María Goiricelaya, nacida en Bilbao en 1983, es la directora de Altsasu, la obra teatral basada en el ataque de una muchedumbre a dos guardias civiles de paisano y a sus parejas en un bar de Alsasua. Este montaje teatral es el primer proyecto de la compañía de Goiricelaya, La Dramática Errante, que se compromete con temas de impacto social, con el apoyo a los espacios de creación para las mujeres y con la normalización del euskera.
La directora afirma a El Mundo que su obra (se estrena mañana en Madrid en el Teatro de la Abadía, donde Vox ha convocado una manifestación) «es un objeto poderoso y de debate sano, de reflexión profunda y de intercambio». ¿Hace falta reflexionar (y escribir toda una obra) sobre la agresión de una multitud a cuatro personas indefensas más allá de la condena sin paliativos de los hechos? Goiricelaya, por supuesto, cree que sí, con matices tan poco sutiles como que lanza (al público) «la pelota para ver cómo la recibe y para que cada uno decida si es capaz de ponerse en los zapatos del otro por un momento».
La equiparación, como se ve, entre agresores y agredidos es poco sutil. Continúa la dramaturga: «Tenemos que hablar de aquellos dolores que son irreconciliables. Ojalá en algún momento podamos caminar hacia algo que sea un perdón compartido o hacia la reconciliación, hacia restañar heridas. Pero si no se puede, porque a veces hay dolores que son irrevocables, pues también podemos hablar de ello. Eso también es sano».
¿La reconciliación? ¿De dónde proviene la idea de «reconciliación» en un caso como este? La reconciliación, según la RAE, es «Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos». ¿Qué amistades y qué ánimos desunidos había en una turba descontrolada frente a unas pocas personas indefensas, que además lo siguieron estando después de los hechos hasta el punto de tener que abandonar Navarra?
Dice la autora (que llama «chavales» a los agresores, como en su época Arzalluz a los terroristas) a los que no trata de juzgar, pero, ¿acaso no es un juicio el simple impulso de este montaje que de acuerdo a su responsable busca que el espectador «se ponga en los zapatos del otro»? ¿De verdad hay que ponerse en los zapatos de una muchedumbre que ataca por odio en superioridad numérica? El componente ideológico que la directora dice que no existe, pero que no se escapa en un «objeto poderoso y de debate sano».
La misma directora, que admite sentirse «cuidada» en el «circuito teatral vasco», donde el Gobierno de la comunidad financia sus obras, y donde «las circunstancias no son tan desfavorables como en el resto del Estado». Goiricelaya dice que no entra a cuestionar lo ocurrido, pero, sin embargo, sí asegura que «se ve que para cargos de similares características no se habían impuesto penas similares», responde a El Mundo.
Eso en román paladino es «cuestionar». Acción que, con contradicción, admite que su obra hace, añadiendo que por esto se ha avanzado como sociedad, donde hace referencia a Gandhi. «Debemos cuestionarlo todo», dice después de afirmar que no entra a cuestionar lo ocurrido, pero sí a mostrar el dolor «de ambas partes». La dramaturgia como justificante de hechos injustificables, no equiparables, una disyuntiva falsa y sectaria. Tan sectaria como su propia aseveración de que en el País Vasco la sociedad es diversa, al contrario que en el resto de España (los buenos son ellos), donde se tiene un «concepto sesgado» de su realidad.
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