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04 de mayo de 2024

El delantero del Real Madrid Karim Benzema celebra su gol durante su último partido con el Real Madrid

El delantero del Real Madrid Karim Benzema celebra su gol durante su último partido con el Real MadridEFE

Benzema, el delantero inolvidable que terminó escribiendo goles en sus versos

El segundo máximo goleador de la historia del Real Madrid es un Van Gogh millonario por el que parecía que tenían que pasar siglos para que el aficionado le comprendiera

En Chamartín ya se ha dado unas cuantas veces la fusión fría, aunque no todo el mundo se haya dado cuenta siempre. El último científico que consiguió la fórmula fue Benzema. El Madrid siempre fue un laboratorio provisto de los mejores medios y de los mejores facultativos. Uno diría, casi mejor, intelectuales, pues no es sólo empirismo lo que se cuece en las probetas sino prosa, ensayo, creación y hasta oratoria en las formas del Balón de Oro, que lo primero que tuvo dorado fueron los lirios.
Karim Benzema, geisha devenida en Nikita ha sido (es) el delantero centro más especial del mundo, un mito ya desde sus tiempos de sequía goleadora y elegancia, el pasmo cuyo prestigio la afición no llegaba a comprender fiel a Gertrude Stein y su «una rosa es una rosa es una rosa…».
El segundo máximo goleador de la historia del Real Madrid es un Van Gogh millonario por el que parecía que tenían que pasar siglos para que el aficionado le comprendiera. Era ese futbolista que despuntaba cada tarde sin que lo pareciese, escribiendo línea tras línea de meticulosidad: un poeta que se pegaba con el verso como con el remate, de producción exquisita y escasa, pero con el peso de las cuatro mil novelas románticas de Corín Tellado.
A Benzema había que ponerle en el área como se pone la angostura o el golpe de soda en el Old Fashioned. En realidad, siempre fue todo ese viejo cóctel que removió Mourinho, el Amílcar Barca del imperio si se va a suponer que Ancelotti ya es Aníbal. Karim siempre miró a todas partes (incluso a donde no miraba), menos a la portería, como Redondo, pero en vez de en el círculo central, en los alrededores del área.
Sólo cuando los centrales le encerraban, incluso sólo cuando estaba a punto de morir cruzando la línea de gol, como si allí detrás estuviera el abismo, Benzema contemplaba un horizonte que se le tragaba de tanto retocarlo, esos momentos efímeros en que todo cambiaba y disparaba como el medio argentino un día, vestido de negro riguroso, se fue por la banda de un Old Trafford atónito para liquidar de tacón al United.
Todos siempre observaron las puertas entreabiertas del laboratorio madridista, donde los rivales temen desde el origen de los tiempos una explosión controlada que les deslumbre, una energía desconocida que les sobrepase, una fuente de luz novedosa que después del verso y de la cristiandad apareció con la forma del mejor pelotero del mundo desde la oscuridad de su estudio de pintor, de entre los crujidos del suelo del salón de baile en que convirtió los campos del mundo, mudos ante el prodigio estético que también contenía al más bello asesino, quien lo hubiera dicho, que conoció el fútbol.
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