telonera en una actuación menor que sin embargo produjo más emoción puntual en ciertos sectores del público que no llenó el aforo hasta que apareció la protagonista

Estrella Morente durante su concierto en Las Noches del Botánico
Estaba toda la familia Conde Morente por un lado y por otro. La hija de Javier Conde, el torero, y Estrella Morente, la cantaora, apareció casi a pie de pista tan alta entre gritos enfervorecidos de los parientes. Soleá (Morente) actuaba y en el sonido, en la música, estaba todo. Era fusión, a veces parecía Camela, se notaba gusto a Morente (Enrique) y también a Estrella, tanto que allí apareció un momento para cantar con la telonera ante un no demasiado numeroso, pero ferviente público.
Y entusiasmado con la pequeña de la familia. Traje rojo palabra de honor y casi bata de cola, melena y unos bises de coros que parecían Los Manolos, el guitarreo rápido de la rumba y los pasitos cortos y sosos, pero saleroso todo por dentro. Bailes en la grada, en el foso. Una pequeña apoteosis que llegó a su cumbre con La gitana María, una suerte de hit eurovisivo, remix y subidón de discoteca final.
Los «quejíos»
Pero no fue el final, porque de repente Soleá se «arroció» (Jurado) para cantar Vamos a olvidar, que extasió por grupos, entre los claros de la platea, a sus seguidores, a los que hizo felices. O eso parecían, Una felicidad de Obélix comiendo jabalí, sencilla y natural.
Entonces ya sí llegó (media hora después) Estrella, la estrella, que, para empezar, soltó unos «quejíos» que prometían el concierto sobresaliente que no fue. Allí todo el grupo iluminado con sus guitarras y sus palmas y sus taconeos sobre el tablao. Un retumbar potentísimo que de repente se calmó como una tormenta de primavera cuando cantan los pájaros. Parecían Las Cuatro Estaciones, pero eran las guitarras que acariciaban el alma, suavemente, después del ruido.
Estrella Morente el viernes en el Jardín Botánico de Madrid
Tenía la voz de señora, grave conformada, madura. Una voz de tela gruesa desgarrada que, para sorpresa, no se aclaró. El espectáculo funcionaba. Había cajones, guitarras, palmas, tablao y bailaores. Pero Estrella Morente parecía querer esconderse, sentada en una esquina de la venta, no en el centro de la escena, casi en el lugar donde no alumbraban las luces. En el hablar entre canción y canción se le notaba el vozarrón, que luego en el cante seguía elevándose, pero siempre rasgado, como buscando la rotura, el límite.
No hubo concesiones a la limpidez que se esperaba. A la variedad del timbre de la cantante fabulosa que esta noche no lo fue tanto. Era correcto el espectáculo y más que correcta ella, que es poco decir, pero no calaba. Algunos se marchaban como si ya lo hubieran visto todo, y otros aplaudían en cada cierre, pocos con afán, con arrebato. Ella iba por las sombras, como de perfil bajo, con una sola estrella que no subía a sus cielos. Había que agradecer los bailaores, pero el público no había venido a verles a ellos sino a ella. Y a ella no se la veía.
Desgarro exagerado
Muchos fuegos flamencos artificiales, como manoletinas al final de una buena faena para mantener altos los ánimos. Pero en realidad fue una faena de manoletinas y trincherazos. Nada de torear. A veces parecía que gritaba aunque no lo hiciese, del desgarro exagerado sin resplandor, sin luminosidad. A Rosario Flores le emocionó porque le dedicó una sevillana a ella y a Lola, su madre, pero fue solo por eso en una actuación de más a menos, sin ver a Estrella titilar (sí cantar muy bien, que por la figura es poco) para sentir algo parecido a la emoción al mirar al cielo.