Juanito con sus hijos en el Bernabéu
30 años sin Juanito, la leyenda madridista que crece con el tiempo
El Debate habla con su hijo Roberto, el albacea de su legado, de esta época y de aquella, y del cariño a un futbolista inolvidable para compañeros y rivales
A Juanito Curro Romero le cortó simbólicamente la coleta un 27 de junio de 1989 en La Rosaleda. Antes, en 1987, le había regalado a Lothar Matthaus un estoque y una muleta como gesto de disculpa tras pisarle la cabeza en abril, después de que el alemán realizara una salvaje entrada a Chendo. «Ahora si quieres, puedes matarme», le dijo al del Bayern luego de entregarle los trastos.
Las cosas de Juanito, que eran muchas más que estas y que eran las cosas de aquel tiempo, ya no se ven. Y sin embargo el cariño al '7' (el número que él mismo entregó con generosidad a Butragueño) sigue creciendo. Su hijo Roberto, madridista y segundo hijo de la leyenda blanca, en conversación con El Debate, dice que siempre procura ir a todos los homenajes que le hacen a su padre, hasta a los más pequeños, porque es allí donde él sigue vivo después de 30 años.
Gordillo
El Bernabéu canta en todos los minutos '7': «Illa, Illa, Illa, Juanito Maravilla», el íntimo de Gordillo, un malagueño y un sevillano en el Madrid. Al primero algunos aficionados hoy le siguen vilipendiando a través de las redes sociales de su vástago y mayor representante, que cuenta con más de 30.000 seguidores en Twitter. «Ese número da una medida del cariño que se le tiene a mi padre. Un cariño que siento que va creciendo con los años».
Roberto afirma que todos los que aún siguen insultándole vienen del mismo sitio, de aficionados de otro club al que el de Fuengirola perteneció en su adolescencia. Tenía 13 años cuando su padre perdió la vida la madrugada del 1 al 2 de abril en Toledo, camino de Mérida. Un camión había perdido su carga de troncos sobre la carretera y al intentar esquivarlos el coche en el que viajaba se estrelló contra un segundo camión parado en el arcén.
Juanito, con sus tres hijos
Juanito, entonces entrenador del Mérida, estaba dormido y murió en el acto. Uno siempre recuerda la noticia de la muerte de su ídolo, de su primer ídolo, incapaz de comprenderlo. Roberto confiesa que mucha gente recuerda a lo largo de los años qué estaba haciendo el día, la noche o la mañana en que se enteró que se había muerto Juanito.
Uno siempre cuenta la tarde en que le conoció y no va a ser esta una ocasión diferente (¡cómo no hacerlo si es la única vez que conoció a Juanito!). El futbolista había abierto una tienda de deportes de nombre Olimpiada. Su padre le llevó a verlo después de un entrenamiento (de natación), entraron y preguntó por él. Alguien les guio por las escaleras y allí, en un pequeño despacho, sentado a una mesa llena de papeles, estaba él, barbudo y sonriente.
Butragueño
Yo le miraba fijamente. Era Juanito. Y entonces me preguntó: ¿tú quieres ser futbolista? Y yo le dije que no, que quería ser nadador. Se rieron él, mi padre, y el señor que nos había guiado hasta allí. Y luego Juanito cogió una postal con su foto, vestido de blanco, la publicidad de Zanussi, con la misma barba que lucía en ese momento y escribió: «Con afecto, Juan», y luego me transmitió ese afecto escrito con una tímida caricia en el cogote.
Roberto, su hijo, dice que solo tiene las mejores palabras para el Real Madrid, que, tras el accidente, siempre ha ayudado y ha tenido presente a la familia durante estas tres décadas. Tiene un apartado, Roberto, especial para Emilio Butragueño, de quien asegura que las cosas más bonitas sobre su padre se las ha dicho siempre él. Le pregunto si me puede decir alguna y me la dice, pero yo no la revelaré hasta el final de estos párrafos.
Juanito, con sus dos hijos varones
Hay una fotografía de los dos, del Buitre y de Juanito, que anticipa esa relación emocionante. Están sentados ambos vestidos con el chándal del equipo y el segundo sonríe con unos auriculares de la Cadena Ser en la cabeza, mientras el primero le señala desternillado. Una imagen poco frecuente la de un Buitre desinhibido que Juanito podía sacar como su mejor retratista. Quién sabe si la seriedad posterior de aquel chico que le marcó aquel gol al Cádiz vino tras la ausencia para siempre de su fotógrafo.
Roberto cuenta que la Quinta del Buitre, aquellos jóvenes llamados a jubilar a su padre y a Santillana, entre otros, siempre se mostraron agradecidos y respetuosos con aquellos veteranos que les acogieron en una transición tan amable como instructiva y asimilada por ambas partes. «Sabían que les iban a hacer mejores», asegura Roberto. «Michel me escribió un whatsapp muy bonito», dice, quizá porque, cuando llegó al primer equipo, en la primera comida, Juanito le hizo un gesto con la mano para que fuera a su mesa y se sentara, junto a Camacho y Gallego. «Los jóvenes se dedicaban a jugar y los problemas eran para los veteranos», dice Roberto, quien conserva todos los recuerdos de su padre: los papeles, los contratos, las fotografías… Me dice que hoy ha quedado con Antonio Montero Nene, con quien Juanito se sacó el título de entrenador, quien le va a entregar los apuntes del curso de su padre.
Los olores de aquel tiempo
No se esperaba el hijo, Roberto, uno de los tres del jugador malagueño, que se fuera a organizar la que se está organizando con motivo de los 30 años del fallecimiento de su padre después de lo que ocurrió en el 25 aniversario, pero el caso es que se está organizando y «eso me hace feliz».
Yo le hablo, a Roberto, del primer partido que fui a ver al Bernabéu. De cómo marcó el gol de la victoria Juanito contra el Espanyol y de cómo anunciaban en los marcadores los goles de un tal Butragueño que jugaba a esa misma hora con el Castilla en medio del murmullo palpitante de la grada ante el joven prodigio que llamaba a la puerta del malagueño para que le enseñara los secretos del '7' del Real Madrid.
Son esas cosas que ya no se ven, las cosas de aquel tiempo, las de las remontadas europeas, las cosas de Juanito...
Es curioso, pero Roberto dice no recordar los partidos igual que uno no recuerda, acaso una imagen suelta nada más, aquel primer partido en el césped de Chamartín. Lo que sí recuerda es el olor de los puros y de las pipas, como Roberto sí recuerda más los entrenamientos. «Son los olores, sí, los que te transportan», admite. Uno recuerda las sombras de los abrigos del invierno recortados en la grada sobre el cielo gris, el olor a frío y a multitud tan lejano, tan antiguo, casi ya imposible.
Son esas cosas que ya no se ven, las cosas de aquel tiempo, las de las remontadas europeas, las cosas de Juanito (corriendo y saltando como un potrillo para ser sustituido el día de la gesta ante el Inter), de quien Butragueño le dijo a su hijo (gracias por hablar conmigo, Roberto): «Juanito es la mitad del escudo».