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18 de abril de 2024

Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan ofrece una interpretación de la Misa en si menos de Bach

Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan ofrecen una interpretación de la Misa en si menor de Bach

Bach ilumina y conmueve al público madrileño

Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan ofrecen una interpretación memorable de la Misa en si menor de J. S. Bach, cima de la música occidental

A todas las grandes obras de la creación artística las envuelve un cierto halo de misterio, por eso resulta siempre tan seductor volver a ellas, porque todas (desde La Flauta Mágica hasta La Tempestad) llevan implícita esa búsqueda inalcanzable que nos permite profundizar más en las arcanas intenciones de su autor, en sus múltiples significados y sugerencias, que en definitiva es lo que hace interesante el empeño: alcanzar las costas de Ítaca no es lo fundamental, si no lo que nos sucede durante el trayecto.
Sobre la Misa en si menor se ha escrito de todo, desde lo más banal, como en el libro que al talento del cantor de Leipzig dedicó Albert Schweitzer, hasta lo más original, quizá las páginas que al análisis de esta partitura colosal dedicó el recientemente fallecido Josep Soler en su monografía sobre Bach, subtitulada Una estructura del dolor. Se ha escrutado, desde todos los puntos de vista, su origen (el por qué el compositor se sirvió de fragmentos de otras creaciones suyas anteriores), la estructura (que combina elementos luteranos y católicos sobrepasando ampliamente los límites de una misa común) o las propias motivaciones del autor, que por cierto nunca llegó a escucharla en vida: ¿se trataba de desarrollar el compendio de toda una vida consagrada a la música, su última palabra? ¿pretendía con ella ilustrar un camino posible de pacífica coexistencia que invitase a superar las contradicciones entre las dos iglesias, como también sugirió Leibniz, sumar sobre todas las cosas a partir de lo esencial en lugar de discrepar en torno a lo accesorio?
Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan ofrecen una interpretación memorable de la Misa en si menor de J. S. Bach

Masaaki Suzuki y el Bach Collegium Japan ofrecen una interpretación memorable de la Misa en si menor de J. S. BachBach Collegium Japan

Vana pretensión. Lo que nos ha quedado es lo que hay, felizmente, un monumento del tamaño del Everest al que es preciso regresar de vez en cuando no solo para constatar la magnitud del empeño, la obra de una larga y plena existencia creadora, si no de empaparse de todo cuanto es capaz de transmitir, y que muchas veces tiene que ver con la cultura de cada persona, pero también de su estado de ánimo. Es imposible dejar de sentir ese estremecimiento inicial que se produce desde los primeros compases del Kyrie, el equivalente a cómo debería haber sonado el alumbramiento del Universo (según Max Reger, «Bach es el principio y el fin de toda la música»), para dejarse inundar poco a poco de ese sentimiento de serenidad que desemboca naturalmente en el Dona nobis pacem, la resignada aceptación final de que ninguna de nuestras dudas más íntimas va a encontrar respuesta, no aquí ni ahora.
Decía Josep Soler, con toda propiedad, sobre la Misa en si menor «que la dificultad de poderla ensayar y trabajar seriamente ahora es solo patrimonio de grupos o asociaciones muy especializadas y con directores de excepcional maestría». Lo he comprobado, por ejemplo, asistiendo durante días a aquellas Bach Akademie en las que el desaparecido Helmut Rilling solía prepararla con el concurso de solistas de primer nivel y sus colaboradores más frecuentes. El resultado podía ser deslumbrante. Y también cuando, en algún momento, me tocó el honor de programarla con John Elliot Gardiner. Ahora se ha podido asistir a otra interpretación luminosa, trascendente, estremecedora gracias a uno de los más leales servidores de este compositor en nuestros días, Masaaki Suzuki, fundador del Bach Collegium Japan, con el que de vez en cuando parte de su país en feliz peregrinación para difundir el siempre actual mensaje bachiano por el mundo.
Masaaki Suzuki saludando al finalizar el concierto

Masaaki Suzuki saludando al finalizar el conciertoCésar Wonenburger

En una de esas expediciones, ahora hemos tenido la gran suerte de que, después de la pandemia, que obligó a su inicial cancelación, Suzuki, con ese aire que gasta a lo señor Miyagi, y sus disciplinadas huestes niponas se hayan presentado en Madrid para ofrecer esta obra suprema de la civilización occidental, desvelando de nuevo toda su inmarcesible belleza, su inabarcable profundidad.
Suzuki parece tener completamente interiorizada esta música y sabe perfectamente hacia dónde se dirige, algo fundamental en una partitura de estas dimensiones y complejidades. La tensión no decae en ningún momento, manejando con extraordinaria habilidad los contrastes, deleitándose en cada detalle expresivo, con cierta morosidad en ocasiones, cuando merece la pena deleitarse en escuchar la riqueza del fraseo de oboes o flautas, mostrándose enérgico en otros, sin perder jamás de vista el equilibrio entre los distintos motivos, planos y volúmenes; las tensiones internas que impulsan una obra que en ningún momento da la impresión de haber sido concebida por retazos, si no fruto de un esfuerzo perfectamente calibrado: su multiplicidad, su variedad, la profusión de elementos no hace sino otorgarle una mayor riqueza para nada reñida con la coherencia. Todo en esta maravilla suena como si no hubiera otra posibilidad, como si el resto de la música escrita, pasada y futura, simplemente no existiera. Ni siquiera haría falta.
El maestro nipón cuenta además con intérpretes ideales: el coro es un prodigio de ductilidad, articulación y afinación en todas sus secciones. El arranque del Kyrie resultó como debe ser, sencillamente estremecedor. Llegan al final sin apenas muestra de agotamiento, sino todo lo contrario; destaca su frescura, la transparencia y el empaste logrados. Cualidades que también se aprecian en la orquesta, con los músicos atentos hasta el más mínimo detalle indicado por las expresivas manos del director. Resultaron un modelo de equilibrio, y en los solos exhibieron un fraseo hondo y delicado, pleno de matices.
Suzuki contó además con un buen equipo vocal, que se sumó al coro en los momentos en que los cantantes no tuvieron que prestar sus intervenciones como solistas. Por encima de una interpretación global notable, sobresalieron el contratenor Alexander Chance, de voz bella y poderosa, muy bien proyectada, y canto muy expresivo, que tuvo su mejor momento en el tan glorioso como esperado Agnus Dei; y la soprano Joanne Lunn, de timbre luminoso y noble fraseo. Muy oportuno también en todas sus intervenciones el tenor James Gilchrist, al que algunos quizá recordasen por su participación en aquel memorable Billy Budd del Real: tanto su voz como su estilo resultan propios de este tipo de tenores británicos, siempre resultones, esmerados en la dicción y algo parcos en el sonido. Más discretos resultaron la soprano Aki Matsui, correcta sin más, y el bajo Christiann Immler, con un registro grave escasamente rotundo.
No hubo casi ni un segundo apenas que dejar para la íntima reflexión ante lo escuchado, un mínimo silencio, los aplausos de un público sinceramente conmovido se sucedieron en cascada, continuados de los gritos de bravo, para aclamar al director y el resto de los intérpretes. Jornada de esas verdaderamente memorables que reconcilian con lo mejor del genio humano y su capacidad para alumbrar creaciones capaces de traspasar las generaciones y seguir iluminándonos con su fuerza, con el lenguaje universal que no establece diferencias y es capaz de hablar a todos con una misma voz y mostrar un camino posible de superación para los conflictos. Esa es la grandeza de la música.
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